martes, 13 de enero de 2015


Manifiesto
  1. Las voces
Cuando esto haya terminado, las voces de la propaganda correísta seguirán resonando en nuestras cabezas con su cantaleta de insidia. Será difícil sacárselas de encima tras tantos años de bombardeo radial y televisivo. Esas voces ponzoñosas, capaces de expresar en cada modulación y cadencia todo el desprecio que el régimen reserva a quienes declara enemigos; esas voces arrogantes, colmadas de soberbia y superioridad moral,  que pontifican verdades absolutas; esas voces intrigantes y untuosas, aporte de la escuela de locución de Douglas Argüello a la causa de la Secom, quedarán pegadas a nuestras conciencias como una lapa indeseada y mortificante cuando esto haya terminado. Serán un mal recuerdo, uno indefectiblemente ligado al contenido que las acompaña: el correísmo. Si el Presidente de la República quiere saber qué sensaciones despertará el recuerdo de su gobierno cuando esto haya terminado, deberá escuchar a Douglas Argüello y sus aprendices con atención y asiduidad, por lo menos la misma asiduidad a la que el común de ecuatorianos se somete, que es harta. Porque en el nivel más básico de la percepción, el de las sensaciones, esas voces representan mejor que cualquier otra cosa el clima moral de este período. En el catálogo de sonidos que asociamos mecánicamente con el régimen, ellas merecen la misma importancia que los acordes de la canción patriótica que acompaña al Presidente en la parafernalia teatral de sus desplazamientos. Al escucharlas, cuando esto haya terminado, reviviremos con un estremecimiento los años en que la comunicación pública en el país estuvo dedicada, con recursos nunca antes destinados a estos fines y un aparato de dimensiones colosales, a repartir insidia y mala leche.
  1. La insidia
Tantos años de bombardeo publicitario han logrado que el país pierda contacto con la realidad. A estas alturas los ecuatorianos hemos llegado a tomar como normales, por cotidianas, cosas que, en naciones donde los gobiernos respetan a sus ciudadanos y las instituciones democráticas ocupan su lugar y cumplen su tarea, serían francamente intolerables e inauditas: que la comunicación pública se utilice a diario para la intimidación y la intriga; que la propaganda gubernamental y las mismas presentaciones televisivas del Presidente de la República sirvan para cometer asesinatos simbólicos, cambiar biografías, echar abajo reputaciones, destruir personas; que el dinero de los contribuyentes sea destinado a desprestigiar a los gobiernos locales electos en las urnas… Que el Estado, en fin, se dirija a los ciudadanos en el tono que cabría esperar de una organización mafiosa. Todo eso ha llegado a ser normal en el Ecuador del correísmo y esa normalidad ha alentado al aparato de propaganda a sobrepasar cada día nuevas cotas de infamia y de malicia. En ese afán, este año el aparato se superó a sí mismo.
Hoy todo es posible. Nada puede sorprendernos después del mes de mayo,  cuando la Secretaria de Comunicación del correísmo dio la bienvenida al recién posesionado alcalde de Quito con una pieza propagandística que, en fondo y forma, alcanzó el nivel más alto de concentración de insidia del que se tenga memoria. Sin mediar otro motivo que la mala fe de sus productores, la propaganda vinculó al nuevo alcalde con lo peor de la corrupción y la desvergüenza de gobiernos anteriores sin presentar una sola prueba, sin proporcionar un solo dato, sin mencionar siquiera su nombre. Todo con preguntas retóricas y veladas alusiones: calumnia por inducción, el expediente de los cobardes. Nunca antes la comunicación pública en el Ecuador había caído tan bajo. Nunca antes los recursos de todos habían sido utilizados para indisponer a los ciudadanos contras las autoridades elegidas por todos.
El aparato correísta de propaganda descubrió entonces que no necesita argumentos ni propuestas. Le basta con la insidia. A diferencia de lo que se espera de cualquier pieza comunicacional de un Estado, pagada con fondos públicos para tratar temas de interés público, la propaganda correísta puede no contener información de ningún tipo, no aportar un solo dato, no enunciar un solo problema, no proponer un solo debate. Puede no decir nada: le basta con insinuar. No afirmar: inducir. No comentar: intrigar. No debatir: esconderse. Puede transmitir nada más que insidia y mala leche. Insidia químicamente pura. Pagada con fondos públicos.
