lunes, 8 de mayo de 2017

¿Y si Lenín Moreno hiciera lo que dice?

  en La Info  por 
Un Estado bienestar tipo Uruguay: hacia allá apunta Lenín Moreno. Eso dicen algunos de sus cercanos que saben que, en este momento, Rafael Correa produce un montón de ruido para tapar los mensajes renovadores de Moreno.
Todos saben que producen escepticismo. Que el país que ha padecido diez años de correísmo parece más inclinado a suponer que Moreno es un rehén de Correa. Y que en vez de un cambio, habrá más de lo mismo. Por ello, dicen estar dispuestos a producir señales unilaterales que prueben que Moreno, lejos de ser un pelele, operará un giro profundo. Con él se puede esperar, dice un cuadro de AP decisivo en la nueva gestión de gobierno, tres tipos de medidas: simbólicas, cambios en la administración y cambios constitucionales.
En ese orden habla de lo que ocurrirá desde el 24 de Mayo cuando Moreno anunciará medidas simbólicas que pueden ir desde el fin de las sabatinas hasta la desaparición de los troles. Cuando dice cambios en la administración incluye la eliminación entre los funcionarios de gente como Carlos Ochoa, considerado uno de los peores errores y bodrios del correísmo. O de René Ramírez que encarna la obsesión tecno-autoritaria del correísmo y la persecución a las universidades. O el achicamiento del gabinete en el cual esperan incluir rostros que no son de Alianza País y que mostrarán la voluntad de Moreno de romper una hegemonía política, contraproducente hoy para gobernar. Los cercanos a Moreno saben que tendrán que cambiar leyes (una de las primeras es la de Comunicación), pues el marco constitucional no responde al norte que dicen haberse fijado: salvar la economía cuyo estado real juzgan grave y reconstituir la democracia. Ellos dicen querer poner el país a buen recaudo del extremismo que preconizan Correa y sus defensores fanáticos cuyo resultado final -eso también dicen saberlo- es llevarlo a la situación extrema que conoce Venezuela.
Obviamente, no hablan de unanimidades internas. Esta es la nueva agenda “en disputa”. Hablan incluso de enormes tensiones internas. Pero cuentan el cansancio extremo que hay en sectores mayoritarios de Alianza País tras diez años de guerra contra la sociedad. Hablan de la necesidad de deshacerse de ciertos grupos corruptos que están en el gobierno y cuya fama tiñe la biografía de todos aquellos que, equivocados o no, han estado en este proyecto en forma honesta. Hablan de volver a un punto de racionalidad política preguntándose, casi extrañados, cuándo el autoritarismo tomó cuerpo en el gobierno. Y por qué lo dejaron desbordar.
¿Moreno tiene la fuerza política para hacer esos cambios que, si se les cree, incluyen volver a los organismos multilaterales, alejarse del proyecto imperial de la China (que Correa vendió como un proyecto ideológico), renegociar la deuda y defender la dolarización? La apuesta está hecha alrededor de lo que logre con la sociedad real, también asqueada y extenuada por la obsesión de control y castigo impuesta por Correa.
Moreno no dependerá, según estas versiones, de los barones del correísmo sino del capital político que logre en la sociedad. Su apuesta se basa en concertar con la Conaie, con los actores sociales, con los empresarios… Su apuesta es evitar que los extremistas –se habla de lado y lado– encuentren coartadas para incendiar la calle. Y el extremista de su lado está plenamente identificado: se llama Rafael Correa Delagado. Quizá él no imagine hasta qué punto su estilo, su autoritarismo, gente suya como Carlos Ochoa, han creado anticuerpos en el interior de Alianza País.
Aquello que los amigos de Moreno más desean es lograr un manejo político tan democrático que les permita evitar una calentura social susceptible de otorgar pretextos a Correa para volver a “salvar la Revolución Ciudadana”. Hay un hastío interno que permite a un futuro funcionario, con rango de ministro, lanzar un reto que, en sustancia, dice: prescinda usted de la emocionalidad que hay tras la figura de Correa y le permitirá observar que, desde ahora, en ministerios y dependencias públicas, al igual que en otros sectores de la militancia, Correa ya no pesa. La gente ya está con Moreno. La Asamblea, al margen de algunos cruzados, seguirá al nuevo Presidente porque la legitimidad la tendrá en la sociedad. Haremos desde el primer día cambios en esa dirección.
También dice: Mauricio Pozo y Walter Spurrier no ganaron las elecciones y los empresarios no pueden pretender que defendamos la dolarización sacando el dinero, levantando las salvaguardias, quitando el impuesto a la salida de capitales… Hay que llegar a un acuerdo. Pero no vamos hacia lo que preconiza Varoufakis a quien no le creen ni en su país. La mirada está puesta en una sociedad de bienestar, tipo Uruguay.
Salvar la economía de una debacle y reconstituir la democracia en el país: ese es, si se cree en estos interlocutores, el reto esencial de Lenín Moreno y su equipo. Nadie jura que este giro es sencillo. Pero saben que lo que tienen que hacer. Y saben que estos discursos, aunque bien intencionados, no serán más que discursos si ellos no producen, desde el 24 de mayo, hechos. Pero, claro, también saben que hasta el 24 tendrán a Rafael Correa produciendo insensateces. Lo hará –dice un cercano a Moreno– hasta el último minuto. Firmando decretos hasta para quedarse con la banda presidencial…

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