Juan Pablo Albán es abogado especializado en Derechos Humanos
y académico de la U. San Francisco. Es finalista del concurso para cargo de
Relator Especial para la Libertad de Expresión, en reemplazo de Catalina
Botero. En esta entrevista traza el campo de lo que cree y de lo que hará, en
caso de ser elegido en julio, en Washington.
José Hernández
Director Adjunto
Entrevista
¿Quiere usted ir como
relator a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos?
No lo veo solo como un deseo. Me interesa seguir trabajando
en temas del Sistema Interamericano, pero a esta altura lo siento como mi
obligación. Creo que la persona que ocupe ese puesto, sea yo u otro, tiene que
ser un técnico en Derechos Humanos. Yo cuento con suficiente conocimiento,
experiencia y ganas para asumir ese reto.
¿Cuál es ese reto
puesto en el contexto actual pues, aunque las funciones del relator y de la
Comisión están claramente diseñados, hay gobiernos que las han minado?
Lo primero es dar continuidad a la labor extraordinaria que,
en estos 6 años, ha hecho Catalina Botero. Definitivamente deja la barra muy
alta. Es también procurar recomponer la relación con aquellos gobiernos que
estén dispuestos a mantener algún diálogo. Es evidente que varios gobiernos,
entre ellos el nuestro, no tienen ninguna intención de dialogar. Es importante
fortalecer la actividad de la relatoría que ha sido vista como un ente de
crítica política cuando, en realidad, es un ente de supervisión y desarrollo de
estándares. Creo que es importante trasladar esta idea de que somos un ente
coadyudante en una labor que toca a los gobiernos como garantes de los derechos
humanos.
¿Qué le hace pensar que
esa tarea es factible cuando, en su respuesta, usted dice que hay gobiernos,
incluido el ecuatoriano, que no quieren dialogar?
Pasa, creo, por la forma cómo la persona que ocupa el puesto
de relator afronte su cargo. Si asume que su obligación central es mantener
solamente una línea crítica y una confrontación política, seguramente los
resultados no van a ser muy positivos. Si desarrolla otras aristas de trabajo,
que son parte de los mandatos de la relatoría –y Catalina y los anteriores
relatores los han atendido pero tal vez con menor énfasis–, probablemente el
tono de la confrontación baje un poco.
En lo personal, siento estar en ventaja respecto de otros
candidatos por mi conocimiento del Sistema: fui funcionario durante 9 años,
tuve que interactuar con gobiernos y con la sociedad civil de distintos países
y conozco bien las dinámicas de los órganos de la OEA. No solo de la Comisión y
de la Corte sino de los órganos políticos de la OEA. Nuestro gobierno
seguramente va a tener mucha resistencia. Pero ser ecuatoriano facilita un poco
las cosas porque conozco bien el panorama interno, la idiosincrasia, la
rispidez característica del ecuatoriano: creo que eso me da facilidad para
entablar una conversación con el gobierno de Ecuador y con ciertos gobiernos
que están en la misma línea.
Esos gobiernos han tratado de convertir la Comisión en un
simple cascarón. ¿Se trata, entonces, de dialogar con esos gobiernos o de que
la OEA la defienda como parte del Sistema Interamericano de Derechos Humanos?
Es indiscutible que 55 años después de la instalación de la
Comisión, el órgano es perfectible. Pero ningún cambio puede pasar, así le
demos el nombre de fortalecimiento, por retirar funciones a la Comisión,
reducir su presupuesto o querer fijar su agenda y minar su independencia.
¿Cómo piensa que se
puede revertir esa tendencia? ¿Cómo hacer que los Estados miren la Comisión en
función de las atribuciones que le otorga su estatuto y no de sus conveniencias
políticas actuales?
