miércoles, 13 de mayo de 2015

Revocar el mandato a Correa es jugar a tacar burro…

Por José Hernández

Ciertas franjas de la oposición han vuelto a tacar burro. Esa expresión se usa en billar cuando todo está listo para que una jugada salga bien, pero quien la ejecuta se equivoca. Golpea mal. Se escacha. Pues bien:tacan burro aquellos que se están movilizando para recoger casi dos millones de firmas para revocar el mandato del presidente Correa.
Primero: parece inaudito que no aprendan de la experiencia de Carlos Vera y, más recientemente, de los Yasunidos. En esos y otros casos, los ciudadanos ya probaron que el cinismo tétrico de los miembros del Consejo Nacional Electoral no tiene límites. Tampoco los tiene la Corte Constitucional que ha escamoteado derechos parapetándose tras procedimientos. El CNE y la Corte hacen gala de ciertas formas y tiempos para que sus pantomimas parezcan tan serias como legales.
Segundo: recurrir a esa figura (constitucional, por supuesto) es hacer un claro favor a Rafael Correa. Nada le fascina más que vestir el traje de víctima. De víctima y de mártir.
Tercero: los tiempos que quedan para recoger las firmas (tendrían que sumar al menos el doble) y emprender el proceso de segura (des)calificación coincidirían, en la práctica, con los tiempos políticos de las elecciones en 2017. Algunos pensarán que eso, precisamente, calentará el ambiente electoral. Pero no parece ser la forma más lúcida y responsable de preparar el postcorreísmo.
La oposición, en términos globales, tiene problemas para encarar esa etapa que, tarde o pronto, se dará. Es usual considerar que hay que botar un gobierno y reemplazarlo por otro. Un presidente por otro. Así se hizo con Abdalá Bucaram, Jamil Mahaud y Lucio Gutiérrez. ¿La oposición que propone recoger firmas para revocar el mandato a Correa quiere repetir esa fórmula? Ya arguye que en las calles se oyó, el 1 de Mayo, “Fuera, Correa, fuera”… Es decir, se quiere usar un mecanismo constitucional pero, políticamente, se quiere reiterar el error del pasado: hacer creer que cambiando de presidente, se solventan los problemas del país y los entuertos que ese gobierno creó.
Esa oposición ¿sabe qué hacer y cómo hacerlo apenas se vaya el correísmo? Si lo sabe, ¿por qué no lo ha dicho al país? Esa oposición, que ayudó a instalar a Correa en Carondelet no ha hecho siquiera unmea culpa por su falta de visión política. Y ahora, ante el resultado de sus propias acciones, propone una franca huida hacia delante.
El postcorreísmo es –debiera ser– el programa de toda la oposición. No solo estar en contra de Correa. También entender ese fenómeno, saber cómo desmontarlo y, desde ahora, proponer alternativas viables y probadas en otros lugares.
Correa interpretó el sentir de muchos sectores y por eso llegó al poder. Pero como pocos, el correísmo muestra esa extraña e inexplicada relación que muchos ciudadanos del país establecen con la política. Un verdadero lavado de manos. La costumbre de entregar el poder –todos los poderes en caso de Correa– al ocupante de Carondelet, como si el destino del país solo dependiera de él. Lo mismo ocurrió con Bucaram, elegido Presidente a pesar de haberse auto declarado loco. Una mayoría del electorado entrega el poder, se desentiende de los asuntos públicos y luego pasa la factura: echa al presidente.
Aprender significa entender y sacar lecciones. La primera debiera ser que el país electoral no transite más por los chaquiñanes de antaño. Que los presidentes terminen su mandato y que los ciudadanos aquilaten sus aciertos y sus errores. No solamente los del mandatario de turno. El electorado -ahora hay pruebas fehacientes- se equivoca a menudo.
No hay sandez mayor que decir la voz del pueblo es la voz de Dios… No es casual, por ejemplo, que el presidente Correa haya pedido permiso para meter las manos en la Justicia, tras haber acumulado todos los poderes, y que una mayoría de electores se lo haya concedido. No es casual que el presidente Correa se comporte –desde hace años– como jefe de pandilla barrial y que muchos electores no lo censuren y, por el contrario, aplaudan sus actitudes. No es una causal que Rafael Correa se revele cada día como un conservador tan radical como decimonónico y que su popularidad no sufra en una gran franja del electorado.
¿Tiene claro la oposición que está tacando burro lo que revela el correísmo de la sociología política del país? Pues no parece. Y su propuesta está más cerca de la figura del chivo expiatorio que de una alternancia razonada que, entre otras cosas, debe hacerse cargo de las realidades que hicieron posible el correísmo autoritario.
Esa oposición tampoco ha dicho cómo administrará un país que, tras la bonanza petrolera y el derroche correísta, tendrá que ser gobernado con sobriedad y austeridad. ¿Cómo hará sostenible un presupuesto que suma 36 000 millones de dólares –y crece vegetativamente– cuando, redondeando, apenas un tercio de los ingresos proviene de impuestos?
¿Qué hará con los 580 000 burócratas que, redondeando, se llevan casi 9 000 millones de dólares? ¿Cómo gobernará con un aparato correísta que quedará incrustado en todas las instituciones y que –si no se desmonta– convertirá en rehén suyo al próximo gobierno?
¿Cómo desmontarán ese aparato vertical, totalitario y nada transparente si no se convoca una Asamblea Constituyente? ¿Y cómo la convocarán sin antes haber pactado un plan de transición en el cual se privilegie más el retorno a la institucionalidad que la línea política de cada partido o movimiento? ¿Y, bueno, por último, cómo esa oposición le ganará a Correa que es, según los sondeos, el primer candidato a sucederse a sí mismo?
La oposición que taca burro y sueña con revocar el mandato del Presidente, no ha dado respuestas. No las tiene. De lo contrario, ya las hubiera dado a conocer. Tampoco sabe cómo vencerlo en las urnas, pues la labor de los demócratas ante Correa, no es producir una víctima sino enterrar un sistema fallido ante la historia, que él se empeña en resucitar.
La oposición, si realmente quiere ser alternativa política, tiene tanto trabajo que no se entiende cómo una parte de ella se obstina en ocupar el tiempo en juegos de prestidigitación. ¿Quiere que los electores, en vez de reflexionar y actuar sobre lo que han producido y sus consecuencias para el país, crean deshacerse del problema firmando un formulario para que Correa se vaya?
¿No conviene a todos encarar con ideas, debates y acciones –¿no es eso la política?– este sistema autoritario parido en el país con apoyo de buena parte de las tendencias políticas? ¿No es urgente volver a la política y, para aquellos que creen realmente en la democracia, preparar desde ahora, como el mayor propósito político, el postcorreísmo que llegará pronto o tarde?
Cualquier jugador de billar sabe que las partidas no se ganan tacando burro. Se ganan pensando las jugadas, poniendo la tiza en el lugar indicado, concentrándose en el juego… Algunos de la oposicióntacaron burro apostando por Correa. Y ahora, ante el presidente autoritario, proponen una huida hacia delante.
Cómplices antes; irresponsables ahora.

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