lunes, 29 de diciembre de 2014

Simón Pachano
Lunes, 29 de diciembre, 2014
No muerdas la mano
Muchos de quienes pusimos nuestra firma en los comunicados de apoyo a la Conaie sabíamos que estábamos cumpliendo con un compromiso ético que no tendría resultados prácticos. Era un reconocimiento a la vigencia de una organización –en realidad, de un movimiento social– que cambió radicalmente la política, la cultura y, en general, el convivir nacional. Pero, sobre todo, era una declaración de principios, de reivindicación del derecho a la discrepancia, a la autonomía organizativa, a la expresión directa y sin condicionamientos de la sociedad. La protesta contra la decisión de quitarle el uso del local en que ha venido funcionando por dos décadas está por encima de la opinión acerca de la línea seguida por sus dirigentes.
Se sabía que era un acto destinado al fracaso no solo porque existe el antecedente de la negativa constante del Gobierno a escuchar otra cosa que no sean aplausos y alabanzas casi religiosas, sino porque en el tipo de régimen que se está implantando no hay espacio para la autonomía y la discrepancia. Concretamente, no hay lugar para la política, porque esta es debate, divergencia, confrontación, exposición abierta de posiciones y, como resultado de todo ello, acuerdos o desacuerdos (sí, desacuerdos, que pueden y deben procesarse abiertamente). La línea marcada en los últimos ocho años busca eliminar todo ello. Es la despolitización de la sociedad, en nombre de un Estado que la representa. A este le corresponde definir el rumbo, tomar las decisiones. La sociedad debe acatar, aplaudir, cantar loas.
Si a alguien no le había quedado claro, en su monólogo sabatino el líder se encargó de explicarle. Allí repitió sus ideas (tan parecidas a las de Benito, el italiano) sobre quiénes pueden y quiénes no pueden hacer política. La primera condición es haber ganado elecciones. La Conaie no cumple con ello, por tanto, debe quedarse callada y sufrir el desalojo por su insolencia. Pero, si eso no fuera suficiente, debe ser expulsada del edificio porque lo ha utilizado para realizar reuniones políticas y, como agravante, lo ha hecho con personas de la oposición. Todo ello, además, documentado con videos, para que no queden dudas, porque el Gran Hermano todo lo sabe, todo lo ve. En fin, en tiempos de revolución ciudadana, una organización social, “un colectivo” en los términos plasmados en la Constitución, debe saber a lo que se expone al participar en política.

La lección de fondo se sintetiza en el dicho que aconseja no morder la mano que te da de comer. Si el Estado, materializado en el gobierno (en este, no en cualquiera), te entrega algo –digamos un edificio o simplemente la personería jurídica para que existas socialmente–, tu obligación es lamer esa mano. Utilizar un edificio o tener registro legal no son tus derechos, son dádivas concedidas por quien está arriba, quien vela por ti, quien habla por ti. Como bien sabemos, por siglos de colonia y de régimen de haciendas, las dádivas no se pagan con mordeduras ni con ruidosos ladridos. Se baja la cabeza y se agradece.(O)

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