El regreso del correísmo garrotero

Al correísmo, no hay duda, le gustan los garroteros. Desde los primeros días. En el pasado los precisaron para tomarse por asalto el Tribunal Supremo Electoral (todavía se llamaba así) o para acosar a los diputados que se oponían a la consulta popular que dio paso a la Constituyente de Montecristi. Probablemente fue el bochorno de los manteles lo que nos hizo olvidar las cosas aún más escandalosas que ocurrieron en esos días. Como cuando los garroteros correístas persiguieron a los diputados de oposición y trataron de sacarles la renuncia a golpes. ¿Se acuerdan? Habían llegado a manifestarse ante la sede legislativa y el cordón policial que la protegía, simplemente, los dejó pasar. Lo vimos por televisión. En todos los noticieros de la noche apareció el dirigente de la FEUE Marcelo Rivera, contra quien el gobierno aún no tenía queja alguna, mientras violentaba a un acalorado y sudoroso diputado del PRIAN que estaba al borde del colapso. ¡Cómo era de funcional Rivera al correísmo en ese entonces! Después, claro, vino la ruptura de su partido, el MPD, con el gobierno, así que la siguiente vez que Rivera se comportó de manera parecida (tres años después, ante el rector de la Universidad Central) lo metieron preso.
Todo parece indicar que la filosofía del correísmo con respecto a la violencia política se puede expresar en la siguiente frase: en este país está permitido ser garrotero con la única condición de ser nuestro garrotero.
¿Es Carlos Muñoz, presidente de la FEUE de Quito, el sucesor de Marcelo Rivera en el papel que éste desempeñaba en 2007 con inigualable destreza? Nuevo favorito del presidente de la República, comensal de Carondelet, pasajero del avión presidencial rumbo a Qatar y Suiza, inexplicable integrante de la comitiva oficial del jefe de Estado, Muñoz es el hombre del correísmo en la Universidad Central. El sábado anterior vimos al presidente de la República jugarse por él, poner las manos al fuego por él como probablemente no las había puesto por nadie desde que las puso por su primo Pedro Delgado.
Los actos de violencia que se produjeron el pasado 16 de julio en la sede de la FEUE, ubicada en los predios de la Universidad Central, son del dominio público. Entre varios contusos hubo dos estudiantes, Alicia Maya y Pamela Paredes, heridas con arma afilada: la primera de ellas, con cortes en la quijada; la segunda, con una incisión profunda en el brazo derecho, un tajo impresionante de 15 centímetros de profundidad que amenaza con afectar la movilidad de su mano para siempre. Ellas forman parte del llamado Movimiento Estudiantil José Carlos Mariátegui, un grupo opuesto al proyecto universitario del correísmo y que acusa a Muñoz de haber prorrogado indebidamente sus funciones como presidente de la FEUE, cargo que debía abandonar tiempo atrás y continúa ejerciendo. En eso precisamente se encontraban, en una sesión convocada para exigir a Muñoz explicaciones, cuando se apagaron las luces de la sala y empezó la violencia.
Las dos heridas identifican a Muñoz como su agresor. Aseguran, además –y hay testimonios y videos que lo corroboran– que el hombre de Correa en la FEUE cuenta con fuerzas de choque integradas por pandilleros, gente lumpen ajena a la universidad que actuó ese día destruyendo y repartiendo garrote. Muñoz, en cambio, devuelve las acusaciones, endilga a las víctimas la responsabilidad de la violencia, imagina que se cortaron cuando rompían los vidrios de la FEUE y, para completar con el guión del correísta perfecto, acude a la fiscalía y pone una denuncia. Una denuncia formal contra las víctimas. O sea que el caso está en manos de la justicia correísta. El fiscal Galo Chiriboga prepara ya sus primeras indagaciones.
Rafael Correa, sin embargo, no necesita de investigación alguna. Para él todo está clarísimo. El movimiento José Carlos Mariátegui, asegura, es el más extremista de cuantos grupúsculos fanatizados forman parte del MPD. Si estuviéramos en el año 2007, los usaría para ocupar la sede del poder electoral e invadir a golpes el Congreso. Pero estamos en 2015. En consecuencia, no puede sino acusarlos de la invasión del local de la FEUE y la agresión de Carlos Muñoz y sus pacíficos compañeros. No hay otra posibilidad. A Muñoz, dice el presidente, lo apuñalaron en la mano. Y sí, tiene una herida en la palma, herida que, según testigos, se infligió él mismo con el pedazo de vidrio que utilizó para atacar a sus oponentes. De creer al presidente (cosa que nadie tiene por qué hacer pues el presidente miente siempre), fue Alicia Maya quien arremetió contra Muñoz a quijadazos en las manos. Y si esa es la versión oficial de los hechos expuesta por el propio presidente de la República, ¿se atreverá Galo Chiriboga a contradecirla?
En 2007, los garroteros del correísmo cumplieron un importante papel histórico. Recuérdese que el movimiento oficialista no tenía representación en el Congreso en ese entonces, así que su proyecto de convocar a una Asamblea Constituyente peligraba. Había que asegurarlo con medidas intimidatorias y contundentes. Así se hizo. En la siguiente legislatura, la que presidió Fernando Cordero, los garroteros fueron sustituidos por las no menos violentas damas de la Plaza Grande, versión criolla de las pavorosas tricoteuses de la Revolución Francesa. Ellas permanecieron estacionadas durante meses ante el edificio de la Asamblea o se desplazaban adonde hiciera falta una demostración de fuerza y de apoyo popular. Fueron ellas quienes atacaron el carro en el que Lourdes Tibán se movilizaba con su bebé de meses; quienes acosaron a la hija del coronel César Carrión hasta quebrarla; quienes hicieron imposible la libre movilidad de todos los contendientes del gobierno en los juzgados, desde los directivos de diario El Universo hasta los autores de El gran hermano.
¿Y ahora? ¿Acaso la época de los garroteros vuelve? La presencia de un dirigente como Carlos Muñoz en la Universidad Central, su discurso, sus métodos, los episodios que protagoniza, su mediocre desempeño estudiantil, tan lejos de la cultura de la excelencia y la meritocracia que dice defender el gobierno, todo eso es una demostración de los verdaderos alcances de la reforma universitaria de la que tanto se precia el correísmo. El hecho de que el presidente ponga por él las manos en el fuego (¡el presidente de la República jugándose por un dirigente estudiantil, a ver ni nos entendemos!), nos lleva a un peligroso territorio de impunidades y valores trastocados. Y mientras la calle se calienta por momentos, Ricardo Patiño cambia la cancillería por la organización de las bases correístas para defender la revolución, para recuperar la capacidad perdida de llenar la Plaza Grande en el tiempo récord de dos horas. ¿De qué está hablando el correísmo sino de fuerzas de choque para las luchas callejeras? ¿Cómo conciben esas luchas callejeras sino en términos de estrategias militares? Ya es mucho. Defendiendo a garroteros, organizando la guerra, el gobierno está jugando un juego peligroso. Está armando las conciencias de la gente. Y cuando las conciencias están armadas, las manos se arman por sí solas, nada más fácil.