domingo, 29 de julio de 2018

Las izquierdas que no se acuerdan de Correa

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Y vuelven a empezar: como si nada hubiera pasado. Libres de polvo y paja. Ajenos a lo que hizo el gobierno de Rafael Correa y a lo que muchos de ellos hicieron, callaron o encubrieron durante una década de despilfarro y atropellos.
Ahora se han juntado para poner los cimientos –es lo que dicen– de “una propuesta de unidad progresista”. ¿Qué persiguen? “Constituir nuevos espacios de convergencia hacia un posicionamiento ideológico y político a partir de los rasgos históricamente compartidos por las izquierdas y la social-democracia”, en un frente político. ¿Quiénes son? “Nos identificamos como mujeres y hombres comprometidos con la búsqueda de una sociedad más justa, próspera, equitativa y solidaria”.
En este manifiesto (se puede leer en ese link de Facebook) no hay una palabra sobre Rafael Correa. Ni una referencia a la historia personal y política de la mayoría de sus adherentes. Algo surrealista emerge de ese texto que sirvió para convocar la reunión de Vamos; un frente político que se presentó, el sábado pasado, en el Teatro Casa de la Cultura de Cuenca. ¿Dónde estaba esta congregación de militantes de las izquierdas durante el gobierno que hizo –con pleno apoyo de las izquierdas– la Constitución a su medida y, además, creó y operó un régimen autoritario? ¿Qué hicieron cuando ese gobierno pisoteó derechos, atacó demócratas, líderes sociales, opositores, ecologistas, periodistas…? ¿Qué hicieron cuando el gobierno de Correa hacía exactamente lo contrario de lo que hoy proponen como su hoja de ruta? Respuesta: muchos de ellos eran funcionarios y militantes de Alianza País. Muchos desearon que Correa siguiera siempre en el poder, como Ximena Ponce.

Estas izquierdas reunidas no parecen hacerse cargo de que el país está instalado en el post correísmo. Y que es desde ahí, desde la descomposición de un sistema autoritario, del cual muchos de ellos hicieron parte, que será recibida y evaluada su propuesta por parte de la sociedad. Ese no parece ser su problema. Su manifiesto es una suma de posiciones ideológicas, obvias por su generalidad, puestas al servicio de una urgencia política: “conformar un Frente Progresista que procese, enarbole y dispute el escenario político y social”. Y en ese intento, nada dicen sobre el hecho político mayor: ya se confrontaron a la prueba del poder y –lejos de poner en evidencia lecciones y rectificaciones– parecen decididos a volver a empezar. De cero. Pasando de agache.
Hay un evidente ejercicio de lavado de manos. Y una ficción:  volver a pensar la política desde la oposición a la derecha y al pasado, como si ellos no lo hubiesen ejercido. El poder que ellos interpelan es aquel que Correa llamaba poderes fácticos; pretendiendo así excluirse del poder real que estaba en sus manos. El frente Vamos usa aquí la ideología de izquierda para producir una apariencia. Esa coartada funciona mientras no sea confrontada con la realidad. Mientras siga haciendo creer que la única forma de pensar el poder es contraponiendo esas apariencias ideológicas a las prácticas de poder de la derecha. O ante sus lemas, que aún explota, de la larga noche neoliberal. Las izquierdas que hoy siguen creyéndose moralmente superiores siguen evadiendo las pesadillas totalitarias o autoritarias que se han construido con las tesis que defienden y enarbolan. Y no parecen siquiera dispuestas a encarar su experiencia de poder autoritario al lado de Correa.
Por eso, su afán está más dirigido a salvaguardar los pruritos ideológicos y el discurso contra el gran capital que en pensar la realidad. ¿Qué mostró el correísmo? Que la democracia no es un valor en el país. Que las libertades son mercancías negociables con el poder. Que el autoritarismo, que ya no reprime masivamente (sino en forma selectiva), se instala produciendo miedo, atomizando la sociedad y doblegando a los ciudadanos, política o espiritualmente, hasta vaciarlos de su yo. Catequizándolos y tratando de volverlos cómplices de la mentira oficial.
La democracia, como mostró Vaclav Havel, necesita cultura cívica, fundamentos de vida en común, ciudadanos que no se refugien en su nicho privado o en el frenesí del consumo. Que no canjeen tranquilidad o seguridad por obediencia. Que no admitan como normal la mentira oficial. La democracia, como la libertad, no pueden ser opciones: son necesidades. Ante ese programa, ¿qué es urgente en el país? ¿Ser de izquierda (o de derecha)? ¿Y serlo sin democracia, sin ciudadanos, sin un marco institucional reconocido y aceptado, sin un acuerdo básico sobre cosas mínimas alrededor del bien común (producción, empleo, educación, salud, seguridad, medio ambiente, respeto a la mujer y a las minorías…)? ¿O basta para ser de izquierda con repetir la retahíla de siempre?
¿A partir de qué quieren esas izquierdas legitimarse en el país y volver a legitimar la política ante los ciudadanos? Havel, que pensó el post-totalitarismo, ya respondió: la política se debe legitimar por algo que la supere: valores éticos y espirituales. Aquellos que quieren refundar la política –en este caso desde las izquierdas, pero lo mismo vale para todos–, solo pueden hacerlo desde la ética. Y para ello tienen que hacerse cargo del correísmo, su vida y sus milagros.  Y también sus apoyos solidarios a Chávez, a los Kitchner… y a la pareja de dictadores y asesinos que están en Caracas y en Managua.

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