lunes, 19 de mayo de 2014

Presidente, dos errores no hacen un acierto



Por: José Hernández
Sayaraku ilustra esa forma bravucona y prepotente que tiene el correísmo para tratar los asuntos públicos. Cuando se requiere sosiego y medida, activa mecanismos de amenaza. Cuando necesita dar espacio a la política, presume de fuerza. Cuando está frente a la complejidad (de usos, costumbres, interpretaciones ancestrales…) el propio Presidente opta por un simplismo que desarma.
Argumentos oficiales no han faltado: ahora resulta que en Sarayaku se produce un intento separatista. Unos cuantos fusiles de caza son la evidencia misma de que hay paramilitarismo. Y los indígenas que los portan son una fuerza policial paralela y peligrosa para el Estado… El discurso es de una grandilocuencia que impone revisarlo una y otra vez, frotándose los ojos, para evitar pensar en las consecuencias nefastas que puede producir.

Cualquiera imagina lo que puede pasar en una comunidad pacífica, que ningún daño hace al país real, si, por el vértigo que lo embarga, el Presidente declara ese territorio en emergencia. ¿Qué se entiende que ocurrirá enseguida? ¿Restringir los derechos de la comunidad? ¿Sembrar de soldados la zona? ¿Exponer a la comunidad y a la fuerza pública a enfrentamientos que pueden saldarse con muertos?
Para el Presidente este caso evidencia que el Estado está en grave peligro. Es una forma de ver. Hay otras. Sarayaku ha evidenciado, por ejemplo, las ideas que tiene Rafael Correa sobre sus derechos, su forma de ejercerlos, la concepción que tiene del Estado, el alcance diminuto que da a la Constitución de Montecristi...
El supuesto separatismo no figuraba, hasta ahora, en los estudios hechos sobre la comunidad Sarayaku. Es más: José Gualinga, el dirigente que ha puesto la cara en este asunto, reconoce que Ecuador es un Estado unitario. Hablar de paramilitarismo en este caso es tan disparatado que solo merece que se le aplique la máxima de Talleyrand: "todo lo que es exagerado es insignificante". Se llegó a esto porque el Presidente puso una demanda personal que, ahora, involucra a la Policía –¿a las Fuerzas Armadas?– y pone en ascuas al país.
Los tres prófugos son tres políticos de la oposición que se desbocaron en su demanda contra Correa. Por supuesto el juicio contra ellos no está exento de irregularidades. Eso debió inquietar a un hombre que tenía fama de justo, Gustavo Jalkh, pero lo dejó de mármol. Y como los tres no se entregaron, el caso personal, se ha vuelto un caso de Estado. Una comunidad indígena está sometida a toda suerte de presiones y amenazas porque una jueza dio razón a Correa en una demanda por injuria. ¡El Estado está en peligro por una injuria contra Rafael Correa!
Usar las instituciones para un tema personal, es una forma muy curiosa de entender el ejercicio del poder. Y por las características del caso, muestra que el Presidente desconoce la Constitución que votaron sus asambleístas en Montecristi. Desde el primer artículo se dice que el Estado es unitario pero también intercultural y plurinacional. Y en forma explícita se detallan los derechos colectivos que tienen las comunidades, pueblos y nacionalidades.
¿Tienen claro la sociedad y el Estado lo que significa, por ejemplo, "conservar y desarrollar sus propias formas de convivencia y organización social, y de generación y ejercicio de la autoridad, en sus territorios legalmente reconocidos y tierras comunitarias de posesión ancestral?" O "mantener, desarrollar y fortalecer libremente su identidad, sentido de pertenencia, tradiciones ancestrales y formas de organización social". ¿Qué implica "poder constituir circunscripciones territoriales para la preservación de su cultura?" La plurinacionalidad y la interculturalidad no atentan contra la unidad nacional. Pero la lectura que hace el Presidente prescinde de las realidades contenidas en la Constitución y cuya aplicación es mucho más compleja que el simplismo que ahora propone desde el Gobierno.
Sarayaku no es un peligro, señor Presidente: es una invitación a salir del vértigo, entender y asumir la diversidad, no usar las instituciones para su caso personal y pensar que dos errores jamás han producido un acierto.

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