Recuperemos la coherencia económica... y constitucional
COMO EN UN CASINO, LA BANCA GANA… SIEMPRE
Por Alberto Acosta
La noticia cayó como una bomba… mediática: el Banco del Litoral, vinculado a la familia Noboa, registró un crecimiento en sus utilidades del 582% entre noviembre del año 2024 y el mismo mes del 2025, cuando el promedio del sistema bancario fue de 41%. Sin minimizar ese aumento, fuera de lo común en términos relativos, cabe ubicarlo en términos absolutos. La utilidad apenas pasó de 44 mil a 297 mil dólares; lo que equivale a un incremento de 253 mil dólares. Valores bajísimos en el negocio bancario. Como se constata en la tabla, el grupo de las 6 entidades financieras más grandes se embolsicó el 87% de la totalidad de las utilidades, equivalentes a poco más de 207,5 millones de dólares: el Banco del Pichincha, 25%; Banco del Pacífico, 22%; Banco de Guayaquil, 19%; Produbanco, 9%; Banco Bolivariao, 8%; Banco Internacional, 8%...
Lo de fondo es que la banca, como en un casino, gana siempre… incluso en épocas de crisis. Esa fortaleza de la banca radica en la confianza . La sociedad confía en la banca. Las razones son múltiples. Influye el poder acumulado por la propia banca, no solo su incidencia económica, sino en especial el poder político y simbólico que le protege. Su presencia rebasa los límites de la economía, aparece en casi todos los ámbitos sociales, sea auspiciando el deporte o el arte, para citar dos ejemplos; e inclusive se presenta como preocupada por financiar a los sectores populares, sin dejar de hacer negocio, se entiende.
Se trata en definitiva de un poder apuntalado por los grandes medios de comunicación y también, en gran medida, por los gobiernos. Estos -incluso aquellos que se presentan como de izquierda- no han podido o no han querido poner el cascabel a gato, al menos en aquellos puntos clave que dispone la Constitución. Y desde esa posición la banca usa y abusa de un poder privilegiado, a veces incluso mayor al poder que detenta el Estado, al que a través de gobernantes sumisos puede subordinarlo.
Ese poder, cabe agregar, se sostiene también por la falta de conocimiento de la sociedad de cómo funciona la banca en el capitalismo. Sin embargo, incluso en ese sistema, algo no está en orden si a la banca le va bien, incluso muy bien, mientras a la sociedad, le va mal, inclusive muy mal.
En Ecuador, esas situaciones las hemos vivido una y otra vez. Sin traer necesariamente a colación el salvajate bancario de fines del siglo XX, cuando gobiernos -sobre todo el de Jamil Mahuad- rescataron a los banqueros sacrificando a sus clientes, hemos visto como la banca gana incluso en épocas de crisis agudas y ha ganado aún en casos en que es “atacada” desde el poder político. Así durante el correísmo , la banca, que se benefició también de la entrega del dinero electrónico, acumuló enormes utilidades; lo que amplió su poder económico… es decir político. Las millonarias utilidades se mantuvieron en gobiernos abiertamente sumisos al poder de la banca, con Lenín Moreno, incluso en medio de la debacle social y económica durante la pandemia del Covid, y luego con Guillermo Lasso, cuando el banquero en sus 900 días de gestión aumentó su patrimonio personal en 21 millones de dólares. Y esa tendencia continúa ahora con el presidente-viajero Daniel Noboa.
Recordemos que un banco no es una empresa cualquiera. La banca genera ganancias a través del crédito, que no se financia solo con su capital sino en especial por el dinero depositado por sus clientes, por ejemplo, los ahorros. A los banqueros con una mínima cantidad de aporte de capital propio se les autoriza administrar depósitos de la gente. Así el proceso de “transformación” de depósitos en créditos, permite que la cantidad de capital de los bancos se multiplique en varias veces.
