martes, 10 de julio de 2018

Moreno no engrana la segunda etapa post correísta

  en La Info  por 
La cuerda del anti correísmo que ha usado el gobierno de Lenín Moreno parece haberse desgastado. A medida que la opinión conoce con mayor precisión lo que realmente pasó en su gobierno, Rafael Correa pierde puntos en la opinión. Y esa tendencia no se detendrá porque la Contraloría, la Fiscalía y también los jueces ahora hacen su trabajo. Pero ya no hay relación directa, de vasos comunicantes, entre la realidad política de Correa y aquella de Lenín Moreno. Si Correa raspa la olla de su popularidad, –como en efecto está ocurriendo–, eso no implica que Moreno logre mayor aceptación.
La etapa post correísta entró en otra dimensión. Las denuncias hechas por el propio Moreno sobre cómo quedó la economía (la mesa no-servida) y los evidentes cambios en el plano de las libertades públicas, constituyeron una bocanada de oxígeno para su gobierno. Ese proceso que incluye al Consejo de Participación Transitorio está lejos de haberse acabado. Pero su efecto ya no arropa, o no en forma decisiva, a Moreno y a su gobierno. Tampoco este hecho es una novedad. Los operadores políticos de Carondelet sabían que tenían que encontrar un derrotero político, además de ser identificados como el gobierno que puso fin al autoritarismo correísta. ¿Gobierno de transición? ¿Gobierno de partido? ¿Gobierno de qué?
La lucha contra el correísmo, por todo lo que representó, puede ser un programa democrático de largo aliento. Pero no un programa de gobierno. Ahí se requiere un sello, un derrotero, objetivos, cronogramas, resultados. En este punto es donde el gobierno de Moreno parece pedalear con dificultad cuesta arriba. Por una razón: la mayor parte de las tareas que enfrenta pasa por el manejo económico que, en época de vacas flacas, no es particularmente sexy. Poner de nuevo la mesa implica poner en orden las cuentas y ese ajuste, doloroso y complejo en todos los casos, también requiere una estrategia política.
Alguien tiene que explicar al país lo que enfrenta. La cura que necesita. El tiempo que tomará. El costo. La forma como será repartido. Los beneficios que esto traerá. Alguien tiene que relacionar, en forma documentada, lo que está pasando y el derroche que hubo. Alguien tiene que sacar lecciones para que el despilfarro y la corrupción que hubo bajo el correísmo no se vuelva a repetir, precisamente para no tener que enfrentarse a  tragos amargos como el que tiene que beber en este momento.
La estrategia del gobierno no prevé, por lo que se ve, incluir en este proceso político a la sociedad. Richard Martínez, ya se dijo, no ha dado explicación alguna al país. La dinámica económica incluye a  cúpulas políticas y a ciertas organizaciones sociales. Acuerdos en la Asamblea que dan viabilidad a ciertas leyes, pero la sociedad vuelve a ser, como con Correa, observadora de una acción gubernamental que la incluye solamente en sus consecuencias. El resultado es el que marcan ciertos sondeos: Moreno no sale de la misma baldosa mientras la opinión se muestra preocupada, incierta y frustrada.
Mientras este juego de cúpulas se produce, el Presidente vuelve al papel que mejor desempeñó durante la Vicepresidencia de la República: el hombre generoso que lleva buenas noticias, inaugura obras y reparte dádivas. Como su esposa. Como si el momento requiriera de muchas imágenes altruistas (en eso se ha convertido el programa de los lunes “Tu gobierno informa”), y no mayor densidad política. Como si la racionalidad económica, en vez de ser explicada, tuviera que ser camuflada con actos de caridad y acciones de corte populista. El gobierno vuelve a proceder como si la sociedad, en su conjunto, fuera incapaz de entender y asumir el momento que le toca vivir. Eso justifica que el Presidente haya renunciado a su mensaje político de los lunes, que el ministro de la política esté dedicado a actividades totalmente clandestinas (¿alguien sabe quién es y qué hace?) y que Richard Martínez economía haya olvidado que la economía es también política.
El gobierno procede como si este no fuera el momento de la política y de los grandes debates: conocer lo que pasó con el correísmo, saber qué costos tuvo esa fanfarria revolucionaria pagada con plata pública, llegar a consensos sobre lo fundamental (en los campos institucional y económico) y encargarse, con las elites económicas que administran algunos ministerios, de un programa democrático de transición: el morenismo no parece haber entrado en la nueva dimensión del post correísmo. No ha creado un imaginario político, hala las mismas cuerdas mientras transa con ciertas cúpulas y da rienda suelta a gestos populistas.

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