CINCUENTA AÑOS
Medio siglo es insuficiente para curar las heridas de Chile. El golpe militar partió en dos
su historia moderna y exacerbó la polarización entre los defensores de Augusto
Pinochet y las víctimas que nunca olvidarán diecisiete años de sangrienta dictadura.
Desde la victoria electoral presidencial de Salvador Allende, en 1970, las élites chilenas
y el imperialismo norteamericano promovieron el boicot y el sabotaje para impedir la
nacionalización de los sectores estratégicos, la reforma agraria, la estatización de la
banca, etc., impulsadas por el gobierno electo.
Lejos de desestabilizarlo, el poder electoral de Allende y sus aliados se incrementó. El
siguiente paso, ante el fracaso de la estrategia propagandista de demonización del
régimen, fue el golpe: la democracia liberal suprimida, miles de torturados,
desaparecidos y asesinados, todas las libertades proscritas y la sociedad oprimida por
la violencia militar y policial.
Quienes pretenden justificar esa bestialidad, so pretexto de librar a Latinoamérica del
fantasma del socialismo que en Chile habría inaugurado su ascenso por la vía electoral,
lo hacen, sinrazón, en nombre de la impunidad y en exaltación al fascismo.
La utopía de Allende de rebasar el capitalismo hacia una nueva sociedad fue aniquilada
por los dueños del poder. Queda claro que ganar el gobierno es diferente a dirigir el
Estado o controlar las fuerzas armadas y la policía; las élites defenderán sus intereses
con uñas y dientes, con mentiras y fusiles, para resguardar el despotismo de acaparar
monopólicamente las riquezas producidas por millones de trabajadores. Hace falta
más que votos para cambiar cualquier país.
La herencia de la dictadura está vigente, no concluyó con el referéndum de 1988: el
neoliberalismo impuesto por la autoridad de las armas está de pie, la Constitución
pinochetista se conserva más allá de los intentos por reemplazarla y la impunidad
sigue rampante. Los gobiernos que sucedieron al período del golpe (la concertación,
los demócratas cristianos y hasta los neo socialistas) poco hicieron para sanar las
fracturas de una sociedad traumatizada por el despiadado absolutismo.
El luto continúa, en Chile no habrá paz, ni futuro, mientras esté ausente la justicia.
Francisco Escandón Guevara
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