Francisco Febres Cordero
Domingo, 17 de agosto, 2014
Todo comenzó porque el excelentísimo
señor presidente de la República cambió de opinión y, lo que antes le parecía
horrible, comenzó a parecerle lindo. Es que así mismo es nuestro excelentísimo,
qué le vamos a hacer: dice una cosa y después se desdice. Y entonces aclara que
lo que dijo antes se debía a una novatada, a un lapsus brutus (ay, no, perdón,
calamis nomás, después me han de meter juicio por decirle lapsus).
Aunque no lo reconozca, sus
modificaciones de criterio se deben a que ha madurado. En cambio, cuando
cometía novatadas no le llegaba todavía la luz del entendimiento porque no
había hidroeléctricas, creo.
¿Se acuerdan cuando le parecía
horrible la reelección indefinida? Y por eso dijo que él lo que quería era
estar con su familia y reelegirse indefinidamente pero solo como papá.
¡Qué novatada! ¿Cómo ha de decir
pues eso! ¿En qué estaría pensando? Por eso, cuando se volvió innovatado,
confesó que estaba pensando en reelegirse indefinidamente. ¡Qué madurez! ¡Qué
sindéresis! ¡Qué coherencia!
Lo cierto es que su abandono de
la novatada trajo como consecuencia un dilema: ¿Si ya le entraron las ganas de
reelegirse, hay o no que cambiar la Constitución, que no permite la reelección
de novatos. Ni de innovatos? Y surgió la pregunta: ¿Cómo cambiamos la
Constitución? Y vino la respuesta: facilito, con una enmienda por medio de la
cual donde la Constitución dice no, diga sí. Y, como es tan simple el cambio,
la enmendadura la puede hacer en un abrir y cerrar de ojos la Asamblea, que por
algo está integrada por una mayoría de enmienderos.
Todo estaba perfecto hasta que
¡zas!, aparecieron los malos a decir que no puede reformarse la Constitución
por una simple enmienda, sino que los cambios tienen que estar sujetos a
aprobación popular, vía consulta. ¡Chuta, qué malos que son los malos!
Total, ahurita estamos en el
punto en que los malos quieren ponerse a recolectar firmas para hacer una
consulta con dos preguntas: ¿Quiere que haya reelección inmediata e indefinida?
¿Quiere seguir con la dolarización o prefiere la moneda electrónica y que suba
el Glas (Ay no, qué bruto, no es el Glas, sino el gas).
En cambio, el excelentísimo señor
presidente de la República ha anunciado que él incluirá otras preguntas
trascendentales: ¿Qué piensa usted (y usteda) del acuerdo con la Unión Europea?
¿Le gustaría cocinar en el futuro con las cocinas de inducción? ¿Cuántas
hornillas quisiera que tengan? ¿Y cuántas ollas?
Todo esto, claro, si hay
consulta. Porque para que haya, los malos tienen que recolectar firmas y lograr
que los del Consejo Electoral las reconozcan y no digan que la mayoría son
falsetas, como las del Yasuní.
Si pierden y no hay consulta, los
asambleístas tendrán que seguir incorporando indefinidamente las enmiendas que
les envíe el excelentísimo señor presidente de la República durante los
próximos trescientos años.
Como el excelentísimo señor
presidente de la República nunca más caerá en la novatada de decir que no
quiere la reelección, habría que hacer otra consulta: ¿Cree que se merece
recibir el título de Enmienderum Perpetuom Constitucionaris Honoris Causa, en
el grado de Sumak Kawsay, dado por la Universidad del Yachay?
Chuta, ahí sí segurísimo que
barre.
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