Pero el aparato de propaganda no se quedó ahí. En cuñas cada vez más elaboradas, cada vez más costosas, ha apelado a retorcidas dramaturgias que le permiten poner en escena alegorías maniqueas de la ficción política correísta. ¡Impagable hallazgo! La alegoría como vehículo de la insidia. Es el subterfugio perfecto, pues abre los diques de la imaginación al infinito. En el truculento círculo de personajes oscuros, violentos, maliciosos (y, fuera de toda duda, ricos) que acosan a la Democracia  y a laLibertad  en las últimas dos piezas propagandísticas producidas según este nuevo plan iconográfico, el espectador puede proyectar los odios y resentimientos que mejor le cuadren; puede dotar a los personajes de los contenidos que a bien tenga, sólo dejándose inducir por la malevolencia de los guionistas. El único requisito para conectarse con el mensaje es pensar mal, lo más mal que se pueda. Con este nuevo procedimiento la propaganda correísta alcanza con naturalidad las infamantes cotas de la calumnia y el ultraje, en el despeñadero de una degradación moral sin precedentes en la historia de la comunicación pública ecuatoriana.
  1. El antecedente
Esas voces insidiosas, esas técnicas de manipulación de imágenes, esa manera de oscurecer y retocar los rostros para conferirles terribles apariencias, esos efectos de sonido, esos ecos metálicos intimidantes, ese sistema de calumniar por inducción a través de interminables y ponzoñosas campañas sucias en los medios, todo eso que Fernando Alvarado, el pope de la propaganda correísta, ha masificado hasta sobrepasar los límites del hartazgo, tuvo en el Ecuador un nombre propio: hermanos Isaías. Es bueno recordarlos con el fin de “generar memoria social sobre procesos históricos”, como recomiendan los sabios del Consejo de Regulación de la Comunicación (Cordicom).
Años antes de que Alvarado aterrizara entre nosotros con su cargamento de insidia, el imperio mediático de los Isaías fue lo peor que le había pasado al país en el campo de la comunicación de masas. Con un banco quebrado y un juicio por peculado en su contra, ellos afrontaron la resaca de la crisis financiera dando batalla a través de sus canales de televisión, manipulando informaciones, sacando de contexto declaraciones, cambiando biografías…
Las campañas sucias de los Isaías fueron tan escandalosas que el periodismo reaccionó: surgieron las primeras columnas de crítica de televisión en los principales diarios del país, como un esfuerzo por entender y contrarrestar lo que estaba ocurriendo. Hoy, esos diarios que impulsaron una lectura política de la comunicación son intimidados o cooptados, cuando no han desaparecido. El sistema de calumnia por inducción de los Isaías, en cambio, vive su mejor momento, pues anima el espíritu de la propaganda correísta. Con una diferencia: hace quince años, las campañas sucias de los Isaías eran esporádicas y específicas, no afectaban al conjunto de la información y tenían una duración delimitada en el tiempo. Hoy, las de Alvarado son permanentes y generales, copan la práctica totalidad de la agenda informativa y gozan de omnipresencia en el tiempo y en el espacio a través de los ilimitados recursos del aparato oficial de propaganda.
Fernando Alvarado, pues, aventajado alumno de lo peor que ha parido la industria ecuatoriana de la comunicación, ha logrado lo que hace quince años parecía imposible de imaginar siquiera: que los ecuatorianos casi casi extrañemos a los Isaías. No podía ser de otra manera. Al fin de cuentas, él es mucho peor.
  1. El aparato
“Radicalicemos la revolución”, decían los carteles que funcionarios del Gobierno repartían a los participantes de la marcha correísta del Primero de Mayo de 2013, al pie de los buses que los trajeron desde distintas provincias del país. “Radicalicemos la revolución” era la consigna que la autodenominada ala izquierda del correísmo quería posicionar en aquellos días, así que el Sindicato de Heladeros del Ecuador, el Sindicato de Carretoneros de Quito, la Asociación de Trabajadores de Mototaxi de Tosagua y la asociación de vendedores playeros Coco y Sabor, entre otros importantísimos e históricos gremios reclutados para la ocasión, marcharon por el centro de la capital enarbolando ese reclamo: “Radicalicemos la revolución”. Y los funcionarios se multiplicaban repartiendo carteles igualitos. Al día siguiente, el diario gobiernista El Telégrafo, aparte de mentir que la marcha correísta fue más grande que la organizada por la oposición, trajo un significativo título de apertura en su portada: “Los trabajadores piden radicalizar la revolución”. Es un ejemplo de cómo funciona un aparato de propaganda cuando sus piezas están bien engrasadas.
