viernes, 27 de noviembre de 2015

Entre la burla y la humillación
Los correístas han empezado a moverse entre dos terrenos pantanosos: conservar a toda costa sus prebendas, y al mismo tiempo desmontar las protestas populares por la aprobación tramposa de las reformas constitucionales. Codician y temen. Y ambas opciones son riesgosas, inciertas, irresponsables.
24 de noviembre del 2015
POR: Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Lo triste es que la decena de ungidos como supuestos candidatos se refocilan de gusto y orgullo por algo que constituye una imper-donable afrenta".
Rafael Correa ha pasado de la desinstitucionalización de la política a su ridiculización. Tanto la propuesta inicial de las mal denominadas enmiendas constitucionales, como el proceso de socialización emprendido por la Asamblea Nacional, quedaron en calidad de chacota una vez que el Presidente incluyó la transitoria para postergar la reelección indefinida.
Un burdo remiendo a la enmienda. Si bien el diálogo nacional convocado por los correístas apareció desde el inicio como una parodia, el país esperaba que al menos se guardaran las formas. Para ello contaban con una hoja de ruta trazada y una mayoría legislativa incondicional. No necesitaban más que cumplir con las formalidades del caso.
En ese contexto, la disputa estaba clara (al menos eso suponíamos): Alianza PAIS quería aprobar el paquete de reformas aun en contra de la norma constitucional y de la voluntad mayoritaria del pueblo; y la izquierda, las organizaciones sociales y los gremios apostaban a su capacidad de presión callejera para frenar la medida.
Pero con el remiendo a la enmienda, Correa se acaba de pasar por el fundillo no solamente las aspiraciones e inquietudes de la ciudadanía, sino a los propios simpatizantes y militantes de su movimiento, que contemplan cómo la sucesión a su cargo queda reducida a un juego de lotería. No hay debate interno, no hay análisis político, no hay manifestaciones de posturas o propuestas estratégicas. Tan solo queda una mención interminable, arbitraria y circunstancial de posibles sucesores a la candidatura presidencial, como cuando se hace una lista de invitados para una improvisada fiesta colegial (y esto siempre y cuando no se trate de otra tomadura de pelo al país).
Es la total banalización de la política. Lo triste es que la decena de ungidos como supuestos candidatos se refocilan de gusto y orgullo por algo que constituye una imperdonable afrenta. Cuando se sacraliza la política, hasta el sacrificio más injusto y humillante es vivido como una bendición por los devotos del partido. Es la consagración del fanatismo y la incondicionalidad. Porque todo el mundo sabe, empezando por los mismos nombrados, quién será el elegido al final del día. El resto es hojarasca.
¿Mera táctica para mantener las expectativas y la cohesión interna en el movimiento verde-flex? ¿O es que los pequeños poderes, las migajas, se vuelven tan significativos como para que algunos permitan la utilización de sus nombres como rellenos de tercera clase en una siniestra jugada electoral?
¿Es admisible aceptar la mofa de la propia imagen personal so pretexto de sostener el “proyecto”? ¿Se trata tal vez de una maniobra distractora?
Los correístas han empezado a moverse entre dos terrenos pantanosos: conservar a toda costa sus prebendas, y al mismo tiempo desmontar las protestas populares por la aprobación tramposa de las reformas constitucionales. Codician y temen. Y ambas opciones son riesgosas, inciertas, irresponsables.
Ya lo dijo Quevedo: “No hace la codicia que suceda lo que queremos, ni el temor que no suceda lo que recelamos”.

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