OPINIÓN: Los salones de clase se convierten en
campos de batalla
El más reciente
ataque contra una escuela pakistaní subraya la vulnerabilidad de los niños en
los conflictos armados de la actualidad
Por Gayle
Tzemach Lemmon
Miércoles, 17 de diciembre de 2014 a las 13:50
Miércoles, 17 de diciembre de 2014 a las 13:50
Nota
del editor: Gayle Tzemach Lemmon es investigadora y
subdirectora del Programa Mujeres y Política Exterior del Council on Foreign
Relations. Escribió el libro The Dressmaker of Khair Khana, en el que cuenta la historia de una niña afgana cuyo negocio
creó empleos y esperanza durante la época del Talibán.
(CNN) — "A mi
alrededor mis amigos yacían heridos y muertos".
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Esta no es la confesión de un soldado endurecido por la batalla que se
enlistó para pelear una guerra por su país. Son las palabras de un niño de 15
años que yace en la cama de un hospital en Peshawar, Pakistán, luego de que los militantes del Talibán atacaran su escuela en un acto
de salvajismo tan sangriento y descarado que llamó la atención de un mundo que
es cada vez más indiferente a la crueldad que compite por su atención.
En una época en la
que hay bombardeos en patios de juegos en Siria, secuestros de estudiantes en
Nigeria, cierres de escuelas para niñas en Afganistán y conflictos en tiempo
real, el ataque contra la Escuela Militar Pública de Pakistán puso de relieve
una vez más el peligro al que los niños están expuestos por el simple hecho de
ir a la escuela.
¿Estamos preparados
para que las escuelas se vuelvan el frente de batalla? Es una pregunta a la que
todos debemos responder.
El ataque en Peshawar
no fue un hecho aislado. Simplemente fue más grande y más horripilante que la
masacre anterior.
"En 2013 se
reportaron ante Naciones Unidas 78 ataques contra escuelas, maestros y
estudiantes en Pakistán", señala un comunicado de prensa del representante
especial de la ONU para los niños y los conflictos armados.
Esta mañana las
condenas no se hicieron esperar, entre ellas la de una lideresa mundial que
vivió en carne propia esa violencia letal.
"Condeno estos
actos atroces y cobardes", dijo la ganadora del Premio Nobel de la Paz,
Malala Yousafzai, en un comunicado.
Hace dos años, el
Talibán le disparó a quemarropa a la adolescente pakistaní en el autobús
escolar en represalia por su defensa elocuente de la educación de las niñas del
Valle del Swat, en la provincia de Khyber Pakhtunkhwa. La capital de esa
provincia es Peshawar, sitio del ataque del martes 16 de diciembre.
La violencia tampoco
es algo nuevo. Los niños son el frente de batalla en los conflictos armados con
cada vez más frecuencia. En una entrevista devastadora, una niña llamada
Margaret cuenta que 14 de los soldados de Joseph Kony la secuestraron en su
escuela para niñas en el norte de Uganda en 2004. La obligaron a ser su esclava
sexual y a tener a sus hijos.
Fue una de los
incontables niños a los que el Ejército de Resistencia del Señor de Kony obliga
a ser soldados y esclavos.
Las escuelas se
vuelven campos de batalla, por lo que la necesidad de protegerlos nunca ha sido
tan apremiante.
Ciertamente la
educación es una de las armas más potentes en la lucha por la estabilidad y la
seguridad mundiales. Otro ganador del Nobel, el economista Amartya Sen,
escribió que no hay una ruta más clara hacia el desarrollo económico y por ende
a la paz que la educación.
En 2011, 57 millones
de niños no iban a la escuela; la mitad se encontraba en países en los que hay
conflictos armados. Eso debería preocupar a cualquier persona que quiera un
mundo estable, pacífico y seguro.
Sin embargo, hoy en día hay millones de niños refugiados en Siria que no
van a la escuela. Se está llevando a cabo una campaña llamada No Lost Generation (no a una generación perdida)
para conseguir financiamiento para la educación y apoyo para estos niños,
aunque aún faltan muchos recursos.
"Antes de la
guerra, casi todos los niños de Siria estaban inscritos en la escuela",
según la organización benéfica Save the Children. Hoy, "Siria registra la
peor tasa de inscripciones en el mundo con casi tres millones de niños sirios
en edad escolar que ya no van a la escuela".
Se podía sentir la
frustración en un evento que el Enviado para la Educación de la ONU, Gordon
Brown, organizó en septiembre de 2014.
Todo el mundo
coincidió en que la educación es la clave para garantizar que millones de niños
sirios tengan una oportunidad en el futuro. Pero lograr que el mundo saque su
cartera para mantener a los niños en cualquier clase de aula ha sido un desafío
mayor.
Una de las personas
que luchan por un mundo más seguro es Beatrice Ayuru Byaruhanga, fundadora de
la Lira Integrated School en el norte de Uganda, región que alguna vez sufrió
el azote de la violencia.
Ayuru es una pionera
(se graduó de la universidad) que creció y vendió mandioca para financiar una
escuela en la que se combatiría el analfabetismo y la pobreza y se pelearía por
el derecho de los niños a seguir estudiando.
"Durante la
guerra siempre corríamos con los niños desde la escuela hacia el pueblo para
esconderlos", contó Ayuru a un reportero. "Luego, durante el día los
recogíamos en el pueblo para regresar a clases".
Ayuru no se dejó
acobardar por la violencia que la rodeaba.
Tampoco Malala
Yousafzai. "Yo, junto con millones de personas más en todo el mundo, lloro
por estos niños, mis hermanos y hermanas, pero nunca nos derrotarán", dijo
Yousafzai en su comunicado.
Esa determinación
será necesaria para la batalla que se avecina.
Los rebeldes
demostraron que no se detendrán ante nada para llevar la lucha hasta el
Ejército pakistaní. Además dejaron en claro qué hay en juego.
Quienes se preocupan
por el futuro, no solo el de sus propios hijos, sino de la estabilidad y
prosperidad del mundo que heredarán, deben estar de acuerdo en que el mundo
necesita más Malalas y Beatrice Ayurus si queremos que haya menos días
sangrientos como este.
Deben financiar,
respaldar y defender el derecho de cada niño a tener un salón de clases que no
haga las veces de campo de batalla.
Es una lucha
compartida en la que todos tenemos algo que perder.
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