jueves, 8 de diciembre de 2022

 

POR: Felipe Díaz Heredia

Publicado en la Revista El Observador (edición 123, junio de 2021) 

 


El puente Republicano, el río y la avenida
Quienquiera que mire esta belleza de la memoria visual de Cuenca habrá de sorprenderse que estamos frente a un histórico puente de la «ciudad cargada de alma». El llamado «Puente Republicano» que se ubica en el centro de los Tres Puentes y evoca una formidable historia sobre el río Yanuncay, en un tradicional sector de la morlaquía desde donde se despliega el verdeante boulevard de la avenida Solano en el histórico y paradisíaco sector de El Ejido que se delinea cual gigantesco parque vertical en medio de una avenida pletórica de curiosas arboledas que encandilan el alma de todos quienes pueden contemplarlas hasta extasiar el espíritu.

La foto nos permite introyectarnos en la memoria de la urbe para discernir que los puentes han tenido, tienen y tendrán impacto en la historia de Cuenca y han influido de forma determinante en el desarrollo de la provincia del Azuay. Precisamente la construcción de puentes como puntos singulares en las redes de comunicación de carreteras o como elementos fundamentales del paisaje urbano con una alta carga simbólica e icónica que se han considerado signos identitarios de la ciudad que goza del privilegio de contar con cuatro ríos que la hacen vivificante y desbordante de vida y esplendor.

La construcción de los puentes sobre los ríos que cruzan la ciudad se remonta ya al siglo XVI, allá en los albores de la Colonia, a pocos años de la fundación de Cuenca, cuando el Oidor de la Audiencia de Quito, Alonso de Cabezas y Meneses manda a construir un puente de cal y canto sobre el río Tomebamba. Era el año de 1587 y del hecho existe una de las piedras epigráficas más importantes de nuestra historia. Mas es en la vigésima centuria cuando, desde el centenario de nuestra independencia, en 1920, el cabildo cuencano advierte la necesidad de la construcción de varios puentes a la urbe que empezaba a mirar sus horizontes para expandirse en el futuro buscando su desarrollo y manteniendo la primaveral belleza del valle cuencano.

Se sabe entonces que el puente que existía anteriormente al «Puente Republicano», en el suroccidental sector de la ciudad, era de madera con cubierta de teja, con características geométricas y constructivas similares al icónico puente Juana de Oro y a los no menos tradicionales puentes Mariano Moreno, Huayna Cápac, Calderón y otros de similares características constructivas, que fueron levantados más por su funcionalidad que por su capacidad de pervivencia en el tiempo.

Así pues, el «Puente Republicano» estaba ligado a una de las principales e importantes avenidas de la ciudad y su eje de desarrollo, para enlazar la ciudad con el campo, especialmente a la parroquia rural de Turi, Ghuzo, el Verde, Gullanzhapa. La superación del aislamiento geográfico y el ímpetu creciente en la construcción de puentes sobre los ríos de Cuenca fue cada vez mayor en número y variedad, de modo que los puentes de madera fueron perdiendo protagonismo en favor de los puentes de piedra, ladrillo, cemento y aquellos de hormigón, sucesivamente, con los que ya no podían competir. 

Tuvieron que pasar muchos años para que el Puente Republicano se concluya sustituyendo al antiguo puente de madera, que estaba sobre el río Yanuncay, construido en un extenso período que va desde las postrimerías del siglo XIX a los albores del siglo XX. Los trabajos de construcción del puente se inician en 1943 gracias a un contrato firmado entre el doctor Octavio Díaz León, presidente del Consejo Municipal y el ingeniero Sergio Orejuela. Es en sesión de concejales de octubre de 1943 cuando se aprueba el plano del ingeniero Sergio Orejuela, director de Obras Públicas Municipales, para la construcción del puente «Republicano» sobre el río Yanuncay. Los trabajos se iniciaron de inmediato y la primera piedra se coloca el 3 de Noviembre de 1943. Este puente de arco de ladrillo gozó de bautizo y nombre, cosa habitual en la antigüedad, dada la suma importancia de la que gozaban estos elementos en la vida de los hombres.

