domingo, 27 de marzo de 2016

Santidad en la Semana Santa

Francisco Febres Cordero
Domingo, 27 de marzo, 2016


Esta Semana Santa me ha servido para reflexionar mucho. Tanto reflexioné que tuve que ir al médico para que me guiara en aquello que no había encontrado respuesta hasta el momento: ¿qué tenía que hacer para calmar mi tos, mi sinusitis, mi dolor en los huesos y mi calentura? Eso me condujo también a meditar sobre mi cercana muerte, de la cual, ¡ay!, los remedios me salvaron.
¡Qué Semana Santa más santa que he tenido! ¡Cómo me han pesado mis culpas, que son muchas! ¡Cómo he temblado!, pero no pues por mis culpas sino por la fiebre. He visto el infierno, que no les recomiendo para nada. ¡Qué calor! Y el purgatorio: ¡qué frío! En último término, tanta reflexión me llevó a la certidumbre de que, para salvarnos y llegar al cielo, debemos ser buenos.
¡Qué transformación que sufrí gracias a la Semana Santa! Con qué clarividencia pude ver que el ascetismo es el camino hacia la salvación. Y entonces, en ese delirio gripal de tipo trancazoide, se me apareció el excelentísimo señor presidente de la República como la figura salvífica que había conseguido enrumbar el destino de todos quienes, como yo, somos pecadores. En la alucinación, una aureola le adornaba la cabeza, vestía túnica con diseños de fanesca y bordados de bacalao. Su sola visión me llevó a reconocer que, gracias a él, estaba transitando por la senda de la redención.
Es él quien dijo a sus seguidores cojan sus cosas y síganme. Y ellos, imbuidos de fe, ¡cómo han cogido! Es él quien nos ha alejado del vicio del juego, clausurando los casinos. Es él quien nos ha apartado de la tentación del sexo, imponiéndonos la abstinencia por lo menos hasta que nos graduemos y, con el título en la mano, podamos presentarnos en el tálamo para el primer acto de fornicia. Es él quien nos ha proscrito el espantable vicio del licor, prohibiéndonos la cerveza los días de guardar. Es él quien nos ha alejado de la tauromaquia, prohibiéndonos las corridas de toros y llevándonos, en su lugar, a las corridas de depósitos, que son incruentas porque no tienen banderillas. Es él quien nos ha guiado hacia la verdad, recomendándonos las lecturas de los periódicos santos y censurando aquellos escritos con la pluma diabólica de los fariseos. Es él quien, para evitarnos pecar de colesterol, nos enseñó a no comer hamburguesas ni papas fritas. Es él quien, para demostrarnos que una de las más grandes virtudes de los santos es el desapego de los bienes materiales, prepara su santo sepulcro donde estará inmortalizada su imagen junto a sus dos aviones, sus helicópteros, su submarino, sus 13 honoris causa y su evangelio integrado por sus 18.422 discursos, sabatinas, salmos y milagros.
Y es él quien ahora nos va a librar de la satánica diabetes subiendo los impuestos a las bebidas azucaradas; nos va a evitar que seamos presas del luciferino enfisema, aumentando los impuestos a los tabacos y es él, y solo él, quien nos va a hacer el milagro de transformar el vino en agua para que no sigamos el mal ejemplo de las bodas de Caná dado dos mil años antes por su alter ego.
Es él a quien, según su evangélica palabra, los apóstatas quieren crucificar con un balazo. Pero él ascenderá al reino de Bélgica, desde donde ha prometido que resucitará. Así sea.(O)

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