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En tiempos de revolución digital, de informatización de las comunicaciones y de concentración mercantil de los medios, es sencillamente un acto de suma constructividad tener la capacidad de subvertir el orden utilizando paredes como lienzo, apelando a herramientas tan elementales como un spray de colores y dando rienda suelta a una capacidad creativa de las interpretaciones que le asignan sus curiosos lectores.
Vivimos también tiempos en los que los lenguajes de las culturas se imbrican mutuamente, estos entrecruzamientos son más evidentes en las calles donde se evidencian las marcas que dejan los habitantes de las ciudades en sus desplazamientos cotidianos. Como complemente las paredes son los testigos mudos de la vida de las calles, los depositarios de las palabras y las imágenes que como respuestas anónimas surgen de las márgenes incluso de lo prohibido para legitimarse en la cultura. En un precioso estudio que inspira y alimenta estas líneas, Alicia Ortega, periodista, afirma “que el graffiti contemporáneo devela el desencanto de la intimidad frente a una época no revolucionaria y el deseo de continuar el diálogo entre el habitante y la urbe que lo contiene, en el esfuerzo por completar la inconclusa tarea bibliotecaria: un impulso de sobrevivencia que no reconoce límites”. Así entendido los graffitis son estrategias textuales que buscan la construcción de identidades ciudadanas y de espacios simbólicos que expresan formas diferentes de habitar una ciudad. ¿Por qué lo legítimo encuentra sus límites en la censura y en la pared inmaculada?. ¿Se censuran las manchas en las paredes o los registros anónimos que subvierten al mismo tiempo que educan?. No existe graffiti sin pared Por eso se define como todo texto escrito en los muros de la ciudad o sobre superficies de cualquier ovejo citadino. Y esto lo saben los graffiteros, por eso es común que sus menajes en las batallas silenciosas que se entablan entre sus pintas coloridas y las reacciones blanquecinas de los dueños de las viviendas, reclaman su derecho a la escritura expresando: “señor dueño de casa, nada personal, pero su pared tiene un no se qué…. Y la ocupación de la pared reflejará textos que son la expresión a la vez verbal y visual que puede ser leído y contemplado como imagen, rebasando el código verbal por el contexto espacial, lugar de inscripción, colores, tamaño, forma de letras, materiales utilizados, formas concebidas. Pero la pared no es solo el muro que se ocupa, sino también el lienzo de la escritura descolocada y el mensaje que subvierte la urbanidad urbana, como nos lo explica este otro graffiti: “si esta pared es el límite de su propiedad, dejenos decorar sus limitaciones”. De cualquier manera, el graffiti es un elemento extraño que altera el texto urbano, que marca y que delimita un espacio donde el ciudadano ejerce una función de apropiación, dejando su huella identitaria y de participación social. Ciertamente “los graffitis surgen en la voluntad de llenar espacios e inhabitados y de configurar nuevas entradas en el mapa social”. La pared con graffiti deja de ser pared para convertirse en el espacio de comunicación donde la propiedad de la vivienda es del dueño de casa y la propiedad del mensaje es de la ciudad y sus transeúntes. Al mismo tiempo, el autor anónimo del mensaje, demarca en la pared su territorio o espacio donde se hace visible en el escenario social superando principios y sistemas que pretenden excluirlo. Sus mensajes y formas de expresión se diferencian por barrios, calles y paredes. Existe una relación de contrapunto entre las historias que se escriben o se pintan y los diálogos urbanos. Hablamos entonces de la existencia –lógica- de un perceptor que camina y en su andar crea historias y construye identidades urbanas. La ciudad misma es un texto en permanente elaboración y el graffiti una de sus formar de sus múltiples formas de expresarse. En las ciudades que cada vez más se desprenden de sus esquinas de diálogo, el graffiti viene a ser un espacio de respiro y de diálogo subjetivo con ciudadanos que también transitan. Cómo lee un graffiti un caminante? “Ordena lo visible, organiza su propia experiencia y, desde allí, produce los sentidos que otorga a la imagen y que a la vez generan acciones y modelan comportamientos en el impacto del encuentro con ella”. Por eso son los espacios comunicacionales en que el perceptor se siente tan libre en sus interpretaciones, al mismo tiempo que se siente tan involucrado y reconocido en sus mensajes. |
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