Simón Pachano
Si el actual campeón mundial de fútbol pidiera que se
alteraran las reglas porque de no hacerlo podría ganar otro país, la carcajada
se escucharía en todos los estadios del mundo y sus alrededores. Entonces, ¿por
qué no nos provoca la misma reacción la propuesta de cambiar las reglas de la
elección presidencial para evitar que gane otra tendencia? Esa fue la
justificación que dio el líder y que, como corresponde, fue de inmediato
reproducida por toda la hinchada. Hay que evitar la restauración conservadora,
dijo, y hasta el momento no ha habido más argumento que ese. Esto quiere decir
que se introduciría una disposición o una regla dirigida específicamente a
beneficiar a una tendencia política y a afectar a otra u otras tendencias.
Es una declaración que deja mucha tela para cortar. Para
comenzar, su sola enunciación contradice por lo menos tres principios básicos
de la democracia. Primero, se va en contra de la alternancia que debe
caracterizar a un régimen de este tipo. Es verdad que el respeto a la alternancia
puede significar el triunfo de una tendencia opuesta o de un personaje
indeseable, pero es la única garantía para que todas las posiciones políticas
puedan llegar pacíficamente al gobierno. Segundo, al crear reglas ad hoc para
cerrar el paso a otras expresiones partidistas se elimina en la práctica la
igualdad política. “Para mis amigos todo, para los enemigos la ley”, decía un
político latinoamericano que habría suscrito con gusto esta iniciativa.
Tercero, los cambios motivados por cálculos inmediatos o coyunturales eliminan
el grado de certidumbre y de confianza que es básico para que funcione
adecuadamente un ordenamiento democrático. La confianza en las instituciones y
en los procesos entrará en la lista de los elementos perdidos.
Por otra parte, una de las razones que explican el primer
triunfo del líder hace largos siete años fue la lucha contra el manoseo
institucional al que nos acostumbraron los políticos de entonces, los de la
odiada partidocracia. Las leyes y las reformas hechas con nombre y apellido
fueron señaladas, con mucha razón, como una de las causas del deterioro de la
política. Montecristi estuvo inundada de discursos al respecto, pero la
fragilidad de la memoria determina que la propia experiencia no sea suficiente
y que se intente afanosamente volver a andar por el mismo camino.
Finalmente, la desesperada búsqueda de la reelección es una
abierta confesión de debilidad de Alianza PAIS y del carácter caudillista de
ese movimiento y de todo el proceso político actual. Si se tratara de una
organización fuerte, con una estructura sólida y con espacios internos de
debate, sabría cómo utilizar exitosamente los tres años que quedan para la
elección. Pero las múltiples facciones que existen en su interior saben
perfectamente que la realidad es muy distinta y que no hay tiempo, espacio y
condiciones para enfrentar un desafío de esa naturaleza. Por ello, todos en
conjunto, independientemente de sus diferencias y de las discrepancias de
fondo, saben que lo más adecuado es hipotecarlo todo a las cualidades del
caudillo.
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