lunes, 28 de marzo de 2016

Vergüenza
La peligrosidad del niño es grande, así de grande, tan grande como el miedo de los adultos. Los golpes, las vallas y las leyes de los adultos son el anti-juego, por decirlo de alguna manera. El muro que sólo es muro, que no puede ser imaginado como caballo o puerta, se queda como muro. El poder, que lo tiene casi todo, no tiene imaginación.
27 de marzo del 2016
POR: María Fernanda Moscoso
Docente universitaria y escritora. Madrid.
El juego, como un ritual, tiene el poder de subvertir los órdenes".
Vergüenza
Vergüenza
Vergüenza
Vergüenza
Vergüenza
Vergüenza
Atocha. Madrid. 25 de septiembre del 2012.  Vemos la imagen de un hombre que abraza a su hijo. Sus brazos lo sostienen con la fuerza de un oso. Escuchamos sus gritos. VERGÜENZA repite. El joven está en una silla de ruedas. A su alrededor el movimiento de un grupo de uniformados jugando a la gallina ciega. Rodean al padre y  a su hijo. Dan palos de ciego, y palos de gallina gorda (y cobarde). Horas antes, un grupo de ciudadanos rodearon el Congreso de España. Lo llaman democracia y no lo es gritaron. Los antidisturbios que ingresan a la estación de Atocha señalan perseguir a los manifestantes; lanzan salvas de pelotas de goma y cargan contra toda persona con aspecto de joven.
Puesto fronterizo Grecia-Macedonia. 23 de marzo de 2016.Vemos a un grupo de niños y niñas boca abajo. Postrados frente a un grupo de militares que se protegen con sus escudos. Los niños son niños. Los militares son militares que se protegen con sus escudos de los niños. Una niña piensa, mientras su frente descansa sobre el cemento húmedo que anhela dejar para pasar al otro lado. Piensa que si fuese súper-heroína, utilizaría sus súper-rayos para desaparecer las vallas. A los militares los transformaría en mandarinas y a sus escudos en conejos. Son  niños refugiados que no pueden atravesar la frontera. Han huido de la guerra, a veces solos, a veces con sus familias. La Unión Europea ha decidido expulsar a Turquía a todos los migrantes y solicitantes de asilo, huyan o no de conflictos o persecución, y realojará solo a los sirios.
Asamblea Nacional. Quito, Ecuador. 17 de marzo de 2016. Se introduce un proyecto llamado Ley del código del Ciclo de Vida.  Entre otras cosas, se dispone que los niños y niñas están obligados a respetar las leyes que rigen la sociedad, tener buena conducta y portarse adecuadamente en todos los espacios públicos y privados y estudiar con ahínco y responsabilidad. Semanas antes, varios estudiante del Colegio Montúfar se organizaron para protestar contra el gobierno. Las manifestaciones fueron reprimidas y varios estudiantes, encarcelados. Reformar la Ley para castigar a los niños y jóvenes cuya conducta no es adecuada para el Estado es una forma de control y vigilancia. Los adultos no sólo van a ganar más poder, sino también mayor impunidad.  Y no hay casi nada peor que un adulto con poder, y con impunidad. 
Los Estados, para existir, necesitan niños. NO, la pregunta no es qué hacen los Estados por los niños y niñas. Que de hacer, hacen una infinitud de lindezas. Y poseen instituciones, organismos y bancos. Y fronteras. Porque en realidad, los Estados no se pueden definir sin la noción de frontera; aquellas líneas que a veces son borrosas y a veces se trazan matemáticamente, con la sangre que haga falta.
El mundo es un desgastado y enorme mapa elaborado a partir del cruce de millones de líneas rojas. Deténgase y mire bien. Y observe aún más. ¿Lo puede ver? Allí, entre las líneas, hay niños. Y son peligrosos. La capacidad de jugar les confiere la habilidad de cruzar las líneas. El juego, como un ritual, tiene el poder de subvertir los órdenes: lo que es visible se transforma en invisible, el tiempo es expandido, los gigantes son enanos y visceversa, los muertos están vivos, lo de arriba está abajo y donde hay charcos se encuentran océanos.
La peligrosidad del niño es grande, así de grande, tan grande como el miedo de los adultos. Los golpes, las vallas y las leyes de los adultos son el anti-juego, por decirlo de alguna manera. El muro que sólo es muro, que no puede ser imaginado como caballo o puerta, se queda como muro. El poder, que lo tiene casi todo, no tiene imaginación. Ni hay alegría, en el poder. Eso nos lo quedamos nosotros.  Nosotros y los niños. Es una alegría sencilla, difícil de dominar o aprehender.
El niño es un criminal porque en realidad no puede ser objeto de control.  Y allí radica la fuerza y la potencia de la infancia. De una infancia que, además, es común a todas. Las fronteras mejor resguardadas son aquellas que los niños no pueden cruzar.  Con el tiempo, sin embargo, los muros se caen, las leyes vuelven a cambiar y los gobernantes envejecen. Los niños permanecen. Esa es la cuestión. Los niños siempre están. No se van. En cambio, ustedes, sus leyes, sus golpes y sus vallas van a desaparecer.  Desaparecer. Y esa, señores, es nuestra mejor venganza.

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