Francisco Febres Cordero
Yo sí me preguntaba: ¿Por qué si el excelentísimo señor
presidente de la República insulta tanto en las sabatinas, es él quien mete los
juicios a los que osan topar su sacrosanta dignidad? ¿Y por qué los agraviados
no pueden sacarle a él la perimbucha? ¿Y por qué si algún funcionario del
Gobierno, sea persona, animal o cosa, quiere rectificar una información, puede
hacerlo y, en cambio, no puede quien es vapuleado en las sabatinas? ¿Por qué?,
decía yo, sin encontrar una respuesta, dada mi limitación propia de animal o
cosa.
Pero, mágicamente, a mi ayuda acudió el mismísimo Tribunal de
la Santa Inquisición Revolucionaria que, revestido de Supercom, solucionó mis
dudas: la Ley de Comunicación no es aplicable a las sabatinas porque estas no
tienen un contenido comunicacional. ¡Qué revelación!
O sea que el enlace en que el excelentísimo señor presidente
de la República insulta cada sábado a todo lo que se mueve al frente, sea
persona, animal o cosa, y que es difundido por una enorme cantidad de radios y
canales de televisión, no puede ser regulado por ninguna ley porque ¡eureka!,
el excelentísimo señor presidente de la República no es un medio de
comunicación y lo que dice ahí lo dice en un acto de gestión pública. Elé.
Con esa decisión, que resulta clarita, los juristas llegamos
a la conclusión de que el excelentísimo señor presidente de la República se
equipara a los niños y a los locos porque, igual que ellos, es inimputable y,
por tanto, está eximido de responsabilidad.
Pobre excelentísimo señor presidente de la República. ¡Ya
lloro! No solo que los malos de la Supercom le despojan de su categoría de
medio, que durante siete años con sus noches se la ha ganado a pulso, sino que,
además, le convierten en “incapaz para entender que su conducta lesiona los
intereses de sus semejantes”.
O sea que lo que quiere decir el Tribunal de la Santa
Inquisición es que todos los idiotas, retardados, brutos, tipejos, basuras,
imbéciles, idiotas, ignorantes, puercos, enfermos, limitaditos, perros,
insignificantes, tontos, miserables, pelagatos, amorfos, antiéticos, bocones,
buitres, canallas, charlatanes, cínicos, cizañosos, cobardes, descarados,
enanos, envidiosos, falaces, farsantes, fascistas, gallinazos, garroteros,
delincuentes, hipócritas, incapaces, inmorales, ladinos, ladrones, majaderos,
mediocres, payasos, pillos, sapos, sinvergüenzas, terroristas, torpes,
trompudos y vendepatrias que se atreven a incomodar al excelentísimo señor
presidente de la República, ya sea por medio de la palabra escrita o verbal y
de dibujos o caricaturas, pueden ser condenados a la hoguera, mientras el
excelentísimo señor presidente de la República tiene la facultad de seguir
diciendo cada sábado lo que le viene en gana, sin posibilidad alguna de que
alguien le obligue a rectificar ni, peor, a conceder al agraviado el mismo
espacio sabatinesco para defenderse.
Y todo porque el excelentísimo señor presidente de la
República ha resultado inimputable. Menos mal que esa inimputabilidad le ha de
haber sido adjudicada porque los de la Supercom le consideran niño. El riesgo
está en que cuando esa inimputabilidad sea declarada indefinida por la
Asamblea, el excelentísimo señor presidente de la República crezca y los de la
Inquisición –¡Dios no quiera!– se vean obligados a cambiarle de categoría.
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