domingo, 4 de febrero de 2024

 EL MAUSOLEO DE MONTALVO

“Este rincón, reducto de paz, guarda el secreto de la grandeza de Montalvo". Así dice, con espartano laconismo, una lápida de bronce, en el muro de la entrada lateral del Mausoleo montalvino. Una alta puerta de hierro recata el recinto con gruesos cristales opacos… Vamos a entrar en el soberbio monumento: capilla y tumba, panteón y paraninfo, ubicado en el corazón mismo de la urbe. Con leve paso, como si temiésemos perturbar el sueño de eternidad del que allí duerme para siempre, sin importarle honores ni gloria, sordo a lo perecedero y humano, atento únicamente a la Verdad que tanto buscara, la Verdad, la Justicia y la Libertad, que es la Voz de Dios y que sus pupilas apagadas ya conocen. En los muros del solemne recinto hay nombres como esculpidos a fuego. Son los títulos de obras de Montalvo: El Cosmopolita… El Regenerador… El Espectador… Siete Tratados…Geometría Moral… Nombres que brillan como astros de la Gran Vía Láctea del Pensamiento Universal, en la que pocos nombres de hombres geniales brillan para la admiración y respeto de la humanidad, a través de los siglos.
Más que los muros, de aquella piedra de que está hecha la vértebra del Ande; más que las enormes puertas de bronce y hierro, que resguardan el último refugio montalvino, es un inefable halo de eternidad y de fama lo que da a este rincón un profundo silencio, que sin embargo se hace sonoro en nuestro cerebro con la resonancia de voces telúricas al evocar la grandeza del genio… El sarcófago de Montalvo descansa sobre plinto rectangular de piedra en planos ascendentes. Numerosas lápidas de bronce y mármol dicen del homenaje para el Inmenso Ambateño. Un glorioso fulgor, con los colores del sagrado Pendón Ecuatoriano, parece que naciera desde la raíz del féretro. En un jarrón broncíneo se incendia una hoguera de claveles rojos, coágulos de corazón, sangre de recuerdo admirativo. Claveles de los jardines ambateños, que diariamente se colocan en la tumba del gran proscrito, desde que tal costumbre estableciera una dama distinguida: Abigaíl Naranjo Fernández, en sustitución de las flores que él pidiera, a lindero de morir, en la invernal tarde parisina, cuando la Capital de Francia, para despedirle, se vistió de nieve, como novia triste y enferma…
Aquí está don Juan en cuerpo yacente. Vestido con fino traje de levita negra. La corbata de ancha lazada, a la moda de fines del siglo, como alas de una gran mariposa oscura. El rostro momificado, con la fría inmovilidad de mascarilla mortuoria en que el tiempo pusiera la misteriosa pincelada de su pátina ennoblecedora. Ligeramente inclinada la pensadora cabeza, descansa plácidamente en el sueño de los siglos, sobre almohada de eternidad… Y concluye la visita. Acabamos de sostener un diálogo póstumo con el más prominente de los ambateños, con el más genial americano del siglo XIX, en la propia casa solariega de su nacimiento, junto al féretro de su descanso ilímite, que él llamara su “deliciosa posesión definitiva…”. Porque en verdad ha sido una entrevista con carácter de presencia, no obstante la valla insalvable de la muerte. Una entrevista en la que nuestro espíritu ha dialogado con la luminosa sombra de Montalvo…
Pablo Balarezo Moncayo
Puede ser una imagen de monumento y texto
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Fernando Xavier Balarezo Duque

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