Publicado en la Revista El Observador. Diciembre 2018, edición 108 |
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Hace poco no más, sesenta años atrás, se leía y se escribía ante la claridad nocturna del mechero, de la esperma o del candil de querosín, respirando el humo negro que emanaba.
Imaginemos a Luis Cordero Crespo, nativo de Surampalti (Déleg), ex-Presidente de la República, leyendo y escribiendo en la noche, delante la claridad de las hojas secas de eucalipto; imaginemos a este hombre inmortal, escribiendo de esta manera su famoso poema “Aplausos y Quejas”, para destacar el valor de su “Patria querida”. Hojas secas de eucalipto que recogía en el día para quemarlas en la noche, porque en aquel tiempo no existía luz eléctrica, ni era suficiente la claridad del plenilunio; según contaba un viejo profesor de la escuela. Y retrocediendo en el tiempo, miles de años atrás, imaginemos a Homero escribiendo “La Ilíada” y “La Odisea”; a Virgilio, escribiendo “La Eneida”. Hace trescientos a ochocientos años atrás, imaginemos a Dante Alighieri, escribiendo “La Divina Comedia”; a Jhon Milton escribiendo el “Paraíso Perdido”; a Willian Shakespeare, escribiendo “La Tragedia de Romeo y Julieta”; a Miguel de Cervantes Saavedra, escribiendo “Don Quijote de la Mancha”; a Alonso de Ercilla y Zúñiga, escribiendo “La Araucana”; a Pedro Calderón de la Barca, escribiendo “La Vida es Sueño”; a Luis Vaz de Camoens, escribiendo “Os Lusíadas”; a Torquato Tasso, escribiendo la “Jerusalén Liberada”. Hace cien a trescientos años atrás, imaginemos a Víctor Hugo escribiendo “Los Miserables”; a José Zorrilla y Moral, escribiendo “Don Juan Tenorio”; a José de Espronceda, escribiendo “El Diablo Mundo”. Todas obras voluminosas y célebres de la literatura universal, escritas cuando no existía luz eléctrica ni computadora. Cuánto esfuerzo pusieron sus autores, escribiendo quizás en la penumbra de la noche, apenas iluminados por algún pequeño candelabro. Y así llegaron sus libros hasta nuestros días, libros que nos entregan conocimientos, que nos dejan mensajes, que nos proporcionan experiencias útiles para la vida. Se cuenta que Luis Vaz de Camoens escribía alimentándose de la caridad que obtenía su sirviente javanés. Se dice que Miguel de Cervantes Saavedra comenzó a escribir “Don Quijote de la Mancha” cuando estuvo en la cárcel. Se comenta que Dante Alighieri escribía su “Divina Comedia” mientras era perseguido. Y así cuántos escritores soportaron una serie de peripecias, para dejarnos libros inolvidables, llenos de sabiduría. Basta recordar “Edipo Rey” de Sófocles, un libro que contiene la explicación de los complejos del comportamiento humano, base de estudio de la ciencia llamada Sicología. Siendo así de importantes los libros, cómo no quererlos, cómo no leerlos. Un día, hace poco, escuché una entrevista radial sobre la publicación de un libro de Guachapala; cantón joven de la provincia del Azuay. Qué maravilla. Un libro de Guachapala, a donde iba de romería con mis padres cuando fui niño. Busqué adquirirlo y obtuve donado. Qué sorpresa, un libro grande, voluminoso, lujo de libro, su título “Mi Pueblo y la Tradición Andina”. Era un ejemplar destinado a viajar a Chile, pero se quedó en Cuenca mismo. Un libro que sólo se pudo hacer con mucho amor, sin considerar tiempo ni dinero; su autor, el Dr. Edmundo Teodoro Jerves Jerves; médico, que además de catedrático y buen profesional, escribe literatura y en conjunto historia también. Qué grandioso. Al abrir el libro, en sus páginas descubrí que contenía todos los temas que configuran la historia de un pueblo laborioso, desde su origen ancestral hasta la actualidad. Increíble, todo con fotografías. Cuánta investigación. Me puse a leer, dos meses he demorado. En el trayecto de la lectura vivía los recuerdos urbanos y rurales de antes, de vida sencilla, de niños hacendosos, de jóvenes valientes, de familias honorables, de vecinos fraternos. Qué linda vida, amorosa de la tierra, respetuosa de los árboles, cuidadosa del agua; vida que disfrutaba del campo, del trino de las aves, del aire puro, de la tranquilidad ambiental. Todo esto y mucho más recordé leyendo el libro de Guachapala. Por el contenido y el estilo es un libro de pedagogía de la flora y la fauna regional. Entre tantas fotografías observé a conocidos y amigos. Encontré a valiosos artistas de la música, como el inmortal Trío Los Embajadores, compuesto por los hermanos Carlos y Rafael Jervis Vicuña, y Guillermo Rodríguez Vivas; me sorprendí al ver la foto del Cuarteto Gema, formado por los artistas Bolívar García, Luis Quizhpi, Oswaldo Reiván y Gonzalo Sacta. Asimismo miré las fotos de los chumales, los chachis y los chiviles; que en el pasado eran los panes para tomar el café. Vi al raposo, diestro en cazar gallinas y borregos; al quillilico, depredador de los pajaritos; al chucurrillo, ágil en chipar la sangre del pescuezo de los cuyes. En fin, el libro de Guachapala es incomparable, excepcional, único. Ahora imagino a su autor recorriendo los senderos antiguos, llevado el cuaderno de apuntes, hablando con la gente, tomando fotos; viviendo una odisea prodigiosa. Le imagino semejante al Quijote, lleno de ilusiones, sin temor a las dificultades, procurando dejar en la inmortalidad a la querida de su corazón, su bella Guachapala. Imagino verle redactando, leyendo y corrigiendo los textos, seleccionando las fotografías; sin que le doblegue el cansancio. No fue en vano al autor, Dr. Edmundo Teodoro Jerves Jerves, haber aprendido a escribir. Pues ha elaborado un libro enorme, que constituye la enciclopedia histórica de su Pueblo amado. Es una joya de libro, orgullo de Guachapala, que debe estar en todas las bibliotecas públicas y privadas. Finalmente, con gratitud y admiración digo: el libro de Guachapala, “Mi Pueblo y la Tradición Andina”, es un diamante que engalana la regia corona de la Historia Nacional. |
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