#Opinión ¡La corrupción también mata!
Muchos se escandalizan al ver a Jorge Glas, Wilman Terán o Pablo Muentes tras las rejas de la Cárcel del Encuentro. Dicen que no son asesinos, que sus delitos son “de cuello blanco”, que deberían estar en otro tipo de prisión. Pero la verdad es incómoda: sí son responsables de muertes, aunque no empuñen un arma.
Cada acto de corrupción es una bala disfrazada de firma. Cada contrato amañado es una cama vacía en un hospital. Cada coima aceptada es un niño sin medicinas, un policía sin chaleco, un joven sin empleo. Y esa cadena invisible de consecuencias mata tanto como el crimen común, solo que lo hace lentamente, con guantes de seda y sonrisas políticas.
Quienes hoy lloran porque los corruptos comparten cárcel con asesinos, deberían recordar que robar al Estado es robarle la vida al pueblo. Glas, Terán, Muentes y tantos otros no están allí por error, están pagando —aunque sea tarde— por años de abuso, impunidad y cinismo.
La corrupción no deja rastros de sangre visibles, pero deja hospitales vacíos, barrios inseguros y generaciones condenadas. Por eso, su lugar no es el privilegio ni la compasión, sino la celda. Porque quien roba el futuro de un país, asesina en silencio.
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