jueves, 22 de mayo de 2014

El correísmo vive sus peores días



Análisis de HOY
Por: José Hernández
El Presidente reconoce, cada cierto tiempo, que ha cometido errores. ¿Cuáles? Rara vez, y al paso, ha anotado alguno. No se sabe, entonces, de qué habla el Presidente cuando admite que es humano.
Sus compañeros de partido o funcionarios pusieron de manifiesto algunas equivocaciones, que se pueden leer todavía en Internet. Basta con buscar Foro de los comunes. Es curiosa pero muy reveladora la forma cómo procedieron. Primer acto: con ímpetu militante acopiaron, antes del Congreso del 1 de mayo, las fallas que se pudieran considerar de bulto. Segundo acto: en Esmeraldas, Rafael Correa y la cúpula oficialista las ignoraron olímpicamente. Tercer acto: los famosos comunes se evaporaron con la misma celeridad que aparecieron.

Así vive la política el oficialismo. El Presidente no corrige nada porque, si comete errores, nunca los verbaliza. La dirigencia convirtió la política en un acto de obsecuencia eterna al líder. Y los militantes, cuando se hacen preguntas, las esbozan con una reverencia que aturde y si Correa insiste –en lo que ellos consideran errores– mutan inmediatamente en artistas performáticos: tras el ensayo, abandonan la escena.
Esta vez, no obstante, el documento de los comunes que no despeinó al Presidente, estaba atravesado por una comprobación central: en el oficialismo no se hace política. Esto preocupa a los zurdistas, como llaman internamente a los militantes no identificados con los Business club, como denominan a los otros.
No hacer política no es solo dar prelación a la propaganda y al mercadeo. Es creer que una derrota se camufla si se llama revés. Es sumar votos para decir que no perdieron las grandes ciudades. Es hablar de Sarayaku, como hace la Ministra de la política, sin dar muestras de que, por lo menos, ha ido al Oriente de turismo. Es creer que con Policía y FFAA las comunidades dejarán que se lleven la tierra a China y se destruya su entorno. No hacer Política es, en esa dinámica, pedir que Cléver Jiménez acate un fallo polémico, mientras el Gobierno desconoce otro fallo. O creer, y celebrar, que el Gobierno evite una consulta gracias a las artimañas del CNE. Lo cierto es que esa consulta por el Yasuní ya la perdió el Gobierno en las conciencias.
Esas convicciones han ensanchado la fractura que hay entre dos bloques (con matices a veces enormes) en el oficialismo. Los pragmáticos por un lado y aquellos que, de una u otra forma, se reconocieron (o participaron) en el Foro de los comunes. El único puente sigue siendo Rafael Correa. Él sostiene a los zurdistas en su Gobierno por algunos símbolos que aún maneja y lo demostró reintegrando, otra vez, a Betty Tola en el gabinete, a pesar de la oposición que tuvo a su alrededor. Pero, al mismo tiempo, Correa es el responsable de que la política se haya vaciado de contenido. Él tiene los votos y es visto internamente como un líder que funcionaliza todo según circunstancias y necesidades.
Correa es pragmático y la derrota del 23-F ha mostrado cómo entiende la política: no se hizo preguntas sobre sus desconexiones con la clase media. Ni sobre el modelo autoritario que quiere implantar. No cuestionó la defensa que hace del régimen inepto y corrupto que gobierna Venezuela. Prefirió echar la culpa a Barrera (cuando perdió muchas otras capitales), habló de alianzas fallidas y endosó a su aparato la estrategia errada.
Correa no necesita entender políticamente al país y no permite que en su entorno haya reflexiones políticas. Es obvio: la política implica diferencias y debates. Por eso comete un error monumental cuando cree que la prensa independiente, por mirar en múltiples direcciones, es su enemiga: eso le otorga triunfos pírricos pero lo priva –a él, sus funcionarios, sus militantes, la sociedad en general– de caudales de información y de opiniones, valiosas por la diversidad, para administrar la cosa pública.
Correa no necesitó de la gran política mientras subía. Pero el 23-F mostró que esa era se acabó. Y que la complejidad de la sociedad ya no puede ser administrada con meros sondeos y sumas electorales exitosas. La acción política no puede ser ejercida por gerentes y administradores. Ni puede ser reemplazada por la fuerza, disuasiva o efectiva, de la Policía Nacional y de las Fuerzas Armadas.
El 23-F, el electorado envió un mensaje al correísmo: reinvéntese. En vez de oír, en vez de hacer política, el Gobierno asumió una actitud policial con la sociedad y puertas adentro. ¿Tienen sustento político y ético el caso de los Yasunidos, las amenazas y presiones en Sarayaku, la presencia policial en Íntag, el uso –eventual– de Fuerzas Armadas en temas de orden público?...
El nombramiento de Viviana Bonilla al Ministerio de la Política y la elección de Doris Soliz, prueban que Correa no está pensando en aprender de sus errores. Bonilla no conoce el país y tiene serios problemas de tino y sensibilidad, a juzgar por lo que dijo del caso Sarayaku y del asesinato del alcalde de Muisne. Doris Soliz es una mujer experimentada pero no parece encarnar la renovación que impone la derrota del 23-F. Lo que está en camino, si se juntan todas las piezas expuestas, es una operación de mano dura, de comisarios, de administradores de una visión política en crisis. A eso llega el poder cuando prescinde de la política –el arte de convencer– y recurre a la fuerza para imponer.
El correísmo vive sus peores días. Es un aparato desdibujado con una militancia que espera que el Presidente sea candidato porque es el único capaz de ganar. Con Correa que quiere irse pero no ve quién lo pueda reemplazar (fuentes cercanas dicen que teme a los amigos de Lenin Moreno y no cree que Jorge Glas logre mantener unido al movimiento para ganar). Y una dirigencia que ha convertido la política en un acto de obediencia. Ahora hasta los correístas del Foro de los comunes lo saben.
Lo que está en camino... es una operación de comisarios. A eso llega el poder cuando prescinde de la política

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