EL SILENCIO
René Cardoso Segarra
Ni en las peores épocas de las dictaduras he sentido tanto silencio de las instituciones llamadas a defender la Constitución, el orden jurídico del país, las leyes. El silencio de esas instituciones es como un látigo que azota las denuncias ciudadanas, sus demandas de justicia, sus derechos, las evidencias clarísimas de la violación de los códigos básicos de la democracia. Flagelación que deja lacerantes heridas en la desnudez del cuerpo en inanición de la Patria, de los ciudadanos de a pie que vemos con impotencia el desmembramiento de la moribunda democracia ecuatoriana.
Los silencios se hacen cada vez más hirientes. Desprecian la opinión ciudadana. Atamaint es el rostro tenebroso de ese imperio de abuso del poder, de ese reino del silencio más oscuro, negro. La Fiscalía, la Corte Constitucional, el Tribunal Contencioso Electoral, y por supuesto el funesto Consejo Nacional Electoral, conforman la perversa asociación para dejar vía libre a los intereses políticos de una clase económica poderosa. Nada dicen. Nada hacen. Nada ven. Nada sienten. Nada responden. Nada se inmutan. Nada respetan. El silencio es su macabro himno, su réquiem por el que la historia, tarde o temprano, les juzgará.
Los ciudadanos conscientes del valor de la democracia, educados en la historia de las ideas, en los procesos de la historia universal, en la ética, la moral, los principios básicos de la civilización humana, en las enseñanzas de grandes maestros y maestras de la academia, o en los propios valores inculcados en la familia, al parecer estamos comenzando a vivir en un tiempo que ya no es el nuestro, que ya no nos pertenece. Un tiempo en el que hemos esperado y esperado. Un tiempo del vacío de las ideas políticas, del país en eternas elecciones. De las mentiras que no duran ni el tiempo de un suspiro.
Pero no quiero perder la esperanza pues en la misma deposito la fe de unos mejores días para mis hijos y nietos. Yo no lo viviré, pero espero que de estas sombras nazca la luminosidad de la sensatez. Como dijo Hesíodo en su Teogonía: antes de que apareciera la luz estuvo el caos, e incluso de la noche nació el propio día. ¡Qué metáfora, la luz como hija de la oscuridad! (Fotografía: René Cardoso)
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