miércoles, 22 de junio de 2016

Y ahora quieren correizar toda la cultura



Publicado en junio 21, 2016 en La Info por José Hernández
El correísmo nada pierde de su esencia: basta con leer el proyecto de Ley Orgánica de Cultura para entender su deseo perenne de concentrar, uniformar, funcionalizar y poner todo a su servicio.
Correa quiere que se vote rápidamente esa ley. El sábado lo dijo en Posorja. Se quejó del “desorden” en el sector cultural y prometió meter “el acelerador a fondo” este año. Él quiere “pagar la deuda” en ese campo. Esto equivale a decir que está urgido, en este año electoral, por poner de su lado intelectuales, artistas, actores, cantautores, mimos… Todos aquellos familiarizados con las ideas, una cámara o una tarima.
Además del presupuesto del Ministerio de la Cultura, hay otro atractivo en este repentino interés presidencial por la cultura que, en su caso, se reduce a citar uno que otro verso y nombrar a los cantantes que son sus amigos: él y su movimiento necesitan caras nuevas que promuevan, en la forma que sea, el modelo que languidece.
Correa quiere orden en el sector. No quiere contradicciones. No quiere muchas cabezas. Una. Y una “adecuada institucionalidad para suscitar esa cultura, las adecuadas políticas”… En definitiva, un sector que marche al paso. Esto está claro desde el artículo 13 del proyecto de Ley que propone conformar el “Sistema Nacional de Cultura”. Lo integran todas las instituciones del sector que reciban fondos públicos: los gobiernos descentralizados, la Casa de la Cultura, “colectivos, gremios, asociaciones, organizaciones no gubernamentales, actores, generadoras y gestores de la cultura que se vinculen voluntariamente al sistema”.
¿Quién ejerce la rectoría de ese sistema? El Ministro de la Cultura. Él regulará el sistema y sus normas, manuales e instructivos serán de cumplimiento obligatorio. Él definirá criterios y prioridades para la asignación de recursos destinados a los actores del sistema. Él dictará “los lineamientos para la creación, acreditación y funcionamiento de los espacios culturales y artísticos”. Él dirigirá, en los hechos, el “Subsistema de Instituto de la Memoria Social, Patrimonio Cultural e Interculturalidad” y el “Subsistema de Artes e Innovación”.
Se dirá, porque algunos gestores culturales ya lo dicen, que esta ley organiza el sector cultural. Por supuesto. En ninguna parte del mundo, se pone reparo a que el Estado catalogue, cuide y administre la memoria cultural y el patrimonio cultural. O a que cree incentivos (tributarios entre otros) para que se desarrolle el mecenazgo y particulares y empresas patrocinen y aúpen la creación cultural. Pero el correísmo no hace eso. De hecho no hay una propuesta concreta en ese proyecto de ley que indique que el correísmo está pensando en favorecer la creación cultural por fuera del sistema que quiere crear. Y controlar. Lo hará mediante los directorios, los directores ejecutivos, los directores titulares… etcétera, pues todos los responsables de entes culturales dependerán, en última instancia, del Ministerio de la Cultura.
Que haya un sistema que organice museos, bibliotecas, proteja bienes patrimoniales… es concebible. ¿Pero por qué tiene que haber un Sistema Nacional de Cultura? ¿Acaso no es ahí, precisamente ahí, donde reside la diversidad y la pluralidad en el sentido cultural más genuino? Algunos dirán que el ministerio apenas es un ente que organiza. Falso. Las atribuciones que le da esta ley permite pensar que un gobierno concentrador –como el correísmo, pero igual puede ocurrir con otro gobierno de sello diferente– meterá la mano en la cultura y la convertirá en lo que este proyecto perfila: cultura oficial. La perfecta negación de lo que debe ser la cultura. ¿Quién crea haciendo odas al poder de turno? ¿Acaso no hay precedentes patéticos de lo que fue el realismo socialista? ¿Sus partidarios no condenaron, por ejemplo, a los surrealistas como representantes de la decadencia?
García Márquez, gran amigo de Fidel Castro, estuvo en contra de la creación de un Ministerio de la Cultura en Colombia y nunca creyó en la cultura promovida y propiciada desde el Estado. Él prefirió –y lo dijo– pasar “la mitad de la vida tratando de no morirme de hambre y la otra mitad tratando de no engordar”. Una fórmula que retrata su gran convicción: la creación se hace por fuera del Estado y nada tiene que ver con estos sistemas oficiales para regentar la cultura.
El proyecto correísta nace en un terreno abonado en el cual hay actores de la cultura que ven, ante sí, al Estado como proveedor de fondos. Becas, fondos concursables, talleres, ayudas… atan su actividad al Estado. El reto de artistas y creadores era escapar de ese dilema. El correísmo no solo que no lo hace sino que quiere convencer a la sociedad de que la cultura florecerá porque el sector está “organizado” –como dice el Presidente– y un servidor suyo, un ministro, concentrará decisiones y presupuestos.
El correísmo propone así hacer exactamente lo contrario de lo que necesita la cultura viva: amarrarla, votar una ley para volverla funcional a sus intereses y no activar el mercado (coleccionistas, mecenas, empresas dedicadas a la cultura…) mediante políticas tributarias y otros incentivos que contribuyen a facilitar las condiciones de producción y financiamiento de la actividad cultural y a expandir, sin cese, el número de consumidores del ocio fecundo, como decía Julio Cortázar cuando hablaba de la cultura. Esa es la forma de secundar al papel del Estado que debe hacer infraestructura cultural (lugares, redes, instituciones) y dedicarse, en prioridad, a cuidar la memoria y el patrimonio.

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