martes, 2 de marzo de 2021

 

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MONTALVO, UN DESCONOCIDO
¿Montalvo, un desconocido? Antes de que alguien salga por allí y me acuse por el atrevimiento de mi afirmación, me anticipo y me defiendo.
¿Defenderme? No, sino que antes bien me reafirmo en mi aserto. El epígrafe no pretende ni siquiera la ironía del título del libro cuyo autor lo bautizó, con respetuoso regocijo, de “Un tal Cervantes”.
¡Si sólo fuese una ironía! Lo grave, lo que llena de angustia el espíritu es la verdad de esta mínima frase de tres palabras, que bien pudieran equivaler a tres capítulos de un volumen denso de diatriba.
Pocas veces hay una verdad más ancha y simple que la de esta frase: Montalvo es un desconocido. Me ratifico en ella, y como ambateño que soy, y por ambateño, montalvista, y por montalvista ciento por ciento, sin fanatismos intrascendentes, pretendo que la figura de Montalvo se libere de las mentiras, de los silencios culpables, de la empresa del agravio con que la falsifican el odio, el fanatismo, la malevolencia, y hasta la ignorancia.
Montalvo es un desconocido para muchos en su misma patria. Poco sería, desde luego, que lo desconociera una parte del pueblo, al que en definitiva no podríamos echarle la culpa de su ignorancia si no hemos puesto en sus manos las obras de Montalvo, si no existe una cátedra montalvina que comience en la Escuela, continúe en el Colegio y se prolongue en la Universidad. La culpa no es el del pueblo si las páginas del escritor superbo parecen estar destinadas, por circunstancias insuperables, exclusivamente a una élite intelectual, la que puede sufragar el costo casi inalcanzable del libro.
La gravedad del desconocimiento de Montalvo no radica en esto. Lo inconcebible, lo imperdonable es que dentro de aquella misma élite, que se autodenomina montalvista; dentro de los grupos de escritores privilegiados, autores de libros que ostentan prólogos consagratorios, que los sitúan en primer plano de la intelectualidad, escritores a los que se rinden homenajes hiperbólicos en presencia o en ausencia, son los primeros en cometer errores garrafales, que demuestran ignorancia total de la vida y de la obra de Montalvo.
El problema tiene dos aspectos fundamentales. El que se refiere a los corifeos que dan el espaldarazo a libros que tales errores contienen, y se hacen cómplices de los mismos, o por lo menos tienen el pecado de dejar que se escriba tanta mentira, tanta equivocación acerca de lo que debe ser verdad inalterable en lo auténticamente montalvino. No hay nada más innoble que el engaño al pueblo que cree en la voz de esos maestros, y que se forman una imagen falsa de Montalvo, que se multiplica en proliferación interminable.
El otro aspecto tiene que ver con escritores alienados de fanatismo político o religioso, de estilo fulgurante en algún caso, que –como si detrás de la cruz asomaran los cuernos del diablo- a renglón seguido de inofensivas imitaciones virgilianas sueltan el tropel de los canes de la más plebeya diatriba sin el más elemental principio de ética; o hacen deducciones seudo-científicas, sin fundamento histórico alguno, huérfanos de labor investigativa y de testimonio documental. Escritores que cuando se les demuestra su falsía se amparan en el más absoluto mutismo, lo que tiene aún mayor culpabilidad.
Y a escritores de esta laya, de ancha y fácil conciencia, se los recibe, se los presenta, se los elogia en la misma ciudad natal del ambateño inmenso, y el acto que pretende ser de carácter académico es sólo una farsa de la que el protagonista debe reírse, tal como Picasso lo hacía, según propia confesión, al vender en miles de dólares los esperpentos que pintaba con dedicatoria a los turistas…
No faltará quien se alarme de la desnuda denuncia de estas líneas, que diga que no es el momento de sacar a la luz pública fatales errores, que no tienen justificación alguna; que no es oportunidad de destruir sino de construir. Para ellos declaro que la verdad nunca destruye, y que para expresarla no existe calendario fijo. Para proclamar la verdad montalvina el sesquicentenario del escritor superbo es el momento preciso.
Pablo Balarezo Moncayo
(Ambato, 1982)

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