domingo, 22 de junio de 2014

García Márquez o la palabra encendida en la prosa y en el verso

Por: Rodrigo Pesántez Rodas.

Mucho y poco a la vez se ha dicho y escrito sobre la vida y obra del célebre colombiano Gabriel García Márquez (1928-2014) que acaba de pagar su tributo al misterio más desgarrador de la existencia humana: la muerte.
Su vida y su obra serán siempre una cantera en cuyos linderos ni la pluma ni la tinta agotarán sus entusiasmos por descubrir sus excelencias literarias y desvestir sus secretos que irán configurando definitivamente su estatura de un clásico universal.
Nuestro continente lingüístico tiene dentro de su transcurrir histórico-literario dos etapas de las que orgullosamente nos sentimos  reivindicadores: la primera, iniciada en el último tercio del siglo XIX con la llegada del Modernismo capitaneado por el poeta nicaragüense Rubén Darío (1867-1916), movimiento o escuela literaria netamente nuestra, aunque alimentada por dos manantiales de singulares aportes estéticos originarios de Francia: el Simbolismo y el  Parnasianismo.

España, a partir del romanticismo empezó a demostrar sus telares poéticos decadentes (a excepción de Bécquer). El Modernismo vino, entonces, a significar la primera  contribución original, su más segura prueba de madurez e independencia con respecto a la tradición española, de la cual había sido por naturaleza deudora inevitable. Nuestros modernistas, Darío, Lugones, Nervo, Chocano, Herrera y Reising, Delmira Agustini y un poquito antes el colombiano José Asunción Silva (1865-1896), al vigorizar los lenguajes a través de nuevos recursos estilísticos, configuraciones semánticas percepcionales y ritmos interiores dentro de los sintagmas, entre otras aportaciones de fondo y forma, lograron salvar a la expresión literaria de la inmediata penuria, de los lenguajes fosilizados y de las ideas vacías dominante en todo el ámbito hispánico.
El segundo aporte fundamental y fundacional se da en la década de los años 60-70, desde la narrativa, período en el que se producían importantes cambios en la forma en que la historia y la literatura se planteaban. Lo que principalmente centró la atención fue el triunfo de la revolución cubana en 1959. Después de esa generación de novelistas: Pérez Galdós, Valera, Palacios Valdez, Pío Baroja, un largo silencio –tiempo y espacio- se dan en las letras hispánicas: primero se agotaron los temas de una ficción realista-sicológica-histórica; y, luego, les pilló la guerra. En tiempos de metrallas y represiones, los espacios literarios se entumecen, se esconden, desfallecen. Surge entonces el boom, fenómeno editorial-literario, conformado por un grupo de novelistas latinoamericanos relativamente jóvenes que, partiendo de nuevas codificaciones del lenguaje dio a la palabra el espacio ya no denotativo –referencial, sino el asombro de la imaginación en sus estructuras connotativas y semánticas.. Este grupo está más relacionado con los autores, Julio Cortázar de Argentina, Carlos Fuentes de México, Mario Vargas Llosa de Perú y Gabriel García Márquez de Colombia.  Indudablemente que el aporte de cada uno de ellos fue significativo dentro de las estructuras del lenguaje y la codificación de los argumentos; mas, ninguno como García Márquez que hizo de su Ingeniería verbal el edificio desde donde se divisaban y vislumbraban por primera vez todas las realidades en la memoria de la fantasía. Toda su obra es una sinfonía de situaciones, episodios, ocurrencias que bordeando los límites de la fabulación ingresan a la realidad de nuestras percepciones síquico-motoras con una asombrosa interrelación texto-lector. El mismo en una carta dirigida a su amigo Plinio Apuleyo Mendoza le dice: “ Esta es la línea que pienso seguir en el relato de un pueblo común y corriente, donde las esteras vuelan, donde hay una vieja que tiene jodido al médico para que le cure una enfermedad mortal: la facultad de adivinar el pensamiento de los vecinos..”. Sin embargo, hay un libro suyo, El Otoño del Patriarca, donde pese a utilizar un estilo muy simple, García Márquez elabora algunas de sus formas originales y concluye su historia utilizando largos párrafos, con escasos signos de puntuación en los que logra entrelazar distintos puntos de vista narrativos; “una especie de monólogo múltiple en el que intervienen varias voces sin identificarse”. Es su novela más compleja y elaborada. No hay duda en considerarla como un largo poema en prosa y la obra que mejor representa al mítico tirano de nuestra América. En sus páginas los fulgores del realismo mágico llegan a su esplendor con que García Márquez ha sabido moldear magistralmente gran parte de su narrativa. En esta obra, el personaje central es el retrato más patético de todos los dictadores contemporáneos. La soledad que acompaña y acompañará siempre a estos “dueños de la conciencia ajena”, es la metáfora precisa con que García Márquez cuestiona a los regímenes totalitaristas.
Pese a esta convicción suya, sin embargo, su acercamiento al régimen cubano fue evidente. Parece que en el ilustre nobel de literatura pesaba más su amistad con Fidel Castro que el engranaje burocrático deprimente y represivo de su sistema. De allí se desprende que en muchas ocasiones García Márquez abogó y logró la liberación de algunos presos políticos como es el caso del escritor Armando Valladares, autor de un libro que duele leerlo: Contra toda esperanza. En cambio, se distanció de muchos de sus amigos intelectuales de América y Europa que hasta entonces, habían respaldado a la revolución cubana, cuando explotó el episodio conocido como “Caso Padilla”. La prisión del poeta y novelista Heberto Padilla (1932-2000) y de su esposa en 1971  y que adquirió repercusión internacional donde algunos de los más grandes escritores contemporáneos pidieron en carta abierta a Fidel Castro su liberación firmando entre ellos, Jean Paul Sartre, Simone de Beauvoir, Jorge Luis Borges, Alberto Moravia, Juan Rulfo, Juan Goytisolo, Ernesto Sábato, Mario Vargas Llosa, Carlos Fuentes, Octavio Paz entre otros, no lo hicieron, García Márquez, Julio Cortázar ni Benedetti. Pero ante y sobre todas estas circunstancias, García Márquez fue un escritor donde la libertad en la expresión, en el pensamiento y en el accionar marcaron siempre la brújula de su inmarcesible personalidad.
Y aquí una primicia para nuestros lectores, Gabo también escribía versos y versos con poesía y a despecho de los versómanos de nuestro tiempo que con raras excepciones no llegan sino hasta los renglones versales sin lograr aprehender la sustancia poética, García Márquez, nos entrega en el molde sagrado del soneto, estos versos de amor de envidiables connotaciones poéticas. Disfrutémoslo:           

Si alguien llama a tu puerta, amiga mía/ si algo en tu sangre late y no reposa,/ y en su talle de agua temblorosa/ el surtidor florece su alegría/. Si alguien llama a tu puerta y todavía/ te sobra tiempo para ser hermosa,/ si aún existe la arteria de la rosa/ para tomarte el pulso, poesía. “Si alguien llama a tu puerta una mañana/ sonora de palomas y campanas/ y aún crees en el dolor y la alegría.” Si aún la vida es verdad y el beso existe;/  si alguien llama a tu puerta y estás triste/ abre que es el amor, amiga mía”.

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