Contra viento y Correa
Este es el relato de la odisea
de Yasunidos y la Caravana Climática hacia la Cumbre Climática en Lima. Es una
crónica testimonial de primera mano de quien fue uno de los pilares de la
expedición en territorio Ecuatoriano. Esta es la primera parte de esta historia.
15 de diciembre del 2014
MATEO MARTÍNEZ
Primera Parte
1. Persistencia de la memoria bajo el cielo de
Piura
Estoy
recostado sobre dos docenas de maletas, bolsas de dormir, colchonetas y otro
equipaje sobre el piso de tierra de un estacionamiento de buses en Piura, luego
de cuatro días de persecución y tres noches casi sin dormir desde que salimos
de Quito. Afuera, el frenesí de la ciudad infestada de taximotos, el olor a
anticuchos asándose, la música chicha a todo volumen. La Luna por entre las nubes
anaranjadas del cielo peruano y yo aquí, luchando contra el cansancio y
preguntándome a mitad del camino, cómo empezar a narrar esta historia. Faltan
un par de horas para abordar el bus que nos llevará finalmente a la Cumbre
Climática de Lima, y monto guardia sobre lo que alcanzamos a sacar al apuro de
nuestro bus, incautado por el gobierno de Rafael Correa tras varios episodios
de hostigamiento en la carretera.
Pienso en mi
amigo, que a esta hora todavía se encuentra en Guayaquil peleando por recuperar
la que es también su casa: un bus escolar Ford eco-modificado de 1988 que
-según cuenta-, rescató del olvido en el desierto de Arizona.
Quizá
esta historia -para mí-, comienza hace unos dieciocho años cuando conocí a
Christian Rosendahl Guerrero, piloto del Che Bus de la Caravana Climática,
deambulando con su guitarra por entre las calles del tradicional barrio de La
Floresta, en Quito. Pienso en mi amigo, que a esta hora todavía se encuentra en
Guayaquil peleando por recuperar la que es también su casa: un bus escolar Ford
eco-modificado de 1988 que -según cuenta-, rescató del olvido en el desierto de
Arizona. Recuerdo tiempos felices de ensoñación y adolescencia, el sol de
verano azul quiteño cuando salíamos a tocar canciones de Bob Dylan en algún
parque, o esas noches de asar salchichas y beber unas cervezas, ver The
Rocky Horror Picture Show en VHS o escuchar hipnotizados el
jazz-fusión de The End of the Game de Peter Green; mientras
hablábamos sobre los enamoramientos, las utopías y las luchas sociales que
bullían en el país en plena larga noche neoliberal.
O
empieza talvez en Ciudad de México hace un par de años, cuando volví a
encontrarme con Christian habitando ya su bus y trabajando varios proyectos en
el Chanti Ollin, una casa okupa cerca del bosque de Chapultepec. Durante
un largo tiempo se había estacionado dentro de la Universidad Nacional Autónoma
de México, UNAM, junto al auditorio Justo Sierra de la Facultad de Filosofía y
Letras, ocupado desde la huelga de 1999 y rebautizado como “Che Guevara”. De
ahí el nombre casi legendario de Che Bus, también conocido bajo el alias de
“Bus Lee”, pues estaba decorado con un grafiti en homenaje al activista anti
globalización surcoreano Lee Kyung-hae, que se suicidó como forma de protesta
ante una barricada policial en la cumbre de la OMC en Cancún, allá por el 2003.
No era raro ver a Christian con su bus apoyando solidariamente los procesos de
comunidades en Michoacán, Guerrero, Oaxaca y Chiapas; o las protestas del
movimiento estudiantil #YoSoy132, que se oponía al retorno del PRI al
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