Y como a un hijo, a quien no se le da un nombre cualquiera que no esté inspirado según el grado de religiosidad, espiritualidad, civismo o gratitud a mecenas o a eclesiásticos, militares o políticos, a los puentes se los bautizaron también con nombres distintivos que perviven en el tiempo. Por ello, una inscripción epigráfica sobre una losa de mármol, en el pretil del puente, advierte el nombre de este icónico elemento, tanto como el año de su construcción: «PUENTE REPUBLICANO. NOVBRE 1943». El invierno de los meses de abril y mayo de 1944 hizo suspender la obra reanudándose los trabajos el 26 de junio. El 10 de octubre de 1944, el encargado de la dirección obras públicas municipales, M. I. Peña Vélez, informa al presidente del I Concejo Cantonal: «Que en este período se ha realizado de los cimientos del lado norte del puente, los cuales tienen una profundidad de 3,00 m. bajo el lecho del río y un volumen de mampostería de cal y canto de 200 m3. Para entonces, se ha construido la bóveda principal de una luz de 17 m. con un volumen de 82 m3. Además, indica el señor Peña que se están colocando los respectivos parapetos y los respectivos rellenos, y en las condiciones que se encuentra el mencionado puente presta ya sus servicios a los peatones».
Este puente fue fabricado con mampostería de cal y canto, dos bóvedas de ladrillo con una luz de 17 metros, 5 m de ancho, compuesta de dos arcos, y una balaustrada, piso entramado de adoquines y tajamares de piedra.

El ladrillo visto fue la moda que se aplicó para el puente, siguiendo una tendencia de la época como en el caso de las iglesias del Corazón de María, la Catedral de la Inmaculada Concepción (Catedral Nueva) y otros edificios de uso público que exhiben en sus fachadas el ladrillo visto, destacándose el colegio Benigno Malo, la Escuela de Medicina y ciertas viviendas particulares como la casa del poeta Remigio Crespo Toral en la calle Larga. Consecuentemente, en el puente Republicano se aprecia una vez más la aplicación del ladrillo visto, en una propuesta de estilo que muestra la influencia de las vanguardias europeas de ese momento. El 5 de noviembre de 1944 se inauguró con la presencia del presidente José María Velasco Ibarra. A pesar de ser angosto, de apenas 5 m y un solo carril, era de doble vía, por donde pasaban los vehículos, buses y camiones hacia Turi, la incipiente avenida don Bosco, donde estaba la «Quinta Agronómica Experimental» de la Congregación Salesiana. Este puente no colapsó como otros puentes en la histórica riada acontecida el 3 de abril de 1950 destruyendo muchos puentes sobre el Tomebamba y permaneciendo intacto el puente Mariano Moreno con sus partes estructurales, arquitectónicas y constructivas similares al puente Republicano.

Pero así, señorial e imponente, era como el punto de llegada y de partida para refocilarnos en la amplia explanada de El Ejido, el bucólico espacio que desde la ribera sur del Tomebamba ha sido en la historia de Cuenca un sitio identitario que encanta por su natural belleza, por su condición de vergel florido, por sus características de apacible jardín y que constituye desde siempre un punto cardinal del desarrollo urbano de la ciudad amada. En la segunda década del siglo XX, la urbe empezó a expandirse hacia esta zona donde ya se encontraba el Hospital «San Vicente de Paúl» y la Escuela de Medicina. Se creó entonces la avenida Solano, en honor a Fray Vicente Solano, el franciscano pionero del periodismo en el Azuay, avenida que se trazó como un gran paseo y que no era entonces sino un camino angosto cruzando una extensa área rural atiborrada de quintas agrícolas y ganaderas y en cuyo trayecto se distinguía  el puente de madera Juana de Oro (hoy puente de El Centenario), la capilla de la Virgen de Bronce y el puente Republicano de madera sobre el rio Yanuncay, en camino a Turi. Miradas las cosas en retrospectiva es imposible no considerar a los puentes Juana de Oro -hoy de El Centenario- y el «Puente Republicano» como los vértices de la histórica Avenida Solano.

La expansión urbana hacia El Ejido fue parte de los trabajos impulsados por la Junta del Centenario de la Independencia, bajo la dirección de Octavio Cordero Palacios, quien contaba con el apoyo de otros entendidos en Topografía, proyectando el arreglo de la avenida Solano con su pavimentación y acabados. Su hermano, Alfonso Cordero Palacios, presidente del Concejo Municipal, con visionaria perspectiva consideraba que el incremento de la población que iba extendiéndose hacia El Ejido, donde habría luego una nueva ciudad, tendría como arteria principal a la Avenida Solano y para precaver dificultades posteriores, cuando se delimite la nueva ciudad, pone en manifiesto ante el pleno del I. Concejo Municipal «…que se hace indispensable reglamentar la construcción de edificios, señalándose anticipadamente el terreno que ha de servir para calles… los ejes de las calles paralelas a dicha Avenida Solano se trazaran a la distancia de cien metros de eje a eje. Todas las calles de la nueva ciudad medirán catorce metros de ancho. Los vecinos y propietarios del Valle del Ejido, no podrán construir edificios sino respetando las fajas de terreno que se señalaren para vías públicas…».

