lunes, 20 de enero de 2014

Perfil de los sufridores



Por: Francisco Febres Cordero
Han ido adquiriendo corporeidad a lo largo de los últimos siete años. Por eso, quien los moldeó con el barro de su verbo se refiere a ellos con ternura, hasta el extremo de que en cada sabatina les envía tiernos besitos volados en la certeza de que, en su masoquista padecimiento, no se despegan del televisor durante las tres horas largas que dedica a recitar su monólogo.
Bautizados como sufridores (aunque la edad varíe de unos a otros, sean distintos su color de piel y su sexo, su pasado y su ideología), tienen en común guardar una distancia con el Gobierno llamado de la revolución ciudadana y una postura crítica con muchas de sus ejecutorias.

La lista se va engrosando semana a semana. Para quien los nombra, todos destilan un no sé qué de amargura, un rencor bilioso les carcome las entrañas y una envidia negra les mancha las venas. A aquel que les da nombre y fisonomía le produce pena verlos tan dolientes mientras él, siempre alegre y cantarino, con la amplia sonrisa juvenil pegada en su rostro como una calcomanía, recita con euforia los logros de su gobierno e inaugura la historia de esta patria que antes fue de nadie y ahora ya es de todos.
Sufridores, porque no entienden que por fin tenemos presidente, alguien imbuido de un don de mando que no se aviene al caduco esquema de la separación de poderes y los ha asumido todos, para así ir poniendo orden en el caos y delimitar las fronteras que separan el pasado oprobioso de un presente revolucionario y promisorio.
Sufridores porque, anclados en los viejos esquemas de la democracia ven, con su mirada estrábica, que la discrepancia fortalece el convivir ciudadano y que el respeto a la opinión ajena es un mecanismo mediante el cual se va, poco a poco, transparentando la verdad.
Sufridores porque ignoran que la modernidad, con su secuela de progreso, ha impuesto el retorno a la autocracia mediante la cual es suficiente la omnímoda voluntad del líder para transformar la realidad. Un líder que, entre sus muchos atributos, es capaz de llamar a las cosas por su nombre: bruto al bruto, imbécil al imbécil, perro al perro y, en cambio, exige para él el incondicional respeto que le impone la majestad de su cargo, que trae aparejada la dócil, boba sumisión de sus súbditos.
Sufridores que se aferran a prácticas sociales apolilladas por el tiempo, que permitían alzar el puño y levantar la voz ante lo que consideraban injusto. Sufridores torpes, necios, que pelean a través de sus escritos, sus palabras y sus caricaturas por los espacios de libertad cada vez más restringidos, más estrechos, vigilados por nuevos Torquemadas convocados a interpretar la voluntad de su señor y complacerle en sus incesantes peticiones de represión y castigo.
Sufridores, en fin, que se suman a la escoria de puercos y enfermos, insignificantes, ladinos y bocones, corruptos, caretucos y canallas, que no merecen sino la compasión de un cándido besito volado mientras, “por cuerda separada”, se realizan allanamientos, se instauran juicios intimidatorios con sentencias previsibles y se espían los correos de las computadoras.

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