lunes, 15 de diciembre de 2014

Simón Pachano

Lunes, 15 de diciembre, 2014
¿Exabruptos?
¿Existe un estereotipo de mujer guayaquileña? Según las dos canciones emblemáticas de la ciudad, la respuesta sería negativa, ya que tan guayaquileñas son las rubias como las morenas, las de ojos verdes como el mar o las que los tienen negros como el anochecer. Los autores de ambas canciones deben haber mirado a su alrededor antes de escribir las respectivas letras, porque es obvio que querían reflejar a su ciudad. Se podrá decir que el arte tiende a idealizar la realidad. Seguramente en este caso habrá algo de eso, pero debe ser en otros aspectos, no en la referencia a rubias de ojos verdes. No debe ser, porque solamente desde una perspectiva racista se podría sostener que, al evocar a ese tipo de mujeres, los autores de las dos canciones querían convertir a la ciudad en la expresión de un mundo ideal. Sería racista porque supondría que ese mundo solo puede existir si allí viven mujeres con esas características.
Dejando de lado las canciones y pasando a la realidad del presente, resulta penoso que durante una semana entera el debate público haya girado alrededor del estereotipo de la mujer de una ciudad. No solamente porque, como lo han dicho muchas personas, en esa apreciación hay una visión profundamente despectiva, sino porque pone en evidencia la vigencia de los prejuicios en la construcción de las imágenes políticas y, por consiguiente, de la acción política en sí misma. Nada se puede esperar de una política que toma como uno de sus puntos de partida las características étnicas, sociales, familiares e incluso estéticas de las personas. Si la conjugación de varios atributos (guapa, rubia, de ojos verdes y apellido extranjero) descalifica a una persona como representante de una ciudad o de cualquier otro lugar, quiere decir que no sirve para nada lo establecido en la Constitución acerca de los derechos políticos. La posibilidad de ser elegido no tiene más límites que una determinada edad para cada cargo.
Cualquier condición que se añada, mientras no se cambie el texto constitucional, podrá atribuirse a desconocimiento o será simplemente la expresión de una concepción política. Considerando de dónde vino la afirmación, cualquiera de las dos posibilidades resulta tremendamente grave. La primera, porque una persona que ocupa ese cargo no puede desconocer o ignorar la ley máxima que está obligada no solamente a cumplir, sino a hacer cumplir. La segunda mucho más, porque una concepción como esa es la que dio vida a los regímenes que se construyeron sobre la exclusión de determinados tipos de personas.

Como en otras ocasiones, en esta no han faltado los fervientes partidarios que justifican esa apreciación como un exabrupto propio del carácter del personaje. Pero habría que hacerles notar que con ello están llevando el tema al campo de la psicología, que es el peor sitio en que podrían refugiarse para tratar este caso. Por esa vía se entra en el campo de la inteligencia emocional, la incapacidad para controlar las emociones y más cosas por el estilo, que es mejor que no las toquen. (O)

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