Estados Unidos, el narcotráfico y su guerra continental
En un proceso escalonado, desde los años 60 con picos de intensificación en los 70 y 80 del siglo pasado, Estados Unido pone en operación “La Guerra contra las Drogas” en América latina. En 1961, se firma la Convención Única de Estupefacientes de la ONU, un tratado internacional que sienta las bases para el control de drogas a nivel global y que Estados Unidos usaría posteriormente para presionar a otros países. En 1971, Richard Nixon declara formalmente la «Guerra contra las Drogas», calificando al abuso de drogas como el «enemigo público número uno» de Estados Unidos. Esta declaración se centró inicialmente en el consumo interno, pero sentó las bases para la política exterior. En 1973, Nixon crea la DEA, la agencia federal encargada de combatir el tráfico de drogas tanto dentro como fuera de Estados Unidos. La creación de la DEA institucionalizó la proyección internacional de esta «guerra».
Desde 1980, se internacionaliza y militariza la guerra que se traslada masiva y agresivamente a América Latina. Dijeron que querían atacar el problema en su origen, la producción y tráfico en los países productores en lugar de solo enfocarse en la reducción de la demanda interna. Para 1990 se consolida esta guerra con el Plan Colombia que de enunciarse como un plan de ayuda integral que integraba paz y desarrollo, se ejecutó como una masiva militarización con miles de millones de dólares en ayuda para asesores militares estadounidenses, fumigación aérea de cultivos de coca con glifosato y entrenamiento de fuerzas especiales colombianas. El Plan Colombia es el ejemplo más claro y costoso de la exportación del modelo de «guerra» a la región. La fumigación dañó cultivos lícitos, afectó a la salud de la población y causó desplazamiento forzado, a esto se sumó la radicalización de la violencia y la profundización de la violación sistemática de los derechos humanos.
Para la primera década de este siglo, la guerra contra las drogas se desplazó a México y Centroamérica con la iniciativa Mérida, lanzada en 2008 y conocida como el “Plan México”. Igual que en Colombia, este plan consistía en otro paquete de ayuda masiva económica para equipamiento militar, tecnología de vigilancia y entrenamiento que provocó una violencia extrema. La militarización de la lucha contra los carteles desató una ola de violencia brutal que ha dejado cientos de miles de muertos y desaparecidos, el caso más tristemente emblemático el de los 44 estudiantes de la Escuela Normal de Ayotzinapa. La estrategia de «decapitación» de los capos del narco fragmentó los carteles, multiplicando los grupos criminales y aumentando la violencia. Además, se provocó una masiva infiltración de las instituciones políticas, policiales y judiciales a todos los niveles y una violación sistemática de los derechos humanos a la población.
Después de casi medio siglo de guerra contra las drogas en América latina, el resultado es su fracaso total, pues el negocio del narcotráfico se fortaleció y extendió a todo el continente. El costo humano para nuestros países ha sido altísimo, miles de asesinados, desaparecidos, torturados, encarcelados y desplazados. Violación creciente y sistemática de los derechos humanos por parte del Estado y de los grupos criminales. La creciente militarización de la seguridad pública ha debilitado aún más la precaria democracia latinoamérica. El negocio de la droga se ha vinculado con otros negocios ilícitos como tráficos de personas, órganos y armas, coyoterismo, minería ilegal etc., consolidando y fortaleciendo el capital criminal en la región. Las fumigaciones han traído destrucción ambiental y graves daños a la salud de los habitantes de las zonas afectadas.
Todo este desastre para que el mismo expresidente de Estados Unidos, Barak Obama, reconozca el fracaso de la guerra contra las drogas, reconocimiento afirmado por el expresidente de Colombia, Juan Manuel Santos, otros líderes regionales y la misma Naciones Unidas.
Lo que no reconocen es que en el contexto de la Guerra Fría usaron la lucha contra las drogas para combatir el avance del comunismo en la región e intensificar la intervención militar. Tampoco dijeron que Washington la convirtió en una herramienta enorme de presión sobre gobiernos latinoamericanos. Menos aún que usaron la red de tráfico de drogas de los «Muchachos de Blandón», conectada con el cartel de Cali y el dealer estadounidense «Freeway» Ricky Ross, que había estado vendiendo toneladas de cocaína en el sur de California en la década de 1980, para financiar la Contra nicaragüense. El vínculo general entre la CIA y los Contras con el narcotráfico denunciado por el periodista Gary Webb (1998). Según sus investigaciones, la CIA permitió y protegió estas operaciones de tráfico de drogas para no obstaculizar el flujo de dinero hacia la Contra, una de las prioridades máximas de la administración Reagan.
Lo que no dicen es cómo las intervenciones militares de Estados Unidos a menudo han estimulado la producción de drogas, como por ejemplo en Afganistán que durante los 20 años que estuvo bajo ocupación estadounidense, se convirtió en el mayor narco-Estado del mundo (Harp, 2025). Lo que no dicen es que la mayor cantidad de dinero producto del narcotráfico se queda y se lava en el sistema financiero de Estados Unidos; lo que no se dice es que el narcotráfico es un negocio del capitalismo criminal cuya red de articulación pasa por Estados Unidos. Lo que no se dice es que es el narcotráfico es uno de los negocios más lucrativos de la globalización neoliberal. Lo que no se dice es que a los grandes capitalistas financieros no les interesa acabar con el más negocio más rentable, cuyas redes se encuentran en todo el planeta.
A pesar de toda esta verdad que se impone en nuestros países, en nuestros territorios, en nuestra vida y que ha causado tanto sufrimiento a nuestros pueblos, ahora tenemos que aceptar que a nombre de la guerra contra las drogas se intente intervenir de forma directa con el armamento más pesado en Sur América. Quieren que aceptemos la mentira de que la guerra contra las drogas llevada a su nivel exponencial es contra los “cárteles” de pescadores que trafican en lanchas de motor, mientras los mega buques de exportaciones salen, circulan y desembarcan la droga a su antojo a vista y paciencia de las autoridades. Ahora quieren que creamos que su interés en el Caribe es el combate a las drogas y no la puerta de entrada para el control total de la región, en el contexto de la guerra geopolítica de los EEUU con China. Ahora nos quieren hacer creer que van tras de Maduro, cuando van tras los recursos de nuestro continente (petróleo, gas, agua, litio).
Al final resulta que la guerra contra las drogas no ha sido un fracaso sino un éxito total, pues con ella han creado un caos de violencia en el continente que es el escenario perfecto para imponer la política del Pentágono en la región. Ahora con el éxito de su guerra buscan atrincherarse en América Latina en su disputa hegemónica con el eje euroasiático y aprovechar el caos, el desorden y el autoritarismo que han provocado para hacer nuevamente de nuestros territorios “su patio trasero”. La declaración del vicepresidente J. D. Vance (2025) de que le importa una mierda que el asesinato de los 11 ciudadanos de otra nación es un crimen de guerra, nos advierte de lo que el Estado norteamericano piensa hacer en América Latina porque les importamos una “mierda”, tanto como les importa una “mierda” el derecho internacional.
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