De esta forma, es en la celebración de los cien años de la Independencia cuando la Junta del Centenario expresó la necesidad de construir el Puente de El Centenario, que conectaría la ciudad con la zona Sur de El Ejido que concluía en el puente de madera sobre el río Yanuncay. Sin embargo, este ensanchamiento solo sería hasta lo que hoy es el redondel de la Solano en la avenida Remigio Crespo. Desde allí y hacia el sur se mantuvo como un estrecho sendero y poco carrozable. Es desde 1920 que dos edificios emblemáticos de la zona empiezan a resaltar en torno a la avenida Solano: el colegio Benigno Malo (1923), la «Nueva Cervecería del Azuay» (1925), del empresario guayaquileño don Rodrigo Puig Mir y Bonin, el más grande complejo industrial de esa época en el Azuay, que marcaro el inicio de un proceso de transformación urbana y que contribuyó a la ampliación de la avenida Solano. Mas en 1927, los salesianos con el padre Crespi a la cabeza adquieren una quinta a orillas del río Tarqui, en Yanuncay, que sería llamada «Quinta Experimental María Auxiliadora». Para 1937 estaba ya construida en la avenida Solano la quinta de José Eljuri Chica, a la que se le otorgó la presea Ornato por ordenanza municipal. También ganaron premio la edificación del Dr. Miguel Heredia Crespo, después Tenis y Gol club, hoy Sindicato de Choferes del Azuay, la quinta Rosa Elena del Dr. Juan Iñiguez Vintimilla, el Asilo de niños Tadeo Torres, y otros edificios y chalets de importancia arquitectónica, en la misma avenida Solano, hoy vía monumental con sus 13 esculturas urbanas, incluyendo el primer monumento del siglo XX, la Virgen de Bronce inaugurada el 8 de diciembre de 1904.

El año de 1942 constituye un hito en la historia urbana de Cuenca, ya que se da la propuesta de ensanchamiento de la ciudad, especialmente en la parte sur, en el Ejido, con la elaboración del plano denominado «Proyecto de ensanchamiento de la red urbana para Cuenca». Para tal desarrollo fue primordial la creación de la avenida Solano que se había empezado a trazar como un gran paseo.

Allí, en el Puente Republicano reluce el Yanuncay como un río de singular presencia y de notables características identitarias, afluente nervioso y vehemente, de aguas oscuras y terrosas, que a veces retumban de trepidante furor y otras rebosan de apacible calma. En la historia comarcana este río tenía sobre sus aguas tres puentes: el llamado puente Yanuncay, en la extensión sur de la avenida Loja; el Puente Republicano, en las postrimerías de la avenida Solano y el Puente Calderón en la conclusión de la Calle de las Herrerías, hacia Gapal.

El río ha inspirado también a notables bardos del parnaso cuencano para la creación de poesía epónima pues sus aguas son propicias a la ensoñación y el encanto. Así pues, sensibles poetas que pintan con la palabra y la música han creado versos para este travieso río que acoge risas, alegrías y remembranzas. Paradigma de alta inspiración ha sido entonces el Yanuncay cuando Ricardo Darquea Granda compuso los versos de la Chola Cuencana, el poema devino en el himno popular identitario de la capital de la morlaquía con la música del compositor Rafael Carpio Abad: «Chola cuencana, mi chola, / capullito de amancay,/ en ti cantan y en ti ríen/ las aguas del Yanuncay», mientras el chispeante y fogoso poeta Rigoberto Cordero y León, escribió estos preciosos versos en el año 1974 inspirado en las arrebatadas aguas de tan peculiar afluente: «Río de aguas morenas/ como lo desea el nombre aborigen/ donosamente moreno,/ en morenez que enamora apasionadamente las distancias/ aguas morenas,/ aguas que nacieron morenas/ y se sienten felices de ser así…/ saben bien que la belleza/ de la raza americana es bella morena/ y por eso se sienten/ más hermanas de la raza».

