domingo, 1 de noviembre de 2015

Correa reconoció que perdió el debate… pero ayer se desquitó

Por José Hernández
El Presidente sabe que el debate del miércoles en la noche le fue adverso. Lo sabe tanto que salió a decir, al día siguiente en Guayaquil, dos cosas:
  1. El formato debió haber sido: él y un periodista económico.
  2. Le hizo falta tiempo.
En un debate (de eso se trataba, según el gobierno), lo razonable es decir lo suyo y escuchar a los otros. Para oírse existen los monólogos. Entonces, ¿por qué quedó descontento el Presidente si, cuentas hechas, el bloque oficialista (él, dos ministros y el árbitro) habló tres veces más que Mauricio Pozo, Alberto Dahik y Ramiro González juntos?
Para entender por qué Correa quedó contrariado hay que volver a las dos razones que evocó –dos errores se entiende– cometidos por los organizadores del debate: él y su equipo.
  1. El formato no es lo que él esperaba: el ideal –lo dijo en Guayaquil– es que un periodista económico lo hubiera entrevistado. Para entenderlo hay que devolverse un poco, no mucho, hasta el 7 de junio pasado: ese día también usó el formato de tres especialistas. Walter Spurrier, Víctor Hugo Albán y Fidel Márquez fueron invitados a debatir las reformas económicas del gobierno; en especial, las leyes de plusvalía y herencias. Correa no se quejó. Quizá porque hizo lo que siempre ha hecho: monopolizar la palabra, avasallar a los invitados (ahí sí Walter Spurrier hubiera podido hablar de emboscada) y darse un baño de popularidad ante una galería tan parcializada y escogida como los moderadores del 7 de junio y del miércoles pasado. Correa convirtió el debate, la entrevista o el conversatorio (¿acaso que la denominación cuenta?) en un salón de clase y él en el profesor que siempre tiene la razón.
El problema, entonces, no es el formato. Lo que ocurrió esta vez es que Pozo, Dahik y González conocían la salsa con la que engulle el correísmo a aquellos que acceden a ir a los shows presidenciales. No se prestaron. No se dejaron emboscar. Y, a pesar del árbitro verde-flex, jugaron dignamente su papel.
No es el formato lo que mortifica a Correa. Es la actitud de los invitados a sentarse con él ante las cámaras. Esta vez rompieron el único protocolo que él concibe en esa circunstancia: él no debate, él enseña. Él no quiere preguntas que lo hagan pensar; él recita lo que de sobra sabe, lo que repite sin cese. Él no quiere que cuestionen lo que dice; quiere presencias que faciliten los enlaces entre lo que acaba de decir y lo que se apresta a decir. No quiere objeciones; quiere aquiescencias. No quiere comentarios ni réplicas; solo temas para que él desarrolle.
Cuando el Presidente dice que hubiera preferido un periodista no está pensando en uno que haga su trabajo. Que centre el debate en las inquietudes que tienen los ciudadanos y no en el certificado de buena conducta que Correa siempre quiere otorgarse. ¿Qué tipo de periodista quiere el Presidente? Basta mirar hacia atrás: contrataron a Jorge Gestoso, un periodista uruguayo que vive en Estados Unidos y viajó, cada cierto tiempo, a entrevistarlo. Lo hacía espléndidamente: leía bien, se aprendía incluso, las preguntas que aquí le preparaban.
El problema de Correa no es el formato. Cualquiera le conviene si aquel o aquellos que se sientan con él ante las cámaras entienden un puñado de cosas básicas: su papel es dar paso al curso del profesor-presidente. No desviarlo de lo que está diciendo. No hacer juicios ni contradecirlo. Ser breve, muy breve en las preguntas. Y estar dispuesto, en caso de no actuar como Rodolfo Muñoz, a ser tratado de ignorante, desinformado, representante de la partidocracia… o apóstol del pasado.
  1. El tiempo le hizo falta: es lamentable que el país desconozca los referentes del Presidente. Vivió algún tiempo en Bélgica; país poco fecundo para el debate de ideas. Vivió en Estados Unidos, pero da la impresión de no haber visto siquiera cómo se ejerce allí el poder. Aún hoy una intervención nacional del presidente Obama no ocupa, en caso alguno, diez minutos. Pues bien: el Presidente Correa habla cuatro horas los sábados y en la semana habla en Guayaquil y en los sitios que visita convoca radios y canales de televisión. Hay cadenas. Se repiten sus programas. En el debate del miércoles habló 55 minutos de las dos horas que compartió con seis personas… y, según dijo, el tiempo no le alcanzó.
¿Alguien imagina al presidente Obama, a la señora Merkell, a la presidenta Bachelet con un ajetreo parecido ante micrófonos y cámaras? ¿Alguien les imagina quejándose porque en un debate con seis personas solo pudieron hablar una de las dos horas que duró el debate? Correa, es verdad, aún no iguala a Hugo Chávez y está lejos de poderse comparar con Fidel Castro que estuvo ante un micrófono hasta doce horas. Su queja deja claro, no obstante, que también él cree que gobernar es hablar.
Él cree que las cosas no suceden en la realidad sino en la cabeza. Es decir, se puede estar sin empleo, sin plata, viendo cómo se cierran las líneas de crédito, pero feliz y convencido de que la crisis no existe. El Presidente lo dice. Por eso quiere hablar y hablar… y hablar solo y sin interrupciones.
El viernes agregó, en dos tuits, que el debate estuvo desordenado. Prometió desquitarse en la sabatina de ayer. Decir todo lo que no pudo decir en el debate, pero que ya ha dicho otras veces… Que no hay crisis, por ejemplo. Y que lo que hay –se llame como se llame– no es culpa suya.

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