La Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA
acaba de nombrar un nuevo Relator para la Libertad de Expresión. Con el tiempo
se ha vuelto un cargo casi tan importante como el de secretario general. ¿Hay
cambios de línea o de agenda? ¿Ecuador se queda tranquilo? El elegido fue
apoyado por el gobierno uruguayo.
Ricardo Uceda
La forma cómo la OEA supervisa las garantías que permiten
funcionar libremente a la prensa produjo un intenso debate entre los países
americanos. Los gobiernos del ALBA, en su momento agrupados por Hugo Chávez,
rechazan ser señalados como agresores de los medios a través de la Comisión
Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Los abusos están documentados por la
Relatoría para la Libertad de Expresión, que pertenece a la CIDH. Resultan,
entre otros, expuestos Venezuela y
Ecuador, donde el control social comienza por el debilitamiento de la prensa
independiente. Ambos países protestan. Pero la realidad política es que la CIDH
y la Relatoría adquirieron mayor autoridad moral que la OEA misma.
Es una situación paradójica. Se explica porque, de parte de la
CIDH, la fundamentación es impecable, mientras que la OEA es incapaz de hacer
respetar los estándares democráticos en naciones gobernadas autoritariamente.
No es exagerado decir que el nombramiento del funcionario que vigila la
libertad de expresión en la CIDH es más delicado que el del secretario general
de la OEA. Veámoslo así: ¿quién fue más relevante para la democracia regional:
el chileno Miguel Insulza o la colombiana Catalina Botero? Esto viene a cuento
porque Botero concluyó su mandato de seis años al frente de la Relatoría para
la Libertad de Expresión. El
nombramiento de su reemplazo tuvo un complejo, tenso contexto.
ACCIÓN Y REACCIÓN
Una de las maneras de apreciar la relevancia de la Relatoría
es la cantidad de fallos que emiten jueces latinoamericanos citando sus
informes anuales o temáticos. Hay sentencias de Brasil, de Colombia, de México,
y de otros países, que se fundan en sus documentos para amparar derechos de
informadores.
Otro indicador: la gran cantidad de correspondencia entre la Relatoría
y los distintos gobiernos. En algunos casos estos piden opinión consultiva,
como hizo Brasil antes de modificar su Código Penal. En otros, la Relatoría
hace observaciones resultantes de la supervisión, hacia casi todos los países.
El informe anual señala, por ejemplo, objeciones a las medidas restrictivas a
la libertad de expresión impuestas por la vigilancia antiterrorista de los
Estados Unidos. Y reseña también las respuestas norteamericanas. Ecuador no
acepta la supervisión.
Ecuador lideró, inicialmente acompañado por Argentina y
Brasil, y después abandonado por ellos, un proceso para quitarle a la Relatoría
dos pilares básicos: financiamiento propio –el millón de dólares de su
presupuesto procede de cooperación internacional– e independencia para hacer
sus reportes. El marco eufemístico era el fortalecimiento de la CIDH. La
discusión en la OEA duró tres años, y al final se modificaron algunos
parámetros de la comisión, pero no los que pretendía Ecuador, mientras hacía
bullying contra la Relatoría. Pese a que Catalina Botero dedicó buena parte de
su tiempo a defenderse, respondió con informes incontrastables. En 2013,
Ecuador protestó oficialmente en la OEA por el reporte anual de la Relatoría,
exigiendo disculpas públicas de la CIDH. Ese año intentó que la OEA cambiara su
composición a fin de que incluyera a un alfil del ALBA. Integran la CIDH siete
personalidades de alta autoridad moral y experiencia en derechos humanos,
elegidos a título personal por la Asamblea General de una lista propuesta por
los Estados. Una vez nombrados, los comisionados se autogobiernan. Pero Erick
Roberts, el candidato ecuatoriano, no alcanzó la votación requerida. Los más
votados fueron de México y los Estados Unidos. Lo cual demostró que una mayoría
en la OEA desea que la CIDH siga siendo independiente e integrada por
comisionados de calidad.
Botero defendió como leona los informes de su oficina. Tal
vez otro Relator, con menos coraje y solidez jurídica, hubiera cedido más
terreno. “Ecuador es, después de Cuba, el país que tiene la legislación más
restrictiva sobre libertad de expresión en la región”, dijo la semana pasada al
diario español El País. Su sucesor trabajará en otro contexto, aunque
difícilmente de menor tensión.
