Juan Cuvi
Master en Desarrollo Local. Director de la Fundación Donum, Cuenca. Exdirigente de Alfaro Vive Carajo.
Oportunidad desperdiciada para el cine nacional
A falta de una institucionalidad democrática sólida, las élites del país, de cualquier raigambre que sean, se encargan de construir una institucionalidad paralela. Por ejemplo, confundir o mezclar las esferas de lo público y lo privado para obtener un doble provecho.
Definitivamente, la producción cinematográfica no es nuestro fuerte; de otro modo, ya tendríamos a un ejército de guionistas desarrollando el libreto para la gran telenovela nacional, y a decenas de productores consiguiendo recursos para financiar un proyecto que, a todas luces, sería un éxito de taquilla.
Los insumos están a la mano. Tenemos a los personajes: Daniel, Gabriela, Lavinia y Anabella; tenemos los ingredientes de la trama: poder, riqueza, política, un divorcio mal llevado, celos, disputas familiares y hasta una niña en medio de la tormenta (una niña cuyo nombre, por mandato legal, no puedo mencionar, so pena de terminar con mis huesos en la cárcel); tenemos el escenario: una república bananera tomada por el narcotráfico; y tenemos un trasfondo siniestro e intrigante, como para asegurar un desenlace sublime: el personaje principal es amigo cercano del arrebatado presidente de la primera potencia del plantea. La mesa está servida para el que quiera comerse el banquete.
Muchos se preguntarán por qué hemos llegado a esta situación. Y la respuesta es sencilla: a falta de una institucionalidad democrática sólida, las élites del país, de cualquier raigambre que sean, se encargan de construir una institucionalidad paralela. Por ejemplo, confundir o mezclar las esferas de lo público y lo privado para obtener un doble provecho.
La vieja idea patrimonialista de que un cargo público acarrea un derecho privado se reproduce en todos los ámbitos de la vida nacional. Desde el presidente a una junta parroquial hasta el primer mandatario de la nación, pasando por la interminable lista de funcionarios públicos de carrera, designación o elección popular, todos actúan como si la función encomendada les perteneciera. Utilizar un vehículo del Estado para recoger al guagua de la escuela está tan naturalizado como entregar grandes concesiones a las empresas de la familia. O presionar desde el poder a la justicia para resolver asuntos personales. La concepción oligárquica del poder, esa tara perversa heredada de la colonia, ha invadido hasta el último resquicio de la sociedad.
Por eso, precisamente, sacarse los cueros al sol es el recurso predilecto de nuestros políticos criollos, porque tiene más impacto destapar inconductas personales que cuestionar posturas de fondo. Sobre todo cuando se hallan en medio de una campaña electoral. El último debate presidencial es la prueba más fehaciente de esta práctica.
La diferencia de fondo en el caso de los conflictos por los que atraviesa la familia presidencial es su impacto general. El drama es de altísimo nivel. Que hayan llevado a la exesposa del presidente de la república a dar su versión sobre un juicio civil en el pleno de la Asamblea Nacional rompe con los límites de la propia politiquería nacional. Y abona para que la gran telenovela ecuatoriana, de realizarse, sea más apasionada y excitante. Si estuviéramos en México, la telenovela saldría en cuestión de semanas.
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