sábado, 14 de junio de 2014

Zapatero, a tus zapatos



Francisco Febres Cordero
Son tantos y tan graves los problemas de la capital que la modificación de su himno suena (literalmente) a un problema menor. Que se lo cante con tal o con cual estrofa será siempre discutible y creo que no se llegará nunca a un consenso, pero como alguien tiene que dirimir el asunto, pues que sea el Concejo Metropolitano el que lo haga. Yo estoy familiarizado con esa estrofa que fue tachada (la he cantado desde mi niñez), pero cuando los revolucionarios la sustituyeron por otra, si hubiera tenido que cantarla, la cantaba (aunque con dificultad, porque los astros no se alinearon a mi favor y nunca me aprendí la letra).
Pero ¿por qué debe ser el excelentísimo señor presidente de la República el que salga a la palestra para tratar de imponer su criterio, con el voluntarismo que lo caracteriza? Él no tiene por qué tocar pito (o trompeta, mejor) en esta discrepancia ya que, simplemente, ese no es su ámbito de acción.

El argumento que esgrime el excelentísimo señor presidente de la República es que, como un ecuatoriano que vive en Quito, tiene el derecho de expresar su parecer. Pero entonces cabría preguntársele si todos los quiteños tenemos la misma posibilidad que él, como ciudadano, tiene: un enlace sabatino reproducido profusamente por la radio y la televisión. Eso, obviamente, no convierte su palabra en la de un habitante de Quito más; sí, en la de un privilegiado que, usando los medios de comunicación a su antojo, lo hace en su condición de presidente de la República que, como tal, tiene otras funciones que no son las de imponer sus opiniones en todos los asuntos, sean humanos o divinos.
Zapatero, a tus zapatos, diríamos, como hace poco le dijeron los chilenos cuando quiso convertirse en componedor de un litigio cuya solución no le compete. Y como debió decirle, a su hora, el alcalde Barrera el instante en que el burgomaestre anunció que, luego de una encuesta, se iba a cambiar el nombre del aeropuerto. Al excelentísimo señor presidente de la República los resultados de esa tal encuesta no le gustaron y, públicamente, dio un jalón de orejas al alcalde que, apocado, azorado, contrito, bajó la vista en señal de acatamiento a la palabra de su jefe supremo.
Por culpa del himno, el excelentísimo señor presidente de la República calificó al nuevo alcalde de Quito de ser un representante de la derecha: insistir en la estrofa que fue revolucionariamente suprimida significa una vuelta al pasado. Y es que al excelentísimo señor presidente le huele a derecha todo lo que no está alineado con lo que él piensa. En cambio es revolucionario –y mucho– explotar el Yasuní. O algo tan increíblemente imaginativo y novedoso como meter las manos en la justicia. O afirmar que, por ser él el jefe del Estado, está sobre los otros poderes.

En fin, así como ha anunciado que él no cantará la estrofa suprimida si se la vuelve a colocar en su lugar, sería bueno que, aprovechando la viada, deje de cantar. Esa, claro, es solo la opinión de un quiteño que, aunque no puede ser expresada en cadena nacional, cree hacer con esta puntualización un servicio a la música nacional. E internacional.

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