Y es en este poético río donde el «Puente Republicano» pervive como eterno testigo de una apasionante historia que ahínca hitos esenciales de la historia local y con el pasar del tiempo este puente de ladrillo y piedra devino estrecho y poco o nada funcional para las necesidades del tránsito moderno. Así entonces, en la década de 1970 fue articulado en torno a una asociación con dos puentes de hormigón, situados de manera paralela, casi pegados al viejo Puente Republicano. El hecho hizo que a este sitio empezáramos a llamarlo como «Los Tres Puentes», mientras el histórico Puente Republicano, situado al centro, vuélvese imperceptible y casi anónimo para los viandantes y circunstantes que circulan por la zona. Es entonces a fines de los años 70 del siglo pasado cuando opera una jubilación parcial y digna de este arquitectónico elemento, como un reconocimiento del largo y buen servicio prestado, a la manera de una jubilación forzosa, pues los nuevos tiempos así lo requerían al producirse sobrecargas y trajines a los que el puente no se podía adaptar.

Precioso puente de verdad; basta mirarlo en su primigenia belleza, pero su resistencia resultaba ya insuficiente tanto para el nivel de tráfico cuanto para los pesos de los vehículos que habían de circular sobre él. Y así pudo ser preservado para que hoy, a través de este artículo se lo pueda destacar redivivo, listo para la contemplación de aquellos incautos ciudadanos que no se percatan de su presencia, en medio de los Tres Puentes y no advierten de su trascendencia como ícono emblemático del río Yanuncay y del desarrollo urbano de Cuenca en los confines del paradisíaco Ejido. Hoy pocos dudan en reconocer que esta estructura histórica es un invaluable patrimonio de la ciudad y reflejo de su identidad cultural que permite mirarlo en su verdadera esencia de intermediario o enlace para unir el pasado con el presente y su pétrea mole se yergue cual paso seguro en los enlaces entre sus fraternales puentes de cemento que configuran los Tres Puentes dando nombre al barrio y al sector.

Mas el Puente Republicano, ya por el arte de su construcción o por su inmanente trascendencia es un inmarcesible elemento de valor arquitectónico tanto como referente de construcción sempiterna y muestra del valor del antiguo puente de ladrillo y piedra. Así mismo, es ejemplo de la ingeniería de antaño en parangón con ciertas construcciones más modernas que se integran armoniosamente en el entorno y forman parte importante del patrimonio histórico-artístico de la urbe. Además, el Puente Republicano permite vislumbrar que con otros de la misma categoría gozan de una cualidad tremendamente actual: de entre todos los tipos de puentes, los de piedra (o fábrica) constituyen el paradigma de la sostenibilidad, puesto que son los que menos recursos energéticos han consumido para su construcción y los que más durabilidad han exhibido. Y aunque su nombre de Puente Republicano ya casi nadie lo reconoce con sus dos hermanos modernos, de los finiseculares tiempos de la vigésima centuria, nadie duda que hoy, al permanecer al centro del icónico sector de los Tres Puentes, es parte fundamental de este espacio citadino tan singular y propio de la capital azuaya en una original zona en donde contemplamos a tres puentes juntos unidos por la historia y el destino.

Es insólito que pintores, artistas, autoridades municipales y de turismo no han dirigido al puente su especial mirada, sin hacerse eco de la espectacularidad de su obra, ni de sus valores técnicos. Lamentablemente este puente histórico no ha recibido la importancia ni el cuidado que se merece. Pese a que es un símbolo único del patrimonio construido, no existen políticas claras para su conservación y defensa ante peligros naturales o artificiales que pueden causar en él importantes daños, algunos irreversibles. Las crecientes del río Yanuncay en ciertos períodos devienen en violentas corrientes que generalmente causan pérdidas materiales por las enormes piedras y troncos de árboles que son arrastrados por el agua que pueden fracturar las bóvedas de los puentes, a lo que se suma el efecto de las presiones hidrodinámicas sobre sus bases. Es perfectamente viable adelantar sencillas labores de mantenimiento y prevención que serían suficientes para evitar que en muchas de estas estructuras los niveles de daño sigan incrementándose año tras año poniendo en peligro la existencia misma del puente y todo lo que representa. Es necesario tratar de mantenerlo vivo con algún tipo de tráfico secundario o peatonal para evitar el abandono. Resultaría de gran interés encuadrarlo dentro de itinerarios turístico-culturales, lo que permitiría generar recursos económicos que se podrían invertir en su conservación y salvaguarda.

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