PUNTA DE LANZA
La reemplaza el uruguayo Edison Lanza, visiblemente apoyado
por el gobierno de su país. Sin pertenecer al ALBA, Uruguay, definidamente
izquierdista, se lleva bien con sus miembros. Así pues, salta una primera
pregunta: ¿habrá un cambio de línea?
Al Relator no lo nombran los gobiernos sino los miembros de
la CIDH, en forma autónoma. Pero su elección es un proceso en el que todos
pueden opinar sobre los candidatos: gobiernos, organizaciones de la sociedad
civil, personalidades. En esa medida, Uruguay mostró preferencia por su
compatriota así como Ecuador lo hizo por el argentino Damián Loreti, uno de los
impulsores de la Ley de Servicios de
Comunicación Audiovisual en su país. El lobby uruguayo pudo dar algún resultado
con algún comisionado. Un viejo periodista que habló con el presidente José
Mujica de la candidatura de Lanza le escuchó decir que hablaría con Lula al
respecto. Lula tenía cercanía con el comisionado brasileño Paulo Vannuchi,
quien fue asesor de su gobierno y dirigió su campaña electoral. De acuerdo con
actores del sistema interamericano consultados para esta nota, un factor que
explica la elección de Lanza es, precisamente, su nacionalidad. Pero no es el
único.
Según las fuentes, la CIDH puede haber preferido a un
candidato respaldado por el gobierno uruguayo porque este no se alinea con los
países del ALBA y ni con Estados Unidos y Canadá. “Mujica puede sentarse con
Obama y no es percibido como proimperialista, ni lo creerán chavista porque se
reúne con Maduro”, dijo una de ellas. La situación le daría juego con ambos
sectores, polarizados en varios temas, especialmente en materia de derechos
humanos. Es el mismo potencial que anima a Uruguay a lanzar la candidatura de
su canciller, Luis Almagro, a la secretaría general de la OEA que deja el
chileno Miguel Insulza en febrero del 2015.
EL MÁS APOYADO
El otro factor, más importante, son las credenciales y
cualidades de Lanza, un periodista que se hizo abogado mientras trabajaba como
reportero en el semanario Búsqueda de Montevideo. Ya recibido en Leyes,
defendió a los trabajadores ante la empresa, luego a la empresa ante terceros y
finalmente a los gremios y asociaciones de libertad de expresión. En la última
década fundó el Centro de Archivo y Acceso a la Información Pública, CAINFO,
una de las más importantes instituciones latinoamericanas de su género. Por eso
fue quien hizo la mejor entrevista personal ante los comisionados y quien
recibió más adhesiones de organizaciones civiles de América Latina. De su
trayectoria, que puede leerse en la página web de la CIDH, merece destacarse su
amplio trajinar en casi todos los recodos de los derechos cuya observancia va a
supervisar. Pero junto con ello, destacó por su ecuanimidad y amplia
disposición para el diálogo, un rasgo que acaba de exhibir cuando declaró,
luego de su designación, que no quiere que los Estados perciban a la CIDH como
un enemigo. Está pintando a la Relatoría como un elemento de apoyo a los
gobiernos para afianzar el sistema de protección de derechos humanos que todos
ellos han construido.
¿Funcionará este ramo de olivo? Hay escépticos que le
vaticinan a Lanza una corta luna de miel con Ecuador, donde existe legislación
que castiga contenidos que no concuerdan con la idea informativa que tiene el
censor. “Ellos no aguantan pulgas, y si no obtienen el silencio de la Relatoría
pegarán para ser temidos”, dijo una fuente de la OEA. Por otra parte, Lanza
plantea nuevos temas, algunos de los cuales generan resquemor en sectores
conservadores. Por ejemplo, la idea de que la libertad de expresión no se
consuma con la falta de represión, sino que es necesario que los Estados
intervengan para que haya más pluralismo y diversidad y menos concentración de
medios. ¿Cómo? Por ejemplo, mejorando los estándares de digitalización de los
medios que usan esta tecnología, o dando mayor acceso a nuevos sectores al
espectro radioeléctrico, o favoreciendo un sistema independiente de medios
públicos. Parte de esta agenda se ha desarrollado en Uruguay sin que la
sociedad se polarice. En Perú es una discusión nueva. Nadie sabe si se abrirá.
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