Pero hay más. La banca puede otorgar créditos sin tener el dinero: la creación endógena de dinero, que le dicen. El asunto es sencillo. A modo de ejemplo, un empresario va a un banco y pide un préstamo para contratar empleados y comprar materia prima. Si el banco se lo concede, no es entregándole dinero en efectivo proveniente de los depósitos de otros clientes. Más bien el banco crea una cuenta de depósito en nombre del solicitante del préstamo y ahí registra -actualmente de forma digital- un monto equivalente al dinero prestado. Si el solicitante del préstamo se desenvuelve en un entorno altamente bancarizado, probablemente no retirará el dinero del depósito en efectivo, sino que hará sus pagos a terceros vía diversas formas de transferir el dinero acreditado. Quien esté abajo en la cadena de pagos seguramente hará lo mismo si también se desenvuelve en dicho ambiente bancarizado. Y así sucesivamente. Incluso puede ser que el banco que creó el depósito inicial no necesite nunca usar efectivo para cubrir el retiro del depósito.
La banca, además, es rentista. Gana muchísimo por las comisiones, quizás más que colocando créditos. Siendo oligopólica la estructura del sector financiero, el logro de enormes utilidades se explica también por las acciones colusorias de unos pocos bancos. A lo que hay que sumar los negocios de especulación financiera en el mercado de bonos y otros instrumentos de deuda pública, incluyendo la externa, por supuesto.
Otro punto no menor: los banqueros acceden, además, a los “secretos empresariales” de sus clientes. Eso les otorga una posición privilegiada. Y en ese contexto, a su alrededor se configuran poderosos grupos económicos compuestos por exportadoras, importadoras, aseguradoras, medios de comunicación, inmobiliarias, restaurantes, cines, comercializadoras de vehículos, centros comerciales, constructoras, etc. No faltan vínculos “oscuros” de la banca en tanto banda de transmisión para ocultar capitales en paraísos fiscales o inclusive para viabilizar el lavado de activos, que en los últimos años ha crecido de forma exponencial.
Tampoco se puede relegar la codicia de la banca, que incluso quiere hincarle el diente al negocio de las cooperativas de ahorro y crédito, violentando disposiciones constitucionales, tal como se intentó hace un par de meses.
La verificación de este fenómeno en el caso ecuatoriano muestra que nunca se cristalizaron a cabalidad las disposiciones constitucionales de Montecristi, que tuvieron como telón de fondo inmediato el mencionado salvataje bancario. Lo que llevó a establecer que “ un banquero, sea un banquero y nada más que un banquero ”; como dispone el artículo 312 de la Constitución; es decir los banqueros no podrán ser titulares, directa ni indirectamente, de acciones y participaciones, en empresas ajenas a la actividad financiera o comunicacional.
La incapacidad de romper el viciado vínculo entre banca y grupos financieros es una grave herencia que se mantiene intacta. El no cumplimiento de esas disposiciones constitucionales explica en gran medida las profundas asimetrías en los mercados. Es decir, la banca, que muchas veces actúa como un cártel en función de sus intereses, contribuye a generar una elevada concentración de la riqueza, así como mercados dominados por pocos grupos. Ese desbalance de poder empobrece y margina a muchos sectores productivos -sobre todo populares-, obligados a competir en una desigualdad de condiciones que complica hasta su capacidad de sobrevivir.
Para poner en orden el sistema financiero, es urgente cumplir lo que dispone la Constitución en varios artículos, en especial lo establecido del artículo 308 al 312. Tengamos presente que el sistema financiero se compone de los sectores público, privado, y del popular y solidario; cada uno con normas y entidades de control específicas y diferenciadas; cuyos directivos serán responsables administrativa, civil y penalmente por sus decisiones. Y recordemos siempre que las “ actividades financieras son un servicio de orden público” (Art.308), lo que implica que la banca debe estar siempre al servicio de la economía y la sociedad, no al revés, puesto que, además, el negocio bancario no es asimilable a otros negocios.
Hay muchos otros temas que abordar como la dimensión de los bancos, cuyo desmedido tamaño y sus vínculos financieros -explícitos o implícitos fuera del país- arriesgan la estabilidad económica y la misma democracia. En consecuencia, la banca tiene que estar en función del bien común, algo que, a todas luces, no sucede en la actualidad. Y, por cierto, estos correctivos son impensables en un gobierno de las oligarquías, liderado en la actualidad por Noboa.
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