martes, 26 de septiembre de 2017

Correa mercadea ahora su impotencia

  en La Info  por 
Rodrigo Pardo no conoce a Suso, pero lo interpretó de maravilla. El director editorial de Semana entrevistó a Rafael Correa en Bogotá, dando la peor impresión que puede producir un periodista: no importarle absolutamente nada lo que diga el invitado. No replicó una sola vez, no contrastó una sola afirmación de Correa, no aportó un hecho, no formuló una sola contrapregunta, no hizo de abogado del diablo… Se dedicó a oír, como deben oír los curas las confesiones, y a pasar de un tema a otro con un hastío tan evidente como poco común en las entrevistas de la prensa bogotana.
El papel de Suso interpretado por Pardo es doloroso porque muestra que Semana no tiene en Bogotá un periodista medianamente informado sobre lo que pasa en Ecuador. Dicho de otra manera, sigue importando poco lo que pasa en el sur. Correa tuvo así oportunidad de mentir y lo hizo con vehemencia y desvergüenza. Si Rodrigo Pardo se diera la pena de confrontar lo que dijo Correa con la realidad del Ecuador podría afirmar sin miedo a equivocarse que nunca nadie le dijo tantas mentiras en tan poco tiempo. Y en su cara.
Pero, claro, el libreto de Suso impone que el protagonista de la farsa se confíe y se abandone. Correa lo hizo. El hombre más poderoso durante diez años en Ecuador ahora se mercadea como un ex presidente traicionado, ingenuo, víctima de su sucesor. Un hombre que hace política por redes sociales y no tiene ni una secretaria que le haga una llamada. Un ser honesto e íntegro que expuso hasta su vida por Moreno y que hoy se ve pagado con odio, calumnias, insultos y persecuciones.
Correa juega a que quien no lo conoce, lo compre. Dijo, sin inmutarse, que con su sucesor hay censura de prensa, que usan al Contralor para amenazar a la gente y la distribución de las frecuencias para hacer callar a las radios. Es exacto. Pero no dijo que aquello sucedió en su gobierno. Dijo que piensan descabezar las autoridades de control y que eso sería terrible para el Estado de derecho. No dijo que lo terrible para el Estado de derecho es haber tenido autoridades de control (que siguen en sus cargos) puestas a dedo por su partido y que no se percataron de la corrupción impresionante que hubo durante sus diez años de gobierno.
Dijo que su temperamento no gusta en la Sierra y que por ser costeño los tratan, a él y a Jorge Glas, como “monos ladrones, ignorantes” porque los serranos creen que todo debe dominarse desde Quito. No dijo que su problema no es ser costeño sino aprendiz de dictador y que su coartada regionalista es un intento marrullero y falaz de ocultar la profunda aversión que terminó inspirando en el país su sistema autoritario. Dijo que Moreno es de “centro-derecha, una persona sin convicciones”. No dijo por qué, en esas condiciones, aceptó que fuera seis años su vicepresidente y fuera candidato a la Presidencia de la República por Alianza País.
Dijo que Moreno es un mediocre, un desleal, un inmoral. Y también dijo lo que tiene que hacer para que todo vuelva a fojas cero en su relación: parar el show (así llama las acusaciones que hay en su contra). Respetar el programa ganador (que él le entregó). Respetar el partido ganador (que obedece sus designios). Respetar por elemental gratitud a quien “arriesgó hasta su vida por sacar el país de la peor crisis de su historia”. Es decir, reconocerlo a él como tutor del gobierno.
Mentiras por montones, una victimización evidente y una confesión no pedida: no tiene estrategia para recuperar el poder. Habla de una constituyente como mera amenaza, como si eso bastara para cambiar el juego político en curso. Pero no dio motivos para citarla; salvo sus deseos imperiosos para terminar cuanto antes con el periodo del nuevo gobierno. Tampoco se ve que tenga capital político para recoger firmas del 12% del padrón electoral necesario para solicitar esa constituyente. Al menos ni siquiera lo evocó.
Correa no se declara vencido y no lo está. Pero entrevistas como la de Semana lo muestran atónito ante la evidente pérdida de poder y la posibilidad de tener que responder por actos de corrupción en sus gobiernos. Victimizarse le dio réditos en el pasado. Ahora, lejos de ayudarle, magnifica su impotencia.

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