miércoles, 18 de noviembre de 2015

Así funciona la sicología proyectiva del Presidente

Por José Hernández

Sabatina 450: el monólogo de Rafael Correa podría ser recordado como la primera vez que confiesa el temor de perder el poder. Claro, ciertas frases podrían hacer pensar lo contrario: “Es hora de que me retire y vengan otros”; “Si hubiera necesidad (me presentaría), pero no es necesario”; “tenemos tantos candidatos” (para ganar en mi lugar)… ¿Entonces?
La explicación es sencilla: el Presidente efectuó a la perfección una sesión de sicología proyectiva doble. Lado negativo: desmentir realidades que le resultan amenazantes. Lado positivo: atribuir a otros posibilidades (de ganar) similares a las suyas. Citó incluso a Paola Pabón y ella no cabía de la dicha. Ya ha dado alegrías parecidas a Viviana Bonilla y Gabriela Rivadeneira, entre otros.
El desasosiego presidencial se explayó en la última sabatina en seis mini actos teatrales:
  1. Crear una onda de shock. “Es hora de que me retire y vengan otros”: Correa puso a sus incondicionales ante el síndrome de orfandad. Obviamente se oyó un “Noooo” generalizado. Entonces, pasó de ese Yo diluido a un nosotros exitoso: “Lo importante no es que se reelija Rafael Correa, es que se reelija la revolución ciudadana. Lo vamos a lograr”.
En este acto el Presidente acusó el golpe (de sondeo). Las encuestas dicen que la gente quiere que se le consulte la reelección. En claro: está en desacuerdo con que se eternice en el cargo. Al decir que ya es hora de retirarse, Correa quiere desdramatizar el voto de las enmiendas justo en el momento en que la Asamblea entró en la etapa definitiva de su aprobación. Este ejercicio se llama “tirar la piedra y esconder la mano”.
  1. Sacrificar su vanidad. “Ya hay una campaña que dice que busco esto por mi propio beneficio, porque me quiero eternizar en el poder. Nada más alejado de la realidad”. Y confiesa: estuvo a punto de ceder para estar “donde me necesita el proceso histórico”. Pero resistió. “Con un adecuado trabajo, venceremos con otro candidato”. Se oyó un “Noooooo”. Y “reelección, reelección”.
En este acto Correa se desmaterializa por entero. No es una persona como los otros. Está por encima de la hoguera de las vanidades. No busca beneficios para él. El poder y sus mieles le son ajenos. Tras el desprendimiento, evoca la tarea que le impone la historia con H: ser alguien ya no se pertenece y que está al servicio de una leyenda. Ese coloso (como lo llamó Lenin Moreno) se declara innecesario. Este ejercicio se llama “el clamor popular me presiona a hacer cosas que no deseo”.
  1. Desconocer la oposición: Dijo que lo importante no es él sino el correísmo. Dijo que no es indispensable. Y en este punto ensaya un argumento: no hay quién nos pueda ganar. “Tenemos una oposición tan mediocre, tan dispersa, tan ambiciosa…”. Cita a Guillermo Lasso, a quien había llenado de atributos no hace mucho tiempo. Y cita a Carlos Pérez Gaurtambel … A nadie más.
En este acto, Correa –tan adicto a encontrar enemigos– se declara dueño absoluto del escenario por sustracción de materia. Pero el síndrome de sicología proyectiva que lo habita, impone que se oiga al revés: ahora sí le preocupa la oposición. Está dividida, pero sabe que, al menos estadísticamente, suma más. Y eso es, de por sí, un índice político negativo para él. Este ejercicio se llama “negar las evidencias y hacer creer que soy dueño absoluto del libreto”.
  1. Agigantar a los suyos: Correa no tiene sucesor digno de él. Sabe que no ha dejado a nadie construir su identidad política. Eso explica por qué, como si se tratara de una dinastía, apenas evoca su posible retiro, dice que su movimiento tiene una letanía de presidenciables. Esta vez citó a Lenin Moreno, Jorge Glas, Fernando Cordero, José Serrano y Paola Pabón.
En este acto, Correa devolvió a la realidad a Gustavo Larrea: él sueña con convencer a Lenin Moreno de ser candidato contra el correísmo. Pues no: Correa lo citó como primera opción en caso de necesidad. Moreno es hombre suyo. Para eso lo tiene becado con su familia en Ginebra. Según el Presidente, Moreno, o cualquiera de los otros, puede ganar. Aquí también cabe la sicología proyectiva que obliga a leer al revés: salvo Moreno, ninguno de los otros tiene posibilidad de ganar. El optimismo de Correa hay que entenderlo como honda preocupación. Este ejercicio se llama “fuera de mi, no hay salvación para el correísmo”.
  1. Apuntalar la Asamblea. Acaba de hablar de una oposición mediocre y, de pronto, la encuentra inteligente: dice que apuntará a obtener mayoría en la Asamblea. Como antaño. Se debe entender que sabe que la van perder. Pero como da por sentado que ganarán la Presidencia, amenaza con usar el mecanismo de la muerte cruzada que implica nuevas elecciones. De ahí se agarra para anunciar que, en ese caso, volverá a correr por la Presidencia. Se talla, entonces, el traje del terrorista mayor de la política nacional: la sola idea de que volveré causará tanto terror en la oposición –dice– que para evitarlo se comportará muy bien.
En este acto, el Presidente borra el optimismo al cual lo llevó su sicología proyectiva. Es evidente que teme perder la Asamblea y que se ve indispensable para que su proceso político continúe. Las cartas que tiene ya no le alcanzan, sin embargo, para causar el terror del cual habla. Este ejercicio coincide con un adagio popular. Se llama “dime de qué presumes y te diré de qué careces”.
  1. Introducir una transitoria: Correa cuenta que ha propuesto una transitoria para que ni él ni los asambleístas que ya fueron reelegidos no puedan (por esta vez) postularse. Ahora lo hace público –dice– porque se enteró la prensa (no dijo si la suya o la corrupta). Conclusión: no es necesario que se reelija. Pero si la oposición impide la gobernabilidad, volverá. De lo contrario, se reserva para 2021.
En este acto, el Presidente resume la realidad política del correísmo: incertidumbre total sobre su futuro, incrementada por realidades adversas para su tendencia en Brasil, Venezuela y Argentina. Eso lo lleva a multiplicar los escenarios mientras genera la impresión de tener todo bajo control. El hecho cierto es que no logra resolver la cuadratura del círculo: Él es el mayor activo y, tras diez años en 2017, su mayor pasivo. Él es su único as y la imposibilidad de reinventarse. Él es el mayor elector y el político que ya probó que no transfiere votos (incluso resta) como ocurrió en las elecciones seccionales de 2014. Él es el rostro de la bonanza y ahora el del ajuste.
Las piezas del juego se desacomodaron y el Presidente, en vez de certezas, multiplica los ejercicios de sicología proyectiva. En eso le va bien.

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