lunes, 22 de diciembre de 2014

Simón Pachano
Lunes, 22 de diciembre, 2014
Ni derrota ni triunfo
Con el reestablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos se cerró la antepenúltima trinchera de la Guerra Fría. La penúltima será el fin del bloqueo y la última llegará, desde el otro lado del mundo, con el fin del régimen dinástico de los amados miembros de la familia Kim. Cuando todo ello ocurra, el mundo habrá cerrado el ciclo de cambios que comenzó simbólicamente con la caída del Muro de Berlín. No se puede adelantar gran cosa sobre los tiempos en que se darán los próximos pasos, pero es posible afirmar que la consecuencia directa e inevitable de esta decisión será el fin del bloqueo. No tendría sentido establecer relaciones diplomáticas, después de más de cincuenta años de inmovilismo y tozudez, si no existiera un objetivo de mayor alcance.
De las palabras de Obama, que reconoció el fracaso de la política impulsada hasta ahora, así como de las de Castro, que aludió al bloqueo como el principal problema a resolver, se deduce que ese será el tema que ocupará la atención de ambos gobiernos. Las medidas consignadas en el acuerdo –básicamente de carácter económico– anticipan lo que está por venir. Es probable que se imponga el sentido común y se acabe de una vez por todas con una medida que, a más de oprobiosa y criminal, era ineficaz.
Sin embargo, el camino no será fácil. Los sectores radicales de ambos lados harán lo posible por boicotear el acuerdo, impedir el pleno restablecimiento de las relaciones, e incluso buscar que se mantenga el bloqueo. Cada uno de los presidentes deberá enfrentar, a su manera, a los respectivos halcones. Obama tendrá que lidiar institucionalmente con la mayoría republicana en el Congreso y, en otro plano, deberá neutralizar a los dirigentes cubanos de la Florida. Unos y otros ya expresaron su desacuerdo y hablaron de traición. El fundamentalismo se acompaña, en ambos casos, de poderosos intereses económicos que lucran de la situación actual. Será una oposición dura, que lleva a preguntarse por el momento escogido, cuando está dejando el cargo (un lame duck, en el argot gringo) y no cuando tenía mayoría y gozaba de apoyo.
Castro, por su lado, deberá buscar el equilibrio entre las diversas tendencias internas del Partido, que se mueven entre las sombras y no pueden declarar abiertamente sus intereses. Aún quedan muchos dinosaurios a los que será difícil convencer de las ventajas de la diplomacia, pero también están los que quieren que pise el acelerador a fondo. Al mismo tiempo, deberá manejarse con habilidad ante todo el cubanismo latinoamericano (en su mayoría es más guevarista que Guevara) que exigirá posiciones duras ante el que consideran un enemigo derrotado y debilitado hasta la extenuación. A algunos presidentes de los países del ALBA no les agradará –como ya lo expresó el hermano Evo– una buena relación entre Cuba y Estados Unidos.

De lado y lado tardaron más de medio siglo en comprender que acudir a la diplomacia no significa derrota ni triunfo. Algo tarde, pero finalmente lo han entendido. (O)

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