Por: Simón Pachano
Usualmente,
las frases que salen de la boca de los caudillos son repetidas masivamente sin
mayor preocupación por su contenido. Así ha ocurrido en todas las latitudes, a
lo largo de los tiempos y en las condiciones más disímiles. Pero en cada
sociedad y en cada momento siempre hubo un grupo que no cayó en ese
encantamiento y que se atrevió a pensar por su cuenta y a construir sus propias
frases. Llámense intelectuales o como se los quiera nombrar, lo cierto es que
esas personas han desempeñado un papel clave en la defensa de las libertades.
Por eso, causa verdadera sorpresa escuchar y leer a quienes acostumbraban a
pensar y ponían en cuestión todas y cada una de las palabras –especialmente las
que se pronunciaban desde el poder–, que como autómatas ahora repiten frases
carentes de sentido. La más reciente, pero ya famosa, es la restauración
conservadora. No son muchachos que comienzan su militancia y confunden la
ideología con el catecismo, sino personas de larga trayectoria, entre las que
no faltan quienes fueron referentes de pensamiento autónomo y creativo.
Pero, más
allá de la parálisis mental que denota esa repetición, hay dos aspectos de ella
que llaman la atención. El primero es que al pintar a un posible gobierno de
otro signo como el fin del mundo, le hacen poco favor al régimen de la
revolución ciudadana. Si todo lo realizado a lo largo de los últimos ocho años
puede irse a la basura por un cambio de gobierno, quiere decir que no se han
sentado bases firmes y que tienen razón quienes sostienen que no hay el
alardeado cambio de época (que era otra de las frases que repetían
mecánicamente). Simple y llanamente significa que se reconoce la debilidad de
todo el proceso y se acepta que está asentado sobre factores pasajeros. Entre
esos, el principal sería el liderazgo y no, como debería haber sido, una
institucionalidad sólida y con capacidad de permanencia. Muy diferente sería la
realidad si en lugar de repetir la retórica rabiosa del líder conservador
hubieran aceptado que la democracia es un régimen en el que los gobiernos se
alternan. Por tanto, la garantía para que perdure este experimento habría sido
integrar a los otros sectores a ese proceso y no excluirlos.
El segundo
aspecto es la preocupación por lo que podrá hacer ese potencial gobierno de
seres malignos con toda la armazón constitucional y legal que quedará como
herencia de esta novelería. Ahí debe radicar, sin duda, la principal causa del
temor al cambio de gobierno, ya que frente al enorme poder que otorga una
estructura tan favorable al autoritarismo ellos quedarían en la indefensión
como oposición. Cuando elaboraban la Constitución no quisieron escuchar las
voces que advertían acerca de esta posibilidad, y repetían (siempre repitiendo)
que se quedarían trescientos años. Ahora, cuando ven la realidad con otros
cristales, el temor se ha convertido en pánico.
Seguramente estarán considerando la posibilidad de volver a usar su propio
pensamiento, con el riesgo de que se haya enmohecido por desuso.
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