Poesía contra el toque de queda
El primer artículo de García Márquez publicado en El Universal. Una parte se imprimió en la página 4 del periódico y otra en la página 7. Tiene como punto de partida el toque de queda impuesto por las autoridades colombianas en todo el país a raíz de la violencia que ocasionó el homicidio de Jorge Eliécer Gaitán. Allí también se menciona por primera vez al pirata Francis Drake, un personaje recurrente en la futura prosa del escritor.
Los habitantes de la ciudad nos habíamos acostumbrado a la garganta metálica que anunciaba el toque de queda. El reloj de la Boca del Puente, empinado otra vez sobre la ciudad, con su limpia, con su blanqueada convalecencia, había perdido su categoría de cosa familiar, su irremplazable sitio de animal doméstico. En las últimas noches ya no iban nuestras miradas a preguntarle por el regreso enamorado de aquella voz que nos quedó sonando en el oído como un pájaro eterno; o por el rincón temporal donde cortamos el hilo tenso de la aventura, sino que tratábamos de impedir, de detener con un gesto último y desesperado aquella marcha lenta, angustiosa, que iba precipitando las horas contra una frontera conocida que era, a su vez, la orilla tremenda donde se doblaba nuestra libertad. Diariamente, a las doce, oíamos allá afuera la clarinada cortante que se adelantaba al nuevo día como otro gallo grande, equivocado y absurdo, que había perdido la noción de su tiempo. Caía entonces sobre la ciudad amurallada un silencio grande, pesado, inexpresivo. Un largo silencio duro, concreto, que se iba metiendo en cada vértebra, en cada hueso del organismo humano, consumiendo sus células vitales, socavando su levantada anatomía. Hubiera sido aquel buen silencio elemental de las cosas menores, descomplicado; ese silencio natural y espontáneo, cargado de secretos que se pasea por los balcones anónimos. Pero éste era diferente. Parecido en algo a ese silencio hondo, imperturbable, que antecede a las grandes catástrofes. Hundidos en él sólo oíamos el ruido rebelde, impotente, de nuestra respiración, como si allí afuera en la bahía, estuviera aún Francis Drake, con sus naves de abordaje.
La madrugada -en su sentido poético- es una hora casi legendaria para nuestra generación. Habíamos oído hablar a nuestras abuelas que nos decían no sé qué cosas fantásticas de aquel olvidado pedazo del tiempo. Seis horas construidas con una arquitectura distinta, talladas en la misma substancia de los cuentos. Se nos hablaba del caliente vaho de los geranios, encendidos bajo un balcón por donde se trepaba el amor hasta el sueño de los muchachos. Nos dijeron que antes, cuando la madrugada era verdad, se escuchaba en el patio el rumor que dejaba el azúcar cuando subía a las naranjas. Y el grillo, el grillo exacto, invariable, que desafinaba sus violines para que cupiera en su aire la rosa musical de la serenata.
(…)
Desde ayer, afortunadamente, no oímos el toque de queda. Ha sido suspendido precisamente cuando se había incorporado a las costumbres de la ciudad. Muchos sentían nostalgia por esa destemplada y obligante serenata. Otros volverán -¿volveremos?- a las visitas, recuperaremos nuestra agradable disciplina para esperar la madrugada olorosa a bosque, a tierra humedecida, que vendrá como una nueva Bella-Durmiente deportiva y moderna. 0 tal vez, seguros de que ya nada nos impedirá trasnochar, nos iremos a dormir mansamente -extraños animales contradictorios- antes de que los relojes doblen la esquina de la medianoche.
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