Por: Francisco Febres Cordero
Me encantó saber que no solo de la revolución ciudadana vive
el hombre (y la mujer, claro), sino de toda palabra que sale de la boca del
pensador, el Buda, el Dalái Lama, el san Francisco de Asís de este gobierno,
quien cumple las funciones de secretario del Buen Vivir y ha dado a conocer el
camino para que todos, por fin, alcancemos la felicidad.
Con solo ver la imagen del fraile Freddy Ehlers siento tanta
paz interior que levito. O sea levito verle mucho, porque me da miedo ascender
al cielo diuna, sin pasar por Go.
Todos deberíamos seguir su ejemplo. Para eso, creo que lo
primero que deberíamos hacer es comprarnos un sombrero de paja toquilla y no
sacárnoslo nunca. Pero nunca de los nuncas, ni en la mesa, ni mientras nos damos
un duchazo, peor mientras dormimos. Es que el sombrero, creo, cumple un rol
fundamental: evitar que se evaporen las ideas, primer paso para encontrar la
ruta de la felicidad.
El segundo es llegar al éxtasis de tener un presupuesto de
tres millones de dólares anuales, un sueldo de seis mil mensuales y la
categoría de ministro de Estado. O sea ese, francamente, es el paso más difícil
y para ello hay que pertenecer al rango no solo de los elegidos, sino de los
reelegidos indefinidamente. Es que no crean que el camino hacia la santidad del
buen vivir es fácil. No. Está lleno de espinas y para sortearlas hay que tener
una paciencia beatífica, como la del fraile Freddy.
A pesar de las erogaciones presupuestarias que son obra del
demonio, lo que hay que entender es que para alcanzar el buen vivir es menester
despojarse de los bienes materiales, entre los cuales no está el sombrero, pero
sí los zapatos y por eso el fraile Freddy se los quita cada vez que entra a una
reunión, sea pública o privada. Son los zapatos los que traen las malas
energías de afuera hacia adentro. De ahí que si uno comete la imprudencia de
llegar a una reunión en auto, hay también que sacarle las llantas, razón por la
que el fraile Freddy anda en burro, cuando anda.
Y como el fin del buen vivir, según el fraile Freddy, no es
económico, ha implantado unas prácticas que llenan a sus subalternos de
felicidad: los funcionarios hacen una pausa durante su actividad, se reúnen, se
toman de las manitos, cierran los ojitos, meditan, se lanzan entre sí unas
pelotitas y luego comparten frutas entre ellos. Después, felices, van a sus
escritorios a seguir planificando más felicidad para todos. Y todas.
Chuta, ahurita que me doy cuenta ese método es perfecto para
ser aplicado en las sabatinas. El Correa, por ejemplo, puede quedarse en su
cuarto, en posición de loto, meditando sobre los insultos que va a lanzar;
después de insultar puede comerse unas naranjas que le proporcionarán la tan
anhelada paz interior. Y a los que les insulta les puede mandar unas peras o
unos plátanos, para que también se dulcifiquen. ¡Qué buen vivir que sería ese!
Si realmente se aplica el Plan del Buen Vivir a cabalidad
podríamos, ¡qué alivio!, despreocuparnos de los asuntos económicos y comenzar a
endeudarnos con los hijos de Buda, para que nos den un poco de la paz interior
que ellos tienen a raudales. Ojalá los intereses sean solo al 2 por ciento y no
al 9.
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