Amy Goodman, con la colaboración de Denis Moynihan
“Odio la guerra”, afirmó Koji Hosokawa cuando nos
encontrábamos junto a la llamada Cúpula de la Bomba Atómica en Hiroshima,
Japón. En un extremo del Parque Conmemorativo de la Paz de Hiroshima se erige
el esqueleto de un edificio de cuatro pisos. El edificio fue uno de los pocos
que quedaron en pie después de que Estados Unidos lanzara la bomba atómica en
Hiroshima el 6 de agosto de 1945 a las 8.15 de la mañana. Tres días más tarde,
Estados Unidos lanzó una segunda bomba en Nagasaki. Cientos de miles de civiles
murieron, muchos al instante y otros tantos lentamente como consecuencia de
quemaduras graves y de lo que más tarde pasó a conocerse como enfermedades
provocadas por la radiación.
El mundo observa horrorizado los diversos conflictos
militares de la actualidad, que dejan tras de sí solo más destrucción. En Libia
y en Gaza, en Siria, en Irak, Afganistán y Ucrania. No muy lejos de los muertos
y los heridos de esos conflictos, los misiles nucleares aguardan alertas, en
espera del terrible momento en que la arrogancia, un accidente o la falta de
humanidad provoquen el próximo ataque nuclear. “Odio la guerra”, reiteró
Hosokawa. “Odio la guerra, no a los estadounidenses. La guerra vuelve locas a
las personas”.
En 1945, Koji Hosokawa tenía 17 años. Trabajaba en el
edificio de la compañía telefónica, a menos de 3 kilómetros de distancia de la
zona cero, donde cayó la bomba: “Estaba a tres kilómetros hacia el noreste de
esta zona. Allí fui expuesto a la bomba. Había un edificio muy robusto, de modo
que sobreviví de milagro”. Su hermana de 13 años no corrió con la misma suerte:
“Mi hermana menor también había ido a trabajar y se encontraba a 700 u 800
metros de distancia del hipocentro y allí fue expuesta a la bomba. Estaba con
una maestra y los alumnos. En total, las 228 personas que estaban allí junto a
ella murieron”.
Caminamos por el parque hacia el Museo de la Paz de
Hiroshima. Allí se exhiben las imágenes de la muerte: las sombras de las
víctimas quemadas proyectadas en los muros de los edificios, las fotografías
del caos que sobrevino a la bomba y de las víctimas de la radiación. Casi siete
décadas más tarde, a Hosokawa aún se le llenan los ojos de lágrimas al relatar
lo sucedido. “El mayor dolor de mi vida es que mi hermana menor haya muerto por
la bomba atómica”, sostuvo.
Un día antes de reunirme con Koji Hosokawa estuve en Tokio,
donde entrevisté a Kenzaburo Oe, ganador del Premio Nobel de Literatura.
“Cuando era niño, a los 12 años de edad, Japón ingresó en la guerra y fue al
final de la guerra que Japón sufrió los bombardeos de Hiroshima y Nagasaki. En
aquel entonces sufrí una gran conmoción, pero también mi madre, nuestras
familias, todas las personas en aquel entonces estaban azoradas por la bomba
atómica. Se trataba de la mayor catástrofe que jamás habíamos experimentado,
por eso el sentimiento de tener que sobrevivir a esto, de superarlo y empezar
de nuevo fue muy poderoso”.
Ahora, con casi 80 años, Kenzaburo Oe ha reflexionado mucho
acerca de la conexión que existe entre la bomba atómica y el desastre de
Fukushima, la planta nuclear que colapsó cuando un terremoto y un tsunami
devastadores azotaron Japón el 11 de marzo de 2011. El Premio Nobel le dijo al
periódico francés Le Monde: “Hiroshima debe quedar grabado en nuestra memoria:
es una catástrofe más terrible que los desastres naturales porque fue provocada
por el hombre. Repetirla, al mostrar la misma falta de respeto por la vida
humana con la construcción de plantas de energía nuclear, es la peor traición a
la memoria de las víctimas de Hiroshima”, afirmó.
Tras el desastre de Fukushima, Oe afirmó: “Todos los japoneses
sintieron un profundo arrepentimiento …El aire que se respiraba en Japón era
casi el mismo que tras la bomba de Hiroshima al finalizar la guerra. Debido a
este clima, el Gobierno [en 2011], con el consentimiento de la población
japonesa, prometió deshacerse o desactivar las más de 50 plantas nucleares de
Japón”, sostuvo el Premio Nobel.
Sobrevivientes de la bomba atómica como Koji Hosokawa,
escritores como Kenzaburo Oe, al igual que cientos de miles de personas que
ahora son ancianas, han sido testigos del surgimiento de la era nuclear en 1945
y han vuelto a experimentar sus devastadoras posibilidades recientemente en
Fukushima. A pesar de plantear riesgos diferentes para la humanidad, hay un
vínculo entre los arsenales de armas nucleares y las plantas nucleares, ya que
los productos derivados de algunas plantas nucleares pueden utilizarse como
material para fabricar ojivas nucleares. Ya sea que se trate de un acto de
guerra, de un acto de terrorismo proveniente de un arma nuclear que cayó en
manos de un actor no estatal o de un accidente en una planta nuclear, los
desastres nucleares son terriblemente destructivos, pero son totalmente
evitables. Necesitamos una nueva forma de pensar, un nuevo esfuerzo para
eliminar las armas nucleares y pasar a utilizar energía segura y renovable en
todo el mundo.
Cuando nos íbamos del Parque de la Paz de Hiroshima, Koji
Hosokawa me pidió que me detuviera. Me miró a los ojos y me dijo que no me
olvidara de las víctimas: “Todas esas personas vivían aquí”, afirmó. “Vivían
aquí”.
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