martes, 13 de junio de 2023

 

La educación, un taller de replicantes

Desde hace varios semestres académicos comparto con mis alumnos universitarios un breve fragmento de una serie televisiva española titulada Merlí. En esa escena una profesora plantea un simple ejercicio, con la finalidad estimular la reflexión entre sus estudiantes, ante el posible peso que podría ejercer la presión social en el individuo y la adopción de un posicionamiento contrario a su propio criterio, opuesto a la búsqueda de la verdad, para normalizar un comportamiento de sumisión y obediencia, ante el riesgo de una posible exclusión social y pública por parte de la manada, es decir, aceptar sin resistencia dialéctica la opinión de la mayoría.

En síntesis, esa escena en cuestión (a la que puede acceder a través del siguiente enlace https://www.youtube.com/watch?v=R24IjoPfjXw) parte de una propuesta de la docente para que todos los alumnos, en ese momento presentes en el aula, ante la pregunta del color de una carpeta verde, respondieran que su color era rojo. Esta experimentación iba dirigida a conocer la reacción de algún alumno que se incorporara rezagado a esa sesión, “como suele suceder” (sic). En definitiva, la respuesta del alumno, que se había integrado al aula con posterioridad, confirmaba el erróneo color rojo, de una carpeta que evidentemente era verde. Por tanto, se concluía que un individuo renuncia a su propio criterio y asume la opinión de la mayoría para evitar el rechazo de la masa.

Ese planteamiento cinematográfico, sin embargo, no es nada nuevo en el campo científico. En 1951, un equipo de investigadores, liderado por el psicólogo Solomon Asch, había llevado a cabo un experimento (al que usted puede acceder también a través del enlace https://www.youtube.com/watch?v=tAivP2xzrng), que tenía como principal objetivo determinar las condiciones que lleva al individuo a mantener un criterio independiente o , por el contrario, asumir la presión de la mayoría. Ese ensayo determinó la incidencia del grupo -conformado por cómplices colaboradores- sobre el sujeto de estudio, es decir, la “conformidad en el grupo”.

Pues bien, hace unas semanas y sin premeditación alguna, cuando estaba exhibiendo esa breve secuencia de Merlí, impedí el ingreso momentáneo al aula a dos alumnos que llegaban tarde (una chica y un chico), con la idea de confrontar ese experimento. La verdad es que tenía muy serias dudas de alcanzar un resultado similar al obtenido en la mencionada serie. Acordé previamente el mismo procedimiento con los alumnos presentes con respecto al color de la carpeta. La sorpresa fue mayúscula. Esos dos alumnos siguieron el mismo criterio erróneo de la mayoría. Me quedé frio, helado.

Una cosa es utilizar un recurso, desde una perspectiva teórica, para motivar la reflexión y otra muy distinta es (re)confirmar, no sólo a través de esta experiencia sino mediante una serie de procesos indagatorios que venimos realizando en estos últimos años, las grandes carencias lectoras, de comprensión, de comunicación, de conocimientos esenciales y básicos, del enorme déficit de reflexión, las grandes dificultades para ejercitar el pensamiento, las elevadas debilidades de una educación en valores, en género, en educación medioambiental, la inexistencia de un espíritu crítico, etc., que contrasta radicalmente frente a esas campañas mediáticas y propagandísticas que nos presenta el mejor de los mundos educativos posibles: “modelos pedagógicos innovadores”, “calidad”, “excelencia”, “innovación”, “transformación social”, “espíritu crítico”, “educación en género”, “educación medioambiental”, “educación en valores” y un sinfín de retahílas más.

La pura realidad es que estamos formando replicantes de ciudadanos mudos, indiferentes, obedientes y sumisos para que no incomoden a la estructura establecida.

José Manuel Castellano
Cuenca (Ecuador) junio 2023

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