Jaime Chuchuca Serrano
En el libro clásico, El Asalto a la Razón, de Georg Lukács compendió una tesis central: el irracionalismo como un fenómeno internacional del período imperialista.
En Alemania, el primer violín de la filosofía, al decir de Engels, el irracionalismo ya está en Kant, Fichte, Schelling, Schopenhauer y Hegel. Pero Nietzsche se lleva el papel fundador del irracionalismo del período imperialista. Dilthey, Simmel, Spengler, Scheler, Heidegger y Jaspers, (todos hombres) coronan la mitad del siglo XX con la irracionalidad. En sociología, Weber se conecta con el subjetivismo y la irracionalidad del período guillermino y Schmitt sobrepuja con la sociología fascista.
El nazifascismo alemán, escribe Lukács, es la condensación ecléctica de todas las tendencias reaccionarias del racismo y el fascismo. El nacionalismo alemán, tras la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial, y la reacción más encarnizada al cambio social resumida en los junkers, son los cómplices y auxiliares de Hitler. El principal ideólogo del nazifascismo, Rosenberg, era un mercenario sin escrúpulos que participó en las centurias negras en Rusia.
Aunque el nazifascimo fue derrotado en la Segunda Guerra Mundial por Rusia, el irracionalismo solamente mutó de forma. Encontró decenas de cuerpos con los que produjo sinergia.
Al final de la segunda década del siglo XXI, el irracionalismo se posa como arcángel de la muerte en los representantes de los Estados. El conservadurismo, racismo y estupidez de Trump, lo señalan como el primero de la serie. Vladimir Putin, como Benito Musolini, habla con leones y osos y disfruta de las fortunas más grandes del mundo (al igual que Trump) mientras genera una guerra interna. En otro ángulo, está el autoritario Boris Johnson, Primer Ministro del Reino Unido, quien ha suspendido las sesiones de la Cámara de los Comunes, cosa que no ha ocurrido en siglos.
En Latinoamérica, aunque existen varios, nombraré solo a dos, a los delanteros: Macri y Bolsonaro. El primero, futbolizó la política argentina, y el segundo, convirtió a Brasil en el búnker principal del neofascismo de nuestro tiempo. Bolsonaro abrevia el dilema de la irracionalidad: cuestiona que la Amazonía sea “patrimonio de la humanidad” y consagra la práctica extractivista que ha puesto en peligro al mismo planeta.
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