Todavía hay quienes defienden la idea de que en el Ecuador existen medios públicos, pero esa es una tesis que no tiene ningún asidero en la realidad. ¿Qué hacía, si no, la presentadora de noticias de Ecuador TV como maestra de ceremonias de la concentración correísta del 15 de noviembre en Guayaquil? ¿Qué dirían los funcionarios de Gobierno si Alfonso Espinosa de los Monteros o Diego Oquendo hicieran lo propio en un acto proselitista de Guillermo Lasso o cualquier otro (cosa que no van a hacer, porque son periodistas)? El Telégrafo, Ecuador TV, la agencia Andes… No son medios públicos, son medios correístas y participan, como tales, del aparato de propaganda dirigido desde la Secom. Lo mismo se puede decir de los llamados canales incautados (TC y Gama), antiguas joyas de la corona de los Isaías, cuyo imperio mediático resulta una ridícula bagatela al lado del que maneja hoy el correísmo: el poder comunicacional más grande de la historia del país. Y sí: funciona como un reloj.
Pero si la propaganda correísta se ha convertido en un poder intimidante e incontestable, si los ciudadanos sentimos la física sensación de vivir aplastados por él, no es solamente por una cuestión de dimensiones. Es, sobre todo, por el hecho de que la propaganda se ha convertido, bajo el correísmo, en la institución más importante del Estado. Esa institución parece tener un único objetivo: asegurarse de que el Estado tenga siempre la última palabra. Por eso no hay debate político posible: es acallado por la propaganda.
Un político opositor o un ciudadano crítico expresa su opinión en un programa de radio o televisión y no pasan 48 horas sin que el aparato de propaganda, en ese mismo espacio y a través de una pieza específicamente producida para el efecto, no solo responda al atrevido sino que lo maltrate, lo ultraje, lo someta a escarnio público, se burle de él, lo destroce.
Los grupos de oposición organizan una marcha, como la del 17 de septiembre último, con un pliego de propuestas e inquietudes, y su posibilidad de ser escuchados por la opinión pública se ve ahogada por la gigantesca movilización propagandística del correísmo y la contramarcha que somete el derecho a la protesta a plebiscito.
Un ciudadano detenido en el extranjero es extraditado al país y el ministerio del Interior, a través de las redes sociales, dedica un seguimiento fotográfico minuto a minuto de su traslado, con imágenes que son en sí mismas un escarmiento y una pedagogía, una aleccionadora demostración de control del cuerpo por el Estado, un expediente fascista.
Esto no tiene antecedentes en la historia del país. El correísmo ha erigido a la propaganda en forma de gobierno y la ha convertido en el más peligroso y opresivo sistema de control social que se haya impuesto en el Ecuador desde el retorno de la democracia.
  1. Este blog
Este blog surge de la indignación y del hartazgo. La tiranía propagandística del correísmo ha convertido la vida política ecuatoriana en un desierto de cardos secos. Por su violencia intrínseca y aplastante, ha condicionado la libertad de expresión del pensamiento; ha pisoteado la dignidad de los ciudadanos; ha manoseado la verdad; nos ha ofendido a todos. Es, simplemente, intolerable.
Nada de lo que pueda hacer el Gobierno en otros ámbitos, ninguno de sus aciertos (si es que los tiene y no son meramente propaganda) alcanzan para justificar este atropello. El mecanismo de control social que se ejecuta a través de la propaganda correísta es propio únicamente de un Estado fascista, y el fascismo es incompatible con la democracia.
Académicos e intelectuales que aúpan el aparato de control mediático del correísmo han guardado silencio ante la insidia institucionalizada, la manipulación de la verdad, el asesinato simbólico de ciudadanos. Han decidido convivir con eso (como con tantas otras cosas) a cambio de un sueldo y una posición. Otros elaboran retorcidas teorías semióticas o políticas para justificarlo (el reciente comunicado del Cordicom en defensa de las propagandas alegóricas es uno de los ejemplos más penosos). Nada se puede esperar de ellos. Serán, como define Kundera, los ingeniosos aliados de sus propios sepultureros.
Todo este espectáculo da asco. Por dignidad, es hora de reaccionar. Algunos ya empezaron a hacerlo. Los canales de televisión independientes, los pocos que quedan, ya no transmiten las cuñas correístas sin beneficio de inventario: las comentan, las critican. Los ciudadanos armados de un teléfono o una computadora inundan cada día más las redes sociales con sus manifestaciones de descontento. Es lo único que está al alcance del individuo frente a la potencia intimidante del Estado. Y es bastante.

Este blog pretende alimentar ese sentido crítico. Ser la sombra del Estado de propaganda. Hará un seguimiento diario de sus producciones, comentará su lenguaje, tratará de interpretar sus manipulaciones con las simples armas de que dispone cualquier ciudadano: discernimiento, poder de observación, capacidad de análisis, mirada crítica, sentido del humor. Y rigor, porque la indignación no debe nublar los ojos de la crítica.

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