Por: Simón Pachano
Los allanamientos de una casa y de una oficina al amparo de
la noche hacen recordar los años oscuros de las dictaduras latinoamericanas.
Como ocurría en aquellos tiempos, los allanadores no saben lo que buscan y no
están seguros de lo que encontraron. Son clásicas las historias de las requisas
y la quema de libros sobre el arte cubista, porque con toda seguridad debían ser
manuales de guerrilla y terrorismo hechos en la isla caribeña, o la
benevolencia ante el libro La sagrada familia, de Marx y Engels, porque para
los encapuchados eso demostraba que ahí vivían personas creyentes. De cualquier
manera, eso servía para capturar a los culpables y para meter miedo a los que
sabían que tenían marcado su turno para una próxima noche. Por ello, el sigilo
de los allanadores duraba solamente hasta el momento en que entraban. De ahí en
adelante venían los gritos y toda la bulla necesaria para que se enteraran los
vecinos. La quema de los libros y los documentos era pública, como pública es
ahora la incautación de esos aparatos (de paso, hay que recordar que también es
pública la rotura de periódicos, tan parecida a la quema de libros, que algún
escozor debe provocar en los/as ministros/as poetas cuando ven despedazados la
palabra y el pensamiento, para decirlo en sus términos).
Los avances tecnológicos determinan que ahora hurguen en
computadoras en lugar de papeles. Les han dicho que dentro de ellas hay
información maliciosamente obtenida y que al difundirla se ha puesto en
altísimo riesgo a la seguridad nacional y, lo que es más grave, se ha ofendido
a la majestad del poder. Pero, cuando se pregunta dónde está esa información se
responde que aún no ha sido difundida. Nadie sabe hasta el momento lo que
contienen los correos electrónicos que habrían sido cursados en las alturas y
que por pirateo se encontrarían en esas computadoras. Los allanadores no sabían
lo que buscaban, los fiscales aún no saben lo que encontraron, la gente no
conoce el contenido porque nunca fue difundido. Lo único que se ha llegado a
conocer, por medio del vocero mayor de la parte interesada y no de los fiscales
que llevan el caso, es que en esos discos duros habría pornografía, lo que debe
ser doblemente delictuoso en un ambiente de hombres-bien-hombres y
mujeres-bien-mujeres.
En resumidas cuentas, hasta ahora no hay delito pero ya hay
culpables. Puede ser que con el neoconstitucionalismo nos haya llegado la figura
del delito potencial. Esta ya se utilizó en el caso de Luluncoto, cuando las
camisetas, los afiches y los libros constituyeron pruebas de que algo podía
suceder. Como en los años dictatoriales que creíamos superados, a los pavos hay
que matarlos en la víspera. Si entre esos pavos se encuentra algún
caricaturista hay que entender que la acusación será algo como competencia
desleal, porque nadie puede atreverse a ironizar sobre personajes y situaciones
que son en sí mismos una parodia o una caricatura de los que les antecedieron
en el arte del allanamiento.
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