martes, 10 de enero de 2023

 

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Publicado en  la Revista El Observador

(edición 119, octubre de 2020)

 


La crisis en la institucionalidad y la academia
Este próximo tres de noviembre, la sociedad cuencana se apresta a conmemorar el bicentenario de la independencia española; con gratos recuerdos y poca algarabía nos tocará celebrar a nuestra ciudad, pues la coyuntura de momento seguramente nos obliga, una vez más, a cambiar el protocolo, pero también a reflexionar. ¿qué tan independientes somos, y cuán despojados estamos de procedimientos y actitudes que, evidentemente, han perjudicado el desarrollo integral?

Santa Ana de los Ríos de Cuenca, fue declarada por la UNESCO como patrimonio cultural de la humanidad, el uno de diciembre de 1999, hontanar de sabiduría, cuna de ilustres y honorables personajes, que fueron referentes de la academia. Cuenca ha destacado, además, por ser una ciudad pionera en procesos de manejo y autogestión, permitiendo mantener su riqueza paisajística, cultural y patrimonial a la altura de su nombre, legado que poco a poco se desvanece; lamentablemente hemos sido contagiados, también, por la epidemia centralista, que ha impedido de manera frenética, por casi quince años, el verdadero desarrollo mediante la autonomía descentralizada que constitucionalmente nos ampara. La gestión cuencana, destacada en otrora entre las mejores de Latinoamérica, penosamente ha dejado de lado los precedentes intachables de administración pública, planificación del territorio y desarrollo sustentable, eso es parte de lo que echamos de menos, pero poco o nada hacemos para volver al lugar que nos corresponde y que nuestra Cuenca merece.

Definitivamente, la crisis no solo llegó al aparato estatal, sin duda, también, es el resultado de la debacle moral en la base de la sociedad que es la familia y la educación, donde se inculcan los valores y se forjan los principios del comportamiento para nuestro diario actuar; como personas, como profesionales, como autoridades, como sociedad. ¿Cuándo fue que nos dejó de interesar nuestra tradición cultural, nuestro buen nombre, nuestro ejemplo de ser y proceder? Nos duele verdaderamente a quienes hoy defendemos por convicción, algo de lo que nos queda, en oposición absoluta a la priorización de intereses particulares, el desarrollismo infundado y sobre todo el manejo irresponsable de los recursos, a través de las propias instituciones llamadas a velar por los derechos e intereses colectivos, hoy manejadas en su gran mayoría, por audaces desconocedores de los principios, funciones y debidos procesos, que amenazan además con despojarnos de lo que por años hemos conseguido a pulso, con el mismo ejemplo de la liberación digna y soberana de la independencia.

Instituciones, que se han convertido en el festín del despilfarro y hasta el reparto de recursos sin precedentes, inescrupulosamente utilizadas como plataforma de aventureros y oportunistas que buscan a través de la obsecuencia política perpetuarse en un cargo, obnubilados de poder.

Dentro de este análisis, sin lugar a dudas, es imperante evaluar: ¿qué papel están cumpliendo las instituciones educativas y sus modelos de aprendizaje?, ¿cómo están formado a sus estudiantes?, ¿cuáles son los intereses que defienden? y ¿cuál es el verdadero aporte para con la sociedad? Lo propio en las familias. ¿Qué valores inculcamos a nuestros hijos?, ¿qué es lo que buscamos priorizar dentro del entorno de su formación tanto humana como académica? Tan perjudicial es para la sociedad una educación llena de arrogancia y egocentrismo, como aquella de la mediocridad; el legado académico no puede ser diferente, que el del conocimiento, la ética y la razón para ejercer con honorabilidad y altivez cualquier tipo de función, y a favor de la colectividad; pero lo que observamos, son flamantes y deteriorados escenarios de enfrentamiento, tanto político como personal, donde se prioriza la figuración autoritaria, y el interés mezquino de determinados grupos, que ensucian su legitimidad y legalidad en el ámbito de la provocación, las represalias o la calumnia como medida para atacar una posición contraria a la suya; por supuesto, se olvidaron los principios y derechos fundamentales de los ciudadanos, entre los más importantes, el degarantizar el libre acceso a la educación, lo que repercute de manera directa en el aporte técnico y científico como ingrediente esencial para el desarrollo. Toda vez que, analicemos la crisis integral de las instituciones y la sociedad, también debemos preguntarnos: ¿qué pasó con la academia?, ¿qué pasa en la familia?

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