Por: Simón Pachano
Con su gran sabiduría, el líder aconseja siempre ganar
elecciones antes de expresar alguna idea o de sostener una posición. Es un
revolucionario concepto de democracia que seguramente por modestia no lo
difundió en sus conferencias en las universidades gringas o desde el púlpito
barcelonés. Es una pena que no lo haya hecho, porque sin duda el público lo
habría valorado como un gran aporte a la teoría política. Ningún escenario
mejor para ello que la academia del primer mundo. Además, a los mandatarios de esos
países les habría proporcionado un excelente argumento para callarle a la
oposición que tanto daño les hace. Sobre todo en España, habría sido muy útil
para que el señor Rubalcaba y su PSOE entiendan que tienen que quedarse
callados, como buenos perdedores, y que deben escuchar mansamente al señor
Rajoy, porque él triunfó en los comicios.
Con la misma agudeza sostiene que no es conveniente una
consulta popular sobre el Yasuní porque la iniciativa de los ecologistas se ha
politizado. La novedosa teoría política –que solamente fue expuesta en alguna
entrevista dentro de la gira académica– establece que las consultas no pueden
tratar sobre temas políticos, ni deben ser apoyadas por personas que provengan
de ese campo. Desafortunadamente para los pobres mortales (tan necesitados de
guía en estos asuntos) y para la academia internacional (huérfana de luces) no
ha dicho aún sobre qué deben tratar las consultas ni quiénes tienen la facultad
de impulsarlas. Pero, de todas maneras, ya está claro qué es lo que no se debe
y no se puede hacer. Con eso basta y sobra porque lo importante es que queden
claros los límites. Que no se vaya a creer, como lo hicieron los ingenuos que
redactaron el artículo 104 de la Constitución, que la “ciudadanía podrá
solicitar convocatoria a consulta popular sobre cualquier asunto”. Son
infantilismos que pronto serán eliminados para estar a tono con la nueva
corriente teórica.
Una tercera lección de teoría política, de democracia y de
Estado de derecho ofreció con su reacción frente a los refugiados en una
comunidad amazónica. Primero fue el desconocimiento de las medidas cautelares,
que demuestra que no solamente las leyes nacionales, sino también los convenios
internacionales pueden y deben moldearse de acuerdo con las circunstancias. Claro,
porque nada está escrito en piedra. Después fue la inundación de la radio y la
televisión con cadenas dirigidas a limpiar su honor mancillado por una denuncia
infundada. Con ello quedó en claro que no importa que el juicio hubiera sido
planteado por él como persona particular y, en cambio, la utilización de
espacios en los medios lo hiciera como el detentor de un alto cargo.
Seguramente será un aporte a la teoría que tendrá su correlato en la práctica,
lo que significará que, de aquí en adelante, cualquier persona que haya sido
ofendida en su honor y haya ganado un juicio podrá solicitar esos espacios.
Será un avance enorme en la administración de justicia y en la equidad
ciudadana.
Con lecciones así, quien no aprende es porque no quiere.
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