domingo, 24 de septiembre de 2017

Número cien

Diario El Mercurio
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[Alberto Ordóñez Ortiz]
Humberto Eco, en su última novela -Número Cero-, publicada poco antes de su muerte, al referirse al periodismo sesgado o al que está al servicio de intereses reñidos con la verdad dijo, con el descomunal acierto, que le era tan propio: “En ciertos casos no son las noticias las que hacen al periódico, sino el periódico el que hace las noticias”. Es así como con una frase rotunda y desmitificadora, puso en evidencia la presencia de Medios que alteran maliciosamente la información y conspiran bajo el empleo de poderosas fuerzas que operan desde la sombra y con la sombra. En este orden de cosas no podemos dejar de mencionar que hay periódicos que han llegado al punto en que al [[convencer]] y encasillar a los lectores bajo el siniestro manto de sus falacias orientadas a lograr que la gente piense como ellos piensan. Y es tan meticulosamente cierto lo dicho que algunos de los medios públicos en manos del correismo hicieron de esa práctica una roñosa y perversa constante y llegaron al extremo de aparecer como los adalides de la corrupción y los defensores de la democracia.
De allí que cuando un medio de comunicación hace de la información veraz, oportuna, contrastada, sin cortapisas, ni exageraciones tendenciosas y permite que el lector acceda a una información en la que él es el único con capacidad para decidir libremente en quien o en qué creer, el periodismo recupera el rol estelar de informar que le corresponde por mandatos legales e históricos. Con fiel observancia de esa intachable y ejemplar línea de conducta, la Revista “El Observador” acaba de cumplir por todo lo alto la jubilosa y justificada fiesta de haber publicado el ejemplar número cien. El singular acontecimiento periodístico pone de relieve la recia fortaleza moral y el denuedo sin desmayos de su editor y colaboradores.
Con la prepotencia erigida en el altar mayor del correismo que, durante su ruidosa y ruin vigencia intentó silenciar a varios periodistas y Medios incluido “El Observador”, por la sencilla y contundente razón de que lo combatió con la entereza propia de un periodismo que hizo de la soberanía intelectual de sus integrantes, su mayor emblema. Por ventura para el país el oscurantismo que durante diez años habría establecido un Estado policial con acceso a la vida de sus principales opositores, pasó a mejor vida, no sin antes revelar las mentalidades que padecerían de delirio inconfesables y de otros status esquizoides.
Entonces se vuelve deber imperativo rendir un justo homenaje de reconocimiento a “El Observador”, por haber mantenido y mantener una conciencia crítica que nunca admitió intromisión alguna. Hay que destacar con el énfasis que se merecen, los editoriales de su meritísimo Director, el Licenciado Jaime Cedillo, pues, constituyen piezas antológicas en las que la profundidad, integridad y veracidad conforman una trilogía que le ha permitido desnudar la realidad local: el caso del tranvía, por ejemplo, y a nivel nacional: la permanente crítica a los desmedidos y tercos yerros gubernamentales. No nos resta sino unirnos al alborozado festejo y decir: Salud. Y adelante. (O)

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