jueves, 23 de abril de 2015

Opinión




Yo diría que desde ya lejana época en la que Jaime del Castillo Álvarez ocupó la silla alcaldicia de nuestro Quito, el desarrollo de nuestra capital ha padecido de proyectos encadenados a un propósito sin el cual el desarrollo de las ciudades no puede ser efectivo: continuidad y eficiencia. Cada alcalde que se ha posesionado ha puesto su mira en la ejecución de obras que carecen de un proyecto de desarrollo integral, más bien orientado a satisfacer vanidades y compromisos inconfesables. Si meditamos hoy que nuestra capital no dispone de un plan de trabajo para solucionar los problemas de movilidad en una ciudad en la que habitan tres millones de habitantes, entenderemos mejor lo que deseo plantear: la planificación ha estado ausente de la obra pública. Un Alcalde urbanizó todo el norte de la ciudad que se despliega desde la Av. Orellana: el resultado fue la creación de un Quito financiero en manos de una oligarquía comercial que hasta hoy no puede explicarnos de qué manera adquirieron la propiedad. Se creó la que denominamos Vía Occidental ó Mariscal Sucre, cuyo propósito fundamental era encontrar una forma de unir al sur con el norte de la ciudad, evitando pasar por el Centro Histórico. Se determinó que por encima de tal vía, donde se encuentran las laderas del Pichincha, no se autorizarían construcciones, pero sucedió todo lo contrario: el denominado Centro Comercial El Bosque y los sectores aledaños fueron autorizados para implantar sus lujosas construcciones. Poco tiempo más tarde, como desafiando las Ordenanzas que no se cumplen, la Pisulí y la Roldós, conjuntamente con Santa Anita y el Comité del Pueblo No.2, se erigieron de la manera en la que suelen suceder las cosas en nuestra ciudad: por la fuerza. Los ricos ejecutan su fuerza y los pobres también.
Quito carece de manera absoluta de un proyecto real y verdaderamente ejecutable para soportar la presencia de quinientos mil vehículos que transitan por sus calles. El que va llegando agarra lo suyo y el que le suceda que se arregle como pueda. Un Alcalde innombrable decidió, por sí y ante sí, sin que mediara un proyecto por elemental que fuera, dotar a Quito de un Metro. No se sabe quién le informó que cada kilómetro de la nueva vía costaría un valor de sesenta millones de dólares. No se le ocurrió abrir una página del internet y enterarse de que el precio promedio de los metros que se han construido en nuestra América Latina es de ciento sesenta millones de dólares por kilómetro. Armó todo un show mediático con corruptos que pululan en el mundo entero y convenció al Presidente de que se embarcara en el proyecto de financiación. Hoy ya se sabe que el proyecto es inviable, pero nadie asume responsabilidades. Cada día ingresan al torrente circulatorio trescientos veinte nuevos vehículos, que provocan la alegría y satisfacción de los comerciantes que los importan, y cada día que pasa, también, los quiteños nos desesperamos porque transportarse es toda una tortura china. Mañana habrá más carros que hoy, pero los trancones serán los mismos. La conmoción afecta nuestras mentes y nos hace sentir infelices, angustiados, desesperados. Pobre mi ciudad, no aparece en un imaginario del futuro una persona que tenga la disposición de tomar al toro por los cuernos y solicitar a la Justicia que encarcele a los responsables de tanto desafuero.
Enrique Gallegos Arends.

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