La situación, de algún modo, ha empezado a revertirse sola
porque cada vez son más aisladas las voces que se levantan en contra del
Sistema. Mira lo que ha ocurrido en las últimas reuniones de los Estado Parte,
convocadas a instancias de Ecuador, fuera del seno de la OEA: los Estados han
enviado delegaciones de bajo nivel, no han logrado ni siquiera concordar los
puntos para la agenda y han tenido que levantarse sin haber completado la
reunión. Se evidencia que, cada vez, está más solo el Ecuador o este grupo de
países que pretende básicamente desmantelar el Sistema.
Esta situación se está dando de manera natural, pero tiene
que ir acompañada por una actitud más agresiva de la Comisión para buscar
aquellos Estados que siempre la han respaldado o tienen una historia que les
impide traicionar al Sistema. Pensemos en Argentina, por ejemplo. Se requiere
de ellos un apoyo político. Se requiere que, dentro de los órganos políticos
que es donde se discute este tipo de cuestiones, sean una voz de defensa de la
independencia y de las actividades de la Comisión, de su presupuesto y de su
personal para que pueda seguir trabajando.
El Gobierno ecuatoriano
ha pedido que la Comisión no esté en Washington. ¿Cuál es su posición?
El argumento sobre un posible cambio de sede no es
descartable. Ya hace más de una década Panamá había ofrecido ser la sede de la
Comisión para facilitar el acceso de los ciudadanos de la región. Sin embargo
no pasa solamente por descalificar el lugar donde ahora está la Comisión. Hay
una serie de factores que el Gobierno ecuatoriano y quienes han propuesto un
cambio de sede, no toman en cuenta.
¿Cuáles
específicamente?
El hecho de que el funcionamiento de la Comisión depende, de
manera directa, de su cercanía con la Secretaría General. Varios de los
servicios que requiere la comisión –traducciones, interpretación simultánea,
organización de viajes…–, dependen de otras unidades de la OEA que están en
Washington. Segundo, el personal de la Comisión es personal de la Secretaría
General de la OEA. Ese personal técnico que viene formándose durante años o
décadas, va a dejar de trabajar para la Comisión y eso va a debilitar su
actividad.
Hay otro factor que parece que el Gobierno en su discurso,
por lo menos hacia fuera, ya habría valorado: los costos de un traslado. No es
solamente el costo de la adquisición de una oficina o el flete de los
documentos de la Comisión. Hay costos mucho más significativos. Los sistemas
informáticos, por ejemplo, con los cuales se administra el sistema de casos y
peticiones, la revisión preliminar de denuncias, la construcción de los
informes… Todos han sido desarrollados para funcionar en ese espacio en
particular. Podríamos pensar en muchos otros factores que complican el
traslado. No es descartable, pero hay que ser más realistas.
Estados Unidos no ha
ratificado la Convención Americana sobre los Derechos Humanos. ¿La
consolidación del sistema de protección no requiere que lo haga?
En mi opinión, sí tenemos que seguir dando pasos hacia una
universalización del sistema. Ahora me parece injusto que se trate de atribuir
las consecuencias de esa falta de universalización a la Comisión. El
funcionamiento del sistema no puede depender de que unos Estados estén
inconformes porque otros no han ratificado los instrumentos. El mismo lobby
diplomático que hacen para descalificar y obtener votos para quitarle funciones
a los entes de supervisión, podrían hacerlo para tratar de obtener la voluntad
política de aquellos Estados que aún no ratifican, para que lo hagan ahora
mismo.
¿Qué piensa de la
propuesta del Gobierno de suplantar la Comisión por otra creada en el marco de
los países de Unasur?
Sería nefasto que, bajo el argumento de constituir nuevas
instituciones, se desmantele lo que hasta ahora hemos logrado. El Sistema
Interamericano empezó a construirse, en el ámbito de los Derechos Humanos, en
1948 y, a la fecha, no termina de consolidarse. La Unasur apenas estaría en
pañales, aprendiendo, generando experiencia pero, además, dependiendo de la
voluntad política de esos Estados que hoy quieren descalificar los entes
interamericanos de protección.
El Presidente acusa a la Comisión de haberse dado un
reglamento autónomo y de irrespetar, con sus intervenciones, la soberanía de
los Estados…
Creo que estas manifestaciones, no solo del Presidente sino
de otras autoridades del poder público ecuatoriano, evidencian una profunda
ignorancia. No lo digo en sentido peyorativo sino de una falta de conocimientos
sobre la realidad del Sistema.
Por haber trabajado allí puedo decir que su personal tiene
una convicción profunda en lo que hace. Lo que pasa es que un ente que atiende
un volumen promedio de seis mil denuncias en estudio simultáneo, alrededor de
500 solicitudes anuales nuevas de medidas cautelares, 1 500 a 2 000 denuncias
nuevas cada año, seguimientos de más de 200 casos en la Corte, visitas in loco,
mandatos especiales de los organismos políticos… Y todo esto se hace con menos
de 40 abogados y un personal administrativo que no llega a 20 asistentes. No se
trata de burocracia dorada: se trata de un grupo de gente comprometida que se
ve superada por el volumen de trabajo que tiene.
¿La Comisión, por su
naturaleza, es un ente supranacional?
Los mecanismos internacionales son necesarios porque, a
partir de la Segunda Guerra Mundial, quedó claro que los Estados no tenían
intención de adherir a sus propias constituciones y que había que crear un
orden internacional. Fueron los propios Estados los que decidieron que hubiera
un poder encima de ellos. La Comisión es, ya lo dije, un ente que está para
facilitar la labor estatal de garantía y respeto a los Derechos Humanos.
Largas franjas de la sociedad civil han adherido a las tesis
de ciertos gobiernos sobre la Comisión: atentan contra la soberanía, no debe
dictar su reglamento… Mirado desde la sociedad civil, ¿cómo encararía el
trabajo de la Comisión?
Parte de la estrategia política de gobiernos que descalifican
la actuación de Sistema, ha sido cooptar las organizaciones de la sociedad
civil. El nuestro es uno de ellos. Está procurando silenciar todas las
organizaciones que han preferido tener su autonomía ante mecanismos que
restringen tanto el derecho de asociación, el derecho de reunión y, por
supuesto, la libertad de expresión. El decreto 16 es un mecanismo de represión.
Sin embargo, observo que en su mayoría la sociedad civil
organizada de América es autónoma, independiente y crítica. Es un actor crucial
en la preservación de la institucionalidad del Sistema Interamericano. Desde
luego el impacto que tiene es, de algún modo, limitado porque son los Estados
los que finalmente toman las decisiones. Pero tienen un nivel de presión
importante que deben explotar y que, en mi opinión, están explotando.
El Gobierno ecuatoriano, en su afán de disminuir las
capacidades del Sistema Interamericano, ha provocado que más gente se anime a
alzar la voz. La aplicación del decreto 16, por ejemplo, genera indignación y
el Gobierno está motivando la aparición de muchos más defensores de lo que
antes hubo. El resultado del proceso que han emprendido estos gobiernos,
incluido el nuestro, es que el Sistema Interamericano va a salir fortalecido.
¿El Gobierno pudiera,
ante su actitud crítica, bloquear su elección en la Comisión?
Estaba esperando que emitan algún tipo de criterio porque soy
identificado públicamente como una persona crítica. Además, como abogado, he
defendido los intereses de personas que, para el Gobierno, son indeseables. No
han dicho nada. Desde el punto de vista político es riesgoso decir algo porque
descalificar a un compatriota, podría ser leído por otros Estados y por la
sociedad civil del continente como un mensaje de que este no se va a someter a
ese gobierno o a otros gobiernos de línea similar.
Es posible que hasta finales de mayo, que dura el período de
observaciones, habrá gente u organizaciones que envíen observaciones
descalificándome pero sin que el Gobierno aparezca. Pero puede ser que el
Gobierno vea que, a pesar de que soy crítico, puede ser la forma de acercarse
un poco al Sistema. No porque yo vaya a estar a su servicio sino porque soy
ecuatoriano y quizá eso ayude